Abdullah todavía tenía arena en los ojos, pestañeó y observó con respeto al hombre de la pistola. Era la viva imagen del bandido de sus sueños. Debía tratarse de una coincidencia.
—Caballeros del desierto, imploro cien veces vuestro perdón —dijo muy educadamente— por entrometerme de esta manera en vuestros asuntos, pero ¿podría hablar con el más noble y mundialmente famoso de los bandidos, el sin igual Kabul Aqba?
Los bellacos que le rodeaban se quedaron atónitos. Abdullah escuchó con claridad que uno decía: «¿Cómo lo supo?». Pero el hombre de la pistola se limitó a hacer una mueca de desprecio. Algo para lo que su cara parecía estar perfectamente diseñada.
—Ese soy yo —dijo—. ¿Famoso?
Sí, era una de esas coincidencias, pensó Abdullah. Bien, al menos ahora sabía dónde se encontraba.
—¡Ay, trotamundos del desierto! —dijo—. Como vosotros, oh, nobles, yo también soy un relegado y un oprimido. He jurado venganza contra todo Rashpuht. He venido expresamente hasta aquí para unirme a vosotros y añadir la fuerza de mi mente y mis brazos a la vuestra.
—¿Sí? —dijo Kabul Aqba—. ¿Y cómo has llegado aquí? ¿Llovido del cielo, con cadenas y todo?
—Mediante la magia —dijo modestamente Abdullah. Pensó que sería lo más adecuado para impresionar a esta gente—. De hecho, oh, el más noble de los nómadas, he caído del cielo.
Desafortunadamente, no parecían impresionados. La mayoría rio. Con un movimiento de cabeza, Kabul Aqba mandó a dos de ellos a examinar el punto de llegada de Abdullah.
—Así que sabes hacer magia —dijo—. ¿Tiene algo que ver con esas cadenas que llevas?
—Desde luego —contestó Abdullah—. Soy un mago tan poderoso que el mismísimo sultán de Zanzib me cargó de cadenas por miedo a lo que puedo llegar a hacer. Tan sólo libérame de estas esposas y quítame las cadenas y presenciarás grandes cosas. —Vio de soslayo que los dos hombres regresaban portando la alfombra. Confió fervientemente en que esto fuera para bien—. Como sabes, el hierro impide a un mago usar su magia —dijo circunspecto—, permítete sacarme esto de encima y verás cómo se abre ante ti una nueva vida.
El resto de los bandidos lo miró dubitativamente.
—No tenemos cincel —dijo uno—, ni mazo.
Kabul Aqba se giró hacia los dos hombres que habían traído la alfombra.
—Esto es todo lo que había —informaron—. Ni huellas ni signos de cabalgaduras.
En ese momento, el jefe de los bandidos se acarició el bigote. Abdullah se preguntaba si se le habría enredado alguna vez en el aro de su nariz.
—Mmm... Me juego lo que sea a que es una alfombra mágica. Ponedla aquí. —Se giró sarcásticamente hacia Abdullah y dijo—: Siento desilusionarte, mago, pero puesto que te desenvuelves bien encadenado, te dejaré así y me haré cargo de tu alfombra, sólo para prevenir accidentes. Si de verdad quieres unirte a nosotros, primero tendrás que ser útil.
Para su sorpresa, Abdullah se dio cuenta de que estaba más enfadado que asustado. Tal vez hubiese agotado todo su miedo frente al sultán. O quizá era a causa del dolor. Estaba dolorido y magullado de rodar por la duna, y el grillete de uno de los tobillos le producía un brutal escozor.
—Pero te he dicho —afirmó con arrogancia— que no podré serte de ayuda hasta que me quites las cadenas.
—No es magia lo que queremos de ti. Es conocimiento —dijo Kabul Aqba. Le hizo señas al hombre que se había metido en la charca—. Explícanos qué es esto y te soltaremos las piernas como premio.
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El castillo en el aire
FantasíaMuy al sur de Ingary, un joven mercader de alfombras llamado Abdullah fantasea con una vida emocionante llena de bandidos y princesas en apuros. Hasta que un misterioso extraño le vende una alfombra voladora. A partir de entonces se embarcará en un...