Capítulo 4: Que concierne al matrimonio y la profecía

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Abdullah no podía imaginar qué hacía allí Hakim. Normalmente, los parientes de la primera mujer de su padre sólo se acercaban una vez al mes, y ya habían hecho aquella visita dos días antes.

¿Qué es lo que quieres, Hakim? —gritó con cansancio. 

¡Hablarte, por supuesto! —le gritó a su vez Hakim—. ¡Urgentemente! 

Aparta entonces las cortinas y entra —dijo Abdullah. 

Hakim insertó su rechoncho cuerpo entre las cortinas. 

Debo decir que si esta es toda tu seguridad, hijo del esposo de mi tía —dijo—, no opino muy bien de ella. Cualquiera podría entrar y sorprenderte mientras duermes. 

El perro que hay fuera me advirtió de que estabas aquí —dijo Abdullah. 

¿Y eso de qué te sirve? —preguntó Hakim—. ¿Qué harías si yo resultase ser un ladrón? ¿Estrangularme con una alfombra? No, no puedo aprobar tu sistema de seguridad. 

¿Qué querías decirme? —preguntó Abdullah—. ¿O has venido sólo para poner faltas como siempre? 

Hakim se sentó con porte en una pila de alfombras. 

No muestras tu escrupulosa y habitual educación, primo político —dijo—. Si el hijo del tío de mi padre estuviese aquí para escucharte, no estaría contento. 

¡No tengo que responder ante Assif por mi comportamiento ni por nada! —dijo Abdullah bruscamente. Estaba definitivamente abatido. Su alma gritaba por Flor-enla-noche, y no podía conseguirla. No tenía paciencia para nada más. 

Quizá no debería molestarte con mi mensaje —dijo Hakim levantándose arrogantemente. 

¡Bien! —dijo Abdullah. Y se fue a la parte de atrás de la tienda a lavarse. 

Pero estaba claro que Hakim no se iba a ir sin entregar su mensaje. Cuando Abdullah regresó, todavía estaba allí. 

Harías bien en cambiarte de ropa y visitar un barbero, primo político —le dijo a Abdullah—. Ahora mismo no pareces una persona adecuada para visitar nuestro emporio. 

¿Y por qué debería visitarlo? —preguntó Abdullah, algo sorprendido—. Todos vosotros dejasteis claro hace tiempo que no soy bienvenido allí. 

Porque —dijo— la profecía realizada en tu nacimiento ha aparecido en una caja que durante mucho tiempo pensamos que contenía incienso. Si te presentas en el emporio con la apariencia correcta, esta caja será puesta en tus manos. 

Abdullah no tenía el más mínimo interés en la profecía. Ni veía porqué tenía que ir él mismo a recogerla cuando podía haberla traído fácilmente Hakim. Estaba a punto de rechazar la invitación cuando se le ocurrió que si conseguía esa noche murmurar la palabra correcta en sueños (algo que le parecía seguro, pues ya lo había hecho dos veces), él y Flor-en-la-noche, con toda probabilidad, se fugarían juntos. Un hombre debería ir a su propia boda correctamente vestido y lavado y afeitado. Así que ya que tenía que ir de todas maneras a los baños y a la barbería, de vuelta bien podía dejarse caer y recoger la tonta profecía. 

Muy bien —dijo—. Esperadme dos horas antes del atardecer. 

Hakim frunció el entrecejo. 

¿Por qué tan tarde? 

Porque tengo cosas que hacer, primo político —explicó Abdullah. El pensamiento de su pronta escapada le regocijaba tanto que sonrió a Hakim y se inclinó con extrema educación—. Aunque las ocupaciones de mi vida me dejan poco tiempo libre para obedecer tus órdenes, allí estaré, no temas. 

El castillo en el aireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora