Capítulo 21: En el que el castillo baja a la tierra

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Abdullah no necesitó pensar mucho la pregunta de Hasruel. —Debes exiliar a tu hermano, poderoso demonio, a un lugar del que no retorne —dijo. Dalzel enseguida rompió a llorar con conmovedoras lágrimas azules. —¡No es justo! —sollozó y dio una patada en el suelo—. ¡Todo el mundo contra mí! ¡Tú no me quieres, Hasruel! ¡Me has engañado! ¡Ni siquiera intentaste librarte de esos tres que colgaban de ti! Abdullah estaba seguro de que Dalzel tenía razón en eso. Conociendo el poder que tenía un demonio, Abdullah estaba seguro de que Hasruel los podría haber lanzado, al soldado, a Flor-en-la-noche y a él mismo, a los confines de la tierra si hubiera querido. —¡No es que estuviese haciendo ningún daño! —gritó Dalzel—. Tenía derecho a casarme, ¿no? —Hay una isla errante al sur, en el océano, que sólo se puede encontrar una vez cada cien años. Tiene un palacio y muchos árboles frutales, ¿Puedo mandar allí a mi hermano? —susurró Hasruel a Abdullah mientras Dalzel lloraba y pataleaba. —¡Y ahora vas a mandarme lejos! —gritó Dalzel—. A ninguno de vosotros le preocupa lo solo que voy a estar. —Por cierto —masculló Hasruel—, los familiares de la primera mujer de tu padre hicieron un pacto con los mercenarios, lo que les permitió huir de Zanzib para escapar de la cólera del sultán, pero dejaron a dos sobrinas atrás. El sultán ha encerrado a las dos desafortunadas chicas, que son los único familiares cercanos a ti que pudo encontrar. —Es de lo más espantoso —dijo viendo dónde quería llegar Hasruel—. ¿Quizá, poderoso demonio, podrías celebrar tu vuelta a la bondad trayendo aquí a esas dos damiselas aquí? La horrorosa cara de Hasruel se iluminó. Alzó sus enormes manos de garras. Hubo una palmada de truenos, seguida por algunos chillidos femeninos y las dos gordas sobrinas aparecieron de pie frente al trono. Fue tan simple como eso. Abdullah comprobó que antes, evidentemente, Hasruel había contenido su fuerza. Y mirando a los enormes ojos oblicuos del demonio (que todavía tenían lágrimas en las esquinas del ataque del perro) vio que Hasruel sabía que él lo sabía. —¡No más princesas! —dijo la princesa Beatrice. Estaba agachada junto a Valeria, parecía bastante abrumada. —Nada por el estilo, te lo aseguro —dijo Abdullah. Las dos sobrinas difícilmente habrían podido tener menos aspecto de princesas. Estaban vestidas con sus ropas más viejas, rosa práctico y amarillo de diario, desgastadas y manchadas por sus malas experiencias, y el pelo de ambas se había quedado aplastado. Le echaron un vistazo a Dalzel, pataleando y lloriqueando sobre ellas en el trono, otro vistazo a la enorme figura de Hasruel y después una tercera mirada a Abdullah, que llevaba sólo los calzoncillos puestos, y gritaron. Cada una intentó esconderse en el hombro regordete de la otra. —Pobres chicas —dijo la princesa de High Norland—. Un comportamiento poco majestuoso. —¡Dalzel! —gritó Abdullah al lloriqueante demonio—. Bello Dalzel, cazador furtivo de princesas, tranquilízate un momento y mira el regalo que te entrego para que te lo puedas llevar al exilio. Dalzel se detuvo a medio sollozo: —¿Un regalo? Abdullah señaló: —Contempla a estas dos esposas, jóvenes, suculentas y completamente necesitadas de un novio. Dalzel derramó lágrimas luminosas sobre sus mejillas e inspeccionó a las sobrinas de la misma manera que los astutos clientes de Abdullah solían examinar sus alfombras. —Un par a juego —dijo Dalzel—. ¡Y maravillosamente gordas! ¿Dónde está la trampa? Quizá no sean tuyas y no puedas entregarlas en matrimonio. —Sin trampas, brillante demonio —dijo Abdullah. Le parecía que, ahora que los otros familiares de las chicas las habían abandonado, podrían decidir por sí mismas. Pero por precaución añadió—: Puedes raptarlas, poderoso Dalzel. —Abdullah fue hacia las sobrinas y le dio una palmadita a cada una en su regordete brazo—. Señoras —dijo—, las más grandes lunas de Zanzib, os ruego me perdonéis por ese poco afortunado voto que me impedía disfrutar para siempre de vuestra grandeza. Mirad hacia arriba y contemplad al marido que os he encontrado en mi lugar. Las cabezas de ambas sobrinas se levantaron tan pronto como escucharon la palabra marido. Observaron a Dalzel. —Es tan guapo —dijo la de rosa. —Me gustan con alas —dijo la de amarillo—. Es diferente. —Los colmillos son bastante sexis —reflexionó la de rosa—. Y también las garras, siempre que tenga cuidado al ponerlas en las alfombras. Dalzel sonreía más y más ampliamente con cada puntualización. —Debería raptarlas ahora mismo —dijo—. Me gustan más que las otras princesas. ¿Por qué no coleccioné señoras gordas, Hasruel? Una cariñosa sonrisa mostró los colmillos de Hasruel. —Fue tu decisión, hermano —su sonrisa se desvaneció—. Si estás preparado, es mi deber mandarte al exilio. —Ahora no me importa demasiado —dijo Dalzel, todavía con sus ojos fijos sobre las dos sobrinas. Lentamente, Hasruel extendió otra vez sus manos con arrepentimiento y lentamente, con los retumbos de tres truenos, Dalzel y las dos sobrinas se desvanecieron. Hubo un ligero olor a mar y un débil sonido de gaviotas. Morgan y Valeria empezaron a llorar de nuevo. El resto suspiró, Hasruel más profundamente que nadie. Abdullah se dio cuenta con cierta sorpresa de que Hasruel amaba de verdad a su hermano. Y aunque era difícil de entender cómo nadie podría amar a Dalzel, Abdullah no podía culparle. «¿Quién soy yo para criticar?», pensó mientras Flor-en-la-noche se levantaba y cruzaba su brazo con el suyo. Hasruel soltó un suspiro aún más profundo y se sentó en el trono (que iba mejor con su tamaño que con el de Dalzel) con sus grandes alas cayendo tristemente a cada lado. —Hay otro asunto —dijo, tocando su nariz con cautela. Parecía que ya estaba curándose. —¡Sí, lo hay! —dijo Sophie. Había estado esperando en las escaleras del trono su oportunidad para hablar—. Cuando te apropiaste de nuestro castillo ambulante, hiciste desaparecer a mi marido, Howl. ¿Dónde está? Quiero que vuelva. Hasruel levantó su cabeza con tristeza, pero antes de que pudiera responder, las princesas gritaron alarmadas. Todas las que estaban al final de la escalera se alejaron de las enaguas de la sin-par. Estaban hinchándose y desinflándose sobre sus aros como una concertina. —¡Ayuda! —gritó el genio dentro—. ¡Sácame, me lo prometiste! La mano de Flor-en-la-noche brincó hacia su boca. —¡Oh, se me olvidó por completo! —dijo y salió disparada del lado de Abdullah, bajando las escaleras. Lanzó a un lado las enaguas rodeadas de humo púrpura—. ¡Deseo —gritó— que seas liberado de tu botella, genio, y seas libre para siempre jamás! Como acostumbraba a hacer, el genio no gastó tiempo en dar las gracias. La botella explotó con un escandaloso estallido. Envuelta en tolvaneras de humo, una figura decididamente sólida se alzó sobre sus pies. Sophie dio un grito al verlo: —¡Oh, bendita muchacha! ¡Gracias, gracias! —Sophie alcanzó tan rápido el humo que se desvanecía, que casi chocó contra el hombre de carne y hueso que había dentro. Pero esto no parecía molestarle, y alzó a Sophie y le dio vueltas y vueltas—. ¡Oh! ¿Por qué no lo supe? ¿Por qué no me di cuenta? —jadeó ella, tambaleándose sobre los cristales rotos. —Fue a causa del encantamiento —dijo Hasruel tristemente—. Si se hubiera sabido que él era el mago Howl, alguien podría haberlo liberado. No podías saber quién era, ni él podía decírselo a nadie. Howl, el mago del rey, era un hombre más joven que el mago Suliman y mucho más elegante. Estaba ricamente vestido con un traje de satén malva, que contrastaba con el tono amarillo y bastante inverosímil de su cabello. Abdullah miró los ojos iluminados del mago en su rostro huesudo. Había visto esos mismos ojos claramente, una mañana de hace ya mucho tiempo. Pensó que debería haberlo adivinado. Además se sintió en una posición incómoda. Él había usado al genio. Y sentía que lo conocía muy bien. ¿Significaba eso que conocía al mago? ¿O no? Por esta razón, Abdullah no se unió cuando todo el mundo, incluyendo al soldado, se apelotonó en torno al mago Howl, gritando y felicitándole. Vio a la diminuta princesa de Tsapfan caminar tranquilamente entre la muchedumbre y poner gravemente a Morgan en los brazos de Howl. —Gracias —dijo Howl—. Pensé que era mejor llevarlo donde pudiera echarle un ojo —le explicó a Sophie—. Lo siento si te asusté. —Howl parecía más acostumbrado a llevar bebés de lo que lo estaba Sophie. Acunó a Morgan con dulzura y lo miró. Morgan lo miró a él también, adustamente—. ¡Córcholis, qué feo es! —dijo Howl—. De tal palo tal astilla. —¡Howl! —dijo Sophie. Pero no parecía enfadada. —Un momento —dijo Howl—. Avanzó hacia las escaleras del trono y miró a Hasruel. —Mira hacia aquí, demonio —dijo—. Tengo que ajustar cuentas contigo. ¿Qué pretendías birlándome mi castillo y encerrándome en una botella? Los ojos de Hasruel se encendieron con un naranja enfadado. —Mago, ¿crees que tu poder se compara al mío? —No —dijo Howl—. Quiero una explicación. Abdullah se descubrió admirando al hombre. Sabiendo lo cobarde que había sido el genio, no había duda de que Howl era una gelatina de terror en su interior. Pero ahora no mostraba ningún signo de cobardía. Cargaba a Morgan sobre su hombro de seda malva y le devolvía la mirada a Hasruel. —Muy bien —respondió Hasruel—. Mi hermano me ordenó secuestrar el castillo. Y en esto no tenía opción. Pero Dalzel no me dio otra orden con respecto a ti que la de asegurarme de que no pudieras recuperar el castillo. Habrías sido igual de inofensivo si simplemente te hubiese transportado a la isla donde está ahora mi hermano. Pero sabía que habías usado tu magia para conquistar un país vecino... —¡No es justo! —dijo Howl—. ¡El rey me lo ordenó! —por un momento sonó como Dalzel y debió darse cuenta de que lo hacía. Paró. Lo pensó. Y después continuó con pesar—: Me atrevería a decir que podría haber redirigido la mente de su majestad si se me hubiera ocurrido. Tienes razón. Pero no dejes que te alcance donde yo mismo pueda ponerte en una botella, eso es todo. —Lo merecería —admitió Hasruel—. Y lo merezco aún más porque puse mucho esfuerzo en que todas las personas involucradas se encontraran con el destino más apropiado que pude concebir. —Sus ojos se inclinaron hacia Abdullah— ¿No? —Un tremendo esfuerzo, gran demonio —convino Abdullah—. Todos mis sueños se hicieron realidad, no sólo los agradables. Hasruel asintió. —Y ahora —dijo—, debo dejaros en cuanto haya realizado una cosa más, pequeña y necesaria. —Sus alas se elevaron y sus manos gesticularon. Instantáneamente estaba en medio de un enjambre de extrañas formas aladas. Se sostuvieron en el aire sobre su cabeza y alrededor del trono como transparentes caballitos de mar, completamente en silencio salvo por el débil susurro de sus alas batientes. —Sus ángeles —explicó la princesa Beatrice a la princesa Valeria. Hasruel susurró algo a las formas aladas y estas le abandonaron tan de repente como habían surgido para reaparecer en el mismo enjambre susurrante alrededor de la cabeza de Jamal. Jamal se apartó de ellas, horrorizado, pero no funcionó. El enjambre le siguió. Una tras otra, las formas aladas fueron a posarse en diferentes partes del perro de Jamal. Cuando aterrizaban, menguaban y desaparecían entre el pelo del perro, hasta que sólo quedaron dos. Abdullah se encontró de repente a estas dos figuras sobrevolando a la altura de sus ojos. Las esquivó, pero las figuras le siguieron. Dos pequeñas voces hablaron, con un timbre que parecían captar sólo sus oídos. —Después de pensarlo mucho —dijeron—, hemos llegado a la conclusión de que preferimos esta forma a la de los sapos. Creemos en la luz de la eternidad y por lo tanto te lo agradecemos —y después de decir esto las dos figuras se posaron en el perro de Jamal, donde también ellas menguaron y desaparecieron en la retorcida piel de sus orejas. Jamal miró al perro en sus brazos: —¿Por qué estoy sosteniendo un perro lleno de ángeles? —le preguntó a Hasruel. —No te harán daño a ti ni a tu bestia —dijo Hasruel. Simplemente esperarán a que reaparezca el aro de oro. Creo que dijiste mañana, ¿no? Tienes que entender que me preocupe de seguirle la pista a mi vida. Cuando mis ángeles la encuentren me la llevarán adondequiera que yo esté —suspiró lo suficientemente fuerte como para revolver el pelo de todo el mundo—. Y no sé adónde ir —dijo—. Debería encontrar algún lugar para exiliarme en las lejanas profundidades. He sido malvado. No puedo unirme de nuevo al rango de los Demonios Buenos. —¡Oh, vamos, gran demonio! —dijo Flor-en-la-noche—. Aprendí que la bondad es perdón. Seguramente los Demonios Buenos te darán la bienvenida. Hasruel agitó su enorme cabeza. —Inteligente princesa, tú no lo entiendes. Abdullah descubrió que él sí había comprendido muy bien a Hasruel. Quizá su entendimiento tenía algo que ver con que había sido algo menos que educado con los familiares de la primera mujer de su padre. —¡Chsss!, amor —dijo—. Hasruel quiere decir que disfrutó de su maldad y que no se arrepiente. —Es verdad —dijo Hasruel—. Lo he pasado mejor estos últimos meses de lo que lo he pasado en los cientos de años anteriores. Dalzel me lo enseñó. Ahora me debo marchar por miedo a empezar a tener la misma diversión entre los Demonios Buenos. Si sólo supiera dónde ir. Un pensamiento parecía golpear a Howl. Tosió: —¿Por qué no ir a otro mundo? —sugirió—. Hay muchos otros mundos, ya sabes. Las alas de Hasruel se alzaron y batieron con emoción, arremolinando el aire y los vestidos de cada princesa en la sala. —¿Los hay? ¿Dónde? Muéstrame cómo puedo llegar hasta otro mundo. Howl puso a Morgan en los torpes brazos de Sophie y subió saltando las escaleras del trono para hacerle a Hasruel unos extraños gestos y asentir una o dos veces con la cabeza. Hasruel parecía entender perfectamente. Asintió a su vez. Después se levantó del trono y simplemente se fue sin más palabra, cruzando la sala y atravesando el muro como si fuera una niebla espesa. La enorme sala se sintió de repente vacía. —¡Ya era hora! —dijo Howl. —¿Lo mandaste a tu mundo? —preguntó Sophie. —¡De ninguna manera! —contestó Howl—. Allí tienen bastante con lo que preocuparse. Lo mandé justo en la dirección contraria. Me arriesgué a que el castillo desapareciera. —Se giró despacio, mirando el fondo nuboso de la sala—. Todo sigue en su sitio —dijo—. Eso significa que Calcifer debe estar aquí en algún lugar. Es él quien mantiene esto en funcionamiento —dio un resonante grito—: ¡Calcifer! ¿Dónde estás? Las enaguas de la sin-par parecieron una vez más cobrar vida propia. Esta vez salieron lanzadas de lado sobre sus aros para dejar flotar a la alfombra mágica libremente. La alfombra mágica se sacudió, de la misma manera en que lo estaba haciendo el perro de Jamal. Entonces para sorpresa de todos, se dejó caer al suelo y empezó a deshilacharse. Abdullah casi gritó con la pérdida. El largo hilo que giraba libre era azul y curiosamente brillante como si la alfombra no estuviese hecha en absoluto de lana corriente. El hilo libre se movía disparado hacia delante y hacia atrás de la alfombra y se elevaba más y más alto a medida que crecía, hasta que se extendió entre el alto techo de nubes y el casi desnudo lienzo en el que había sido tejido. Finalmente, con un salto impaciente, el otro cabo se desprendió del lienzo y se redujo hacia arriba con el resto para estirarse primero de un modo parpadeante, reducirse de nuevo, y expandirse después formando una nueva figura parecida a una lágrima boca abajo o quizá a una llama. Esta figura bajó moviéndose lentamente, con paso seguro y determinación. Cuando estuvo cerca, Abdullah pudo ver una cara al frente compuesta de pequeñas llamas púrpura o verdes o naranjas. Abdullah se encogió de hombros con gesto fatalista. Parecía que se había desprendido de todas esas monedas de oro para comprar un demonio de fuego y no una alfombra mágica. El demonio de fuego habló, con su púrpura y parpadeante boca: —¡Gracias! ¡Madre mía! —dijo—. ¿Por qué nadie pronunció mi nombre antes? Dolía. —¡Oh, pobre Calcifer! —dijo Sophie—. ¡No lo sabía! —No te estoy hablando a ti —le contestó el extraño ser en forma de llama—. Me clavaste tus garras. Ni a ti tampoco —dijo mientras pasaba flotando cerca de Howl—. Tú me metiste en esto. No era yo quien quería ayudar al ejército del rey. Le hablo a él —dijo, balanceándose sobre el hombro de Abdullah que escuchó cómo su pelo crepitaba suavemente. La llama estaba caliente—. Es la única persona que ha tratado de halagarme en toda mi vida. —¿Desde cuándo —preguntó Howl ácidamente— has necesitado halagos? —Desde que he descubierto lo agradable que es que me digan que soy agradable —dijo Calcifer. —Pero yo no creo que tú seas agradable —replicó Howl—. Sé agradable, entonces. —Le dio la espalda a Calcifer con un vuelo de mangas de satén malva. —¿Quieres ser un sapo? —preguntó Calcifer—. ¡Tú no eres el único que puede hacer sapos, ya lo sabes! Howl daba golpecitos en el suelo, enfadado, con uno de los pies calzados en botas malva. —Quizá —dijo—, tu nuevo amigo podría pedirte que llevaras este castillo abajo, a donde pertenece. Abdullah se sintió un poco triste. Howl parecía estar dejando claro que él y Abdullah no se conocían el uno al otro. Pero cogió la indirecta. Hizo una reverencia. —Oh, zafiro entre los seres sobrenaturales —dijo—, llama de festividad y vela entre alfombras, cien veces más magnífico en tu forma real que como preciado tapiz. —¡Avanza! —masculló Howl. —¿Consentirías gentilmente en recolocar este castillo en la Tierra? —terminó Abdullah. —Con placer —dijo Calcifer. Todos sintieron cómo bajaba el castillo. Fue tan rápido al principio que Sophie se agarró firmemente al brazo de Howl y un montón de princesas gritaron. Como dijo Valeria en voz alta, el estómago de alguien se había quedado atrás, en el cielo. Era posible que Calcifer no tuviera práctica después de estar en una forma inadecuada durante tanto tiempo. Cualquiera que fuese la razón, el descenso disminuyó de velocidad después de un minuto y se hizo tan suave que apenas lo notaba ya nadie. Y menos mal, porque mientras descendía, el castillo empezó a ser notablemente más pequeño. Todos se daban empujones entre sí y tenían que luchar por hacerse sitio para poder mantener el equilibrio. Las paredes se movieron hacia adentro, transmutándose de pórfido nuboso en yeso común mientras llegaban al suelo. El techo se desplazó hacia abajo. Y sus bóvedas se transformaron en grandes vigas negras y una ventana apareció detrás de donde había estado el trono. Estaba oscuro al principio. Abdullah se volvió hacia la ventana ansiosamente para mirar por última vez el mar transparente con sus islas de atardecer, pero tan pronto como la ventana se convirtió en una ventana real, sólida, fuera sólo quedó cielo, inundando la habitación (que ahora era del tamaño de la habitación de una casita) de pálido atardecer amarillo. Para entonces todas las princesas estaban amontonadas, Sophie estaba aplastada en una esquina agarrando a Howl con un brazo y a Morgan con el otro y Abdullah estaba estrujado entre Flor-en-la-noche y el soldado. Abdullah se dio cuenta de que el soldado no había dicho una palabra en mucho tiempo. De hecho se comportaba definitivamente de una manera rara. Se había puesto de nuevo sus velos prestados sobre la cabeza y estaba inclinado sobre un banco pequeño que había aparecido junto a la chimenea mientras el castillo menguaba. —¿Estás bien? —le preguntó Abdullah. —Perfectamente —dijo el soldado. Incluso su voz sonaba rara. La princesa Beatrice se abrió camino para llegar a él. —¡Oh, aquí estás! —dijo ella—. ¿Qué pasa contigo? ¿Estás preocupado de que deshaga mi promesa ahora que volvemos a la normalidad? ¿Es eso? —No —dijo el soldado—. O quizá sí. Esto te va a molestar. —No me molestará para nada —dijo bruscamente la princesa Beatrice. Cuando hago una promesa, la mantengo. El príncipe Justin puede irse a... Puede irse a freír pimientos. —Pero yo soy el príncipe Justin —añadió el soldado. —¿Qué? —exclamó la princesa Beatrice. Muy despacio y con vergüenza el soldado se quitó sus velos y la miró. La suya era todavía la misma cara, los mismos ojos azules completamente inocentes o profundamente deshonestos, o ambas cosas a la vez, pero ahora era una cara más suave y educada. Otro tipo de marcialidad emanaba de él. —Ese maldito demonio me encantó también —dijo—. Ahora lo recuerdo. Estaba aguardando en un bosque al pelotón de búsqueda para recibir el informe. —Parecía muy arrepentido—. Buscábamos a la princesa Beatrice..., esto, tú..., tú sabes..., sin mucha suerte, y de repente mi tienda salió volando y allí estaba el demonio, agazapado entre los árboles. «Me llevo a la princesa» —me dijo—. «Y puesto que tú has derrotado su país con el injustificado uso de la magia, serás uno de los soldados derrotados, a ver si eso te gusta.» Y la siguiente cosa que supe es que deambulaba en el campo de batalla creyendo ser un soldado estrangiano. —¿Y te pareció odioso? —preguntó la princesa Beatrice. —Bueno —dijo el príncipe—. Fue duro. Pero en cierto modo me hice con aquello y aprendí todas las cosas útiles que pude, e ideé algunos planes. Ahora veo que tengo que hacer algo por todos esos soldados derrotados. Pero... —Una sonrisa que era puramente la del viejo soldado cruzó su cara—. Para decir la verdad, disfruté muchísimo, vagando por Ingary Me lo pasé bien estando embrujado. Soy como ese demonio, en realidad. Volver a gobernar es lo que me deprime. —Bueno, ahí te puedo ayudar yo —dijo la princesa Beatrice—. Después de todo, sé de qué va eso. —¿De verdad? —dijo el príncipe y la miró del mismo modo que el soldado había mirado al gatito en su sombrero. Flor-en-la-noche le dio un suave y encantador golpecito con el codo a Abdullah. —¡El príncipe de Ochinstan! —susurró—. ¡No hay necesidad de temerle! Poco después, el castillo llegó a tierra tan ligeramente como una pluma. Flotando por las vigas del techo, Calcifer anunció que lo había colocado en los campos de las afueras de Kingsbury. —Y he mandado un mensaje a uno de los espejos de Suliman —dijo con petulancia. Eso exasperó a Howl: —Yo también —replicó con enfado—. Te haces cargo de muchas cosas tú solo, ¿no? —Entonces recibió dos mensajes —dijo Sophie—, ¿y qué? —¡Qué cosa más estúpida! —exclamó Howl, y empezó a reír. También Calcifer chisporreteó con risas, parecían de nuevo amigos. Reflexionando, Abdullah entendió cómo se sentía Howl. Había estado ardiendo de enfado durante todo el tiempo que había sido un genio, y aún ardía de enfado, y no tenía a nadie con quien desquitarse excepto Calcifer. Y probablemente Calcifer sentía lo mismo. Ambos tenían una magia demasiado poderosa como para arriesgarse a enfadarse con la gente normal. Claramente, ambos mensajes habían llegado a su destino. Alguien frente a la ventana gritó «¡Mirad!» y todo el mundo se amontonó para ver cómo se abrían las puertas de Kingsbury y dejaban pasar el carruaje de rey, que aceleraba el paso tras una escuadrilla de soldados. De hecho, era un desfile. Los carruajes de numerosos embajadores seguían al del rey, engalanados con la insignia de casi todos los países donde Hasruel había raptado princesas. Howl se giró hacia Abdullah. —Siento que te conozco bastante bien —dijo—. ¿Y tú a mí? —preguntó Howl. Abdullah se inclinó: —Al menos tan bien como tú me conoces a mí. —Eso me temía —dijo Howl con pesar—. Bien, entonces sé que puedo contar contigo para que des una buena y rápida charla cuando sea necesario. Y será necesario en cuanto todos esos carruajes lleguen aquí. Así fue. Siguió un momento de máxima confusión durante el transcurso del cual Abdullah se quedó ronco. Pero, en lo que concernía a Abdullah, la parte más confusa fue que cada princesa, por no hablar de Sophie, Howl y el príncipe Justin insistían en decirle al rey lo valiente e inteligente que Abdullah había sido. Abdullah quería corregirlos. No había sido valiente, sólo había estado en las nubes porque Flor-en-lanoche le amaba. El príncipe Justin llevó a Abdullah aparte, a una de las muchas antesalas del palacio: —Acéptalo —dijo—. Nadie es alabado nunca por las razones apropiadas. Mírame. Los estrangianos están encantados conmigo porque les estoy dando dinero a sus viejos soldados y mi real hermano está radiante porque he dejado de poner trabas a la boda con la princesa Beatrice. Todo el mundo piensa que soy un príncipe modelo. —¿Te opusiste a casarte con ella? —preguntó Abdullah. —Oh, sí —dijo el príncipe—. No la conocía entonces, por supuesto. El rey y yo habíamos tenido una de nuestras peleas al respecto y yo amenacé con tirarlo por el tejado del palacio. Cuando desaparecí, pensó que me había ido un tiempo con una rabieta. Ni siquiera había empezado a preocuparse. El rey estaba tan encantado con su hermano y con Abdullah por traer a Valeria y a su otro mago real que encargó una magnífica boda doble para el día siguiente. Esto sumó urgencia a la confusión. Howl fabricó rápidamente un extraño simulacro de mensajero del rey (construido en su mayor parte de pergamino), el cual fue enviado por medios mágicos al sultán de Zanzib, para ofrecerle transporte a la boda de su hija. Este simulacro volvió media hora después, bastante deteriorado, con las noticias de que el sultán tenía una estaca de veinte metros preparada para Abdullah si alguna vez mostraba su cara en Zanzib de nuevo. Así que Sophie y Howl fueron a hablar con el rey, y el rey creó dos nuevos puestos llamados «Embajadores Extraordinarios para el Reino de Ingary» y le dio esos puestos a Abdullah y Flor-en-la-noche esa misma noche. La boda del príncipe y el embajador hizo historia, pues la princesa Beatrice y Floren-la-noche tenían catorce princesas cada una como damas de honor y el rey en persona entregó a las novias. Jamal fue el padrino de Abdullah y, mientras le pasaba a Abdullah el anillo, le informó en susurros de que los ángeles se habían marchado muy temprano esa mañana, llevándose la vida de Hasruel con ellos. —¡Otra cosa buena! —dijo Jamal—. Ahora mi pobre perro dejará de rascarse. Casi las únicas personas notables que no asistieron a la boda fueron el mago Suliman y su esposa. Esto tenía que ver indirectamente con el enfado del rey. Parecía que Lettie le había hablado tan decididamente al rey cuando este se dispuso a arrestar al mago Suliman, que se había puesto de parto mucho antes de la fecha. El mago Suliman tenía miedo de apartarse de su lado. Y así, el mismo día de la boda Lettie dio a luz a una hija completamente sana. —¡Oh, dios! —dijo Sophie—. Sabía que estaba hecha para ser tía. La primera tarea de los dos nuevos embajadores fue acompañar a las numerosas princesas raptadas a sus hogares. Algunas de ellas, como la diminuta princesa de Tsapfan, vivían tan lejos que apenas se había oído hablar de sus países. Los embajadores tenían instrucciones de hacer alianzas de comercio y también de anotar todos los lugares extraños que encontraran por el camino, con vistas a una futura exploración. Howl había conversado con el rey y ahora, por alguna razón, toda Ingary hablaba de trazar el mapa del globo. Se estaban eligiendo y formando grupos de exploradores. Entre viajar, mimar princesas y discutir con reyes extranjeros, Abdullah estaba, de algún modo, demasiado ocupado para hacer su confesión a Flor-en-la-noche. Siempre parecía que habría un momento más prometedor al día siguiente. Pero al final, cuando estaban a punto de llegar al muy lejano Tsapfan, de dio cuenta de que no podía retrasarlo más. Respiró hondo. Sintió que el color abandonaba su cara. —En realidad, no soy un príncipe —lo soltó. Al fin. Ya estaba dicho. Flor-en-la-noche levantó la vista de los mapas que estaba dibujando. La lamparita de la tienda la hacía casi más maravillosa de lo normal. —¡Oh!, ya lo sé —dijo. —¿Qué? —susurró Abdullah. —Bueno, naturalmente, cuando estuve en el castillo en el aire, tuve mucho tiempo para pensar en ti —dijo—. Y pronto me di cuenta de que estabas fantaseando, porque todo era muy parecido a mi propia ensoñación, sólo que al revés. Yo solía imaginar que era una chica normal, ya ves, y que mi padre era un mercader de alfombras en el Bazar. Solía imaginar que le llevaba el negocio. —¡Eres maravillosa! —dijo Abdullah. —Y tú también —dijo, y volvió a su mapa. Volvieron a Ingary en el tiempo convenido, con un caballo sobrecargado con las cajas de caramelos que las princesas habían prometido a Valeria. Había chocolates y naranjas cubiertas de azúcar, y coco glaseado, y nueces con miel, pero lo más maravilloso de todo fueron los dulces de la princesa diminuta, capa sobre capa de delgado papel de caramelo que la princesa diminuta llamaba Hojas de Verano. Venían en una caja tan hermosa que la princesa Valeria la usó como joyero cuando se hizo mayor. Insólitamente, Valeria casi había dejado de gritar. El rey no lo podía entender, pero como ella le explicó a Sophie, si treinta personas te dicen a la vez que tienes que gritar, eso te quita las ganas por completo. Sophie y Howl volvieron a vivir (discutiendo bastante, hay que confesarlo, aunque decían que eran felices de esa manera) en el castillo ambulante. Una de sus fachadas era una bonita mansión en el valle de Chipping. Cuando Abdullah y Flor-en-la-noche regresaron, el rey les dio también unas tierras en el valle de Chipping y permiso para construir allí un palacio. La casa que construyeron era bastante modesta (incluso tenía un techo de paja) pero sus jardines pronto comenzaron a ser una de las maravillas del lugar. Se decía que al menos uno de los magos reales le había ayudado en su diseño, pues ¿de qué otra manera podría tener un embajador un bosque de jacintos azules que daba flores todo el año? Fin

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⏰ Última actualización: Apr 06, 2022 ⏰

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