Capítulo 2 : En el que Abdullah es confundido con una joven dama

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Cuando despertó se encontraba tumbado en un banco, con la alfombra todavía bajo él, en un jardín más maravilloso que cualquiera de los que había imaginado.

Abdullah estaba convencido de que era un sueño. Aquí estaba el jardín que había intentado imaginar cuando el extranjero le interrumpió tan rudamente. Aquí estaba la luna casi llena viajando en lo alto, arrojando una luz tan blanca como pintura sobre un centenar de flores pequeñas y fragantes en la hierba que le rodeaba. Redondas lámparas amarillas colgaban en los árboles, dispersando las densas y negras sombras de la luna. Abdullah pensó que esta era una idea muy agradable. Entre las dos luces, blanca y amarilla, podía ver una arcada de plantas trepadoras apoyada sobre elegantes pilares. Atrás, más allá del césped donde se encontraba, fluía tranquilamente el agua oculta.

Era todo tan fresco y celestial que Abdullah se levantó y fue en busca del agua escondida, paseando bajo la arcada, donde flores estrelladas rozaron su cara, todas blancas y calladas a la luz de la luna, y otras flores con forma de campana exhalaban la más embriagadora y suave de las esencias. Como hace uno en sueños, aquí Abdullah tocó un gran lirio ceroso y allí rodeó deliciosamente un pequeño claro de pálidas rosas. No había tenido nunca un sueño tan maravilloso.

El agua, cuando la descubrió más allá de un gran matorral de helechos que goteaba rocío, provenía de una sencilla fuente de mármol situada en otro parterre, y estaba iluminada por una fila de lámparas en los matorrales que convertía el agua ondulada en una maravilla de doradas y plateadas medias lunas. Abdullah paseó hacia allí embelesado.

Sólo una cosa faltaba para acabar de completar su embelesamiento y, como en todos los mejores sueños, allí estaba.

Una chica extremadamente encantadora llegó desde el otro lado del césped a su encuentro, pisando suavemente la hierba húmeda con los pies descalzos. Las prendas vaporosas que flotaban a su alrededor mostraban que era esbelta, pero no flaca, justo como la princesa de las fantasías de Abdullah. Cuando estuvo cerca, Abdullah vio que su cara no era un óvalo perfecto, como debería haber sido el rostro de la princesa de sus sueños, y que sus enormes ojos oscuros no eran en absoluto melancólicos. De hecho, estos examinaban la cara de Abdullah de modo penetrante, con manifiesto interés. Abdullah, apresuradamente, ajustó su sueño, pues ella era verdaderamente maravillosa. Y cuando al fin habló, su voz era tal y como él podría haber deseado, luminosa y alegre como el agua de la fuente, pero también la voz de una persona segura de sí misma.

¿Eres una nueva sirvienta? —dijo ella.

La gente siempre preguntaba cosas extrañas en sueños, pensó Abdullah.

No, obra maestra de mi imaginación —dijo él—. Sabe que soy realmente el vástago perdido, mucho tiempo atrás, de un gran príncipe lejano.

Oh —dijo ella—. Entonces eso cambia las cosas. ¿Quieres decir que tú y yo somos dos tipos diferentes de mujer?

Abdullah miró fijamente a la chica de sus sueños con cierta perplejidad:

No soy una mujer —dijo.

¿Estás segura? —preguntó—. Llevas un vestido.

Abdullah miró hacia abajo y descubrió que, a la manera de los sueños, llevaba puesto su camisón.

Estos son atuendos extranjeros —dijo apresuradamente—. Mi verdadero país está lejos de aquí. Te aseguro que soy un hombre. 

Oh, no —dijo ella decididamente—. No puedes ser un hombre. No tienes la figura adecuada. Los hombres son dos veces más gruesos que tú por todos lados. Y sus estómagos sobresalen en una parte gorda que se llama barriga. Y tienen pelo gris por todas partes y nada salvo piel brillante sobre sus cabezas. Tú tienes pelo en la cabeza, como yo, y casi ninguno en tu cara. —Luego, mientras Abdullah ponía su mano, bastante indignado, sobre los seis pelos de su labio superior, ella preguntó—: ¿O tienes la piel desnuda bajo tu sombrero?

El castillo en el aireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora