Durante un instante, el ruido fue tan ensordecedor que ahogó por completo el escándalo de la princesa Valeria. Casi todo el ruido lo hacía Sophie, que empezó con palabras suaves como ladrón y mentiroso y llegó a acusar a gritos al soldado de crímenes que Abdullah no había oído jamás y que quizá el soldado no había pensado nunca cometer. Al escuchar a Sophie, Abdullah consideró que el sonido de engranajes metálicos que solía hacer como Medianoche era más agradable que el que estaba haciendo ahora. Pero el soldado también hacía algo de ruido. Con una rodilla en el suelo y ambas manos delante de su cara, gritaba cada vez más y más alto: «¡Medianoche, quiero decir, señora! ¡Deja que me explique! ¡Medianoche, esto..., señora!». Al tiempo, la princesa Beatrice seguía añadiendo con voz áspera: «¡No, déjame explicarlo!». Y varias princesas se sumaron al clamor gritando «¡Oh, por favor callaos o los demonios nos oirán!». Abdullah intentó detener a Sophie agitando su brazo de modo suplicante. Pero con toda probabilidad, Sophie habría seguido gritando, pese a todo, de no ser por Morgan que sacó su boca del biberón, miró alrededor con angustia y empezó a llorar también. Entonces Sophie cerró la boca con un chasquido y después la abrió para decir: «Está bien. Explícate». En la relativa y reciente tranquilidad, la princesa diminuta calmó a Morgan y se puso de nuevo a alimentarlo. —Yo no pretendía traerme al bebé —dijo el soldado. —¿Qué? —respondió Sophie— Ibas a abandonar a mi... —No, no —siguió el soldado—. Le dije al genio que lo pusiera en un lugar donde alguien pudiera cuidarlo y que me llevara a mí tras la princesa de Ingary. No negaré que quería conseguir una recompensa —se dirigió a Abdullah—. Pero ya sabes cómo es el genio, ¿no? Lo siguiente que recuerdo es que estábamos todos aquí. Abdullah alzó la botella y la miró. —Consiguió su deseo —dijo el genio desde dentro con disgusto. —Y el bebé estaba armando un escándalo de muy señor mío —dijo la princesa Beatrice—. Dalzel mandó a Hasruel para que averiguara de dónde venía el ruido y todo lo que se me ocurrió decir es que Valeria tenía un berrinche. Luego, por supuesto, tuvimos que hacer que Valeria se pusiera a gritar. Fue entonces cuando Flor empezó a hacer planes. Se volvió hacia Flor-en-la-noche, que estaba claramente pensando en algo más (y ese algo más no tenía nada que ver con Abdullah, como notó Abdullah con consternación). Miraba fijamente hacia el otro lado de la habitación. —Beatrice, creo que ha llegado el cocinero con el perro —dijo Flor-en-la-noche. —¡Oh, bien! —dijo Beatrice—. Venid todos. —Y dio unas zancadas hacia el centro de la habitación. Allí estaba el hombre, con un sombrero de chef. Era un tipo arrugado y venerable con un solo ojo. El perro estaba pegado a sus piernas, gruñendo a toda princesa que se le acercaba. Lo cual, probablemente, también expresaba cómo se sentía el cocinero. Parecía desconfiar profundamente de todo. —¡Jamal! —gritó Abdullah. Después alzó la botella y la miró de nuevo. —Bueno, este era el palacio más cercano aparte de Zahzib —afirmó el genio. Abdullah estaba tan encantado de ver a salvo a su viejo amigo que no discutió con el genio. Empujó a diez princesas al pasar, olvidando por completo sus maneras, y agarró a Jamal de la mano. —¡Amigo mío! El ojo de Jamal le miró. Se le escapó una lágrima mientras a su vez retorcía con fuerza la mano de Abdullah. —¡Estás a salvo! —dijo. El perro de Jamal botó sobre sus patas traseras y colocó sus patas delanteras en el estómago de Abdullah, jadeando amigablemente. Un familiar aliento a calamares llenó el aire. Y Valeria de repente empezó a llorar de nuevo. —¡No quiero a ese perrito! ¡HUELE MAL! —¡Oh, calla! —dijeron al menos seis princesas. Finge, querida, finge, necesitamos la ayuda del hombre. —¡NO... QUIERO! —gritó la princesa Valeria. Sophie se apartó un momento de donde estaba, esto es, inclinada con ojo crítico sobre la princesa diminuta, y se dirigió hacia Valeria. —Déjalo ya, Valeria —dijo—. Me recuerdas, ¿no? Quedó claro que Valeria la recordaba. Corrió hacia ella y rodeó con sus brazos las piernas de Sophie y rompió a llorar con lágrimas mucho más auténticas. —¡Sophie, Sophie! ¡Llévame a casa! Sophie se sentó en el suelo y la abrazó. —Ya está, ya está. Por supuesto que te llevaremos a casa. Sólo tenemos que organizarlo todo primero. Esto es muy raro —comentó a las princesas que la rodeaban—. Cuando se trata de Valeria me siento una experta, pero estoy muerta de miedo de que se me caiga Morgan. —Aprenderás —dijo la princesa anciana de High Norland, sentada rígidamente junto a ella—. Me han dicho que todas lo hacen. Flor-en-la-noche caminó hacia el centro de la habitación. —Amigas mías —dijo— y vosotros, trío de amables caballeros, si pensamos en la difícil situación en la que nos encontramos y aportamos ideas, entre todos podríamos trazar un plan para liberarnos pronto. No obstante, antes de nada, sería prudente hacer un conjuro de silencio en la entrada. Eso impedirá que nos escuchen nuestros raptores. —Sus ojos, de la manera más considera y neutral, se dirigieron a la botella del genio que Abdullah llevaba en la mano. —No —dijo el genio—. ¡Intenta que haga algo y os convertiré a todos en sapos! —Yo lo haré —dijo Sophie. Se alzó con Valeria todavía aferrada a sus faldas y fue hacia la entrada, donde agarró un puñado de cortina. —Veamos, tú no eres la clase de tela que deja que pasen los sonidos, ¿verdad? — Le comentó a la cortina—. Te sugiero que tengas unas palabras con los muros y dejes eso bien claro. Diles que nadie debe ser capaz de oír ni una palabra de lo que digamos dentro de esta habitación. Un murmullo de alivio y aprobación llegó de la mayoría de las princesas. Pero Flor-en-la-noche comentó: —Te pido disculpas por la crítica, valiosa bruja, pero creo que los demonios deberían poder escuchar algo o empezarán a sospechar. La minúscula princesa de Tsapfan paseaba con Morgan, que parecía enorme en sus brazos. Cuidadosamente le pasó el bebé a Sophie. Sophie parecía aterrada y lo sostuvo como si fuese una bomba a punto de explotar. Esto pareció disgustar a Morgan que agitó sus brazos y, mientras la diminuta princesa colocaba sus manos sobre la cortina, por su cara cruzaron con rapidez varias miradas de profundo disgusto. «¡Burp!», observó. Sophie dio un saltó pero Morgan no se le cayó. —¡Cielos! —dijo—. No tenía ni idea de que hicieran eso. Valeria reía entusiasmada: —Mi hermano lo hace todo el tiempo. La princesa diminuta hizo gestos para demostrar que se había ocupado de la objeción de Flor-en-la-noche. Todo el mundo escuchó atentamente. Ahora se podía escuchar el agradable murmullo de princesas charlando juntas a lo lejos. Había incluso un grito aislado que sonaba como Valeria. —Perfecto —dijo Flor-en-la-noche. Sonrió cariñosamente a la princesa diminuta y Abdullah deseó que por lo menos le sonriera a él de esa manera—. Ahora, si os sentáis, podemos pensar algunos planes para escapar. Todo el mundo obedeció a su manera. Jamal se puso en cuclillas con el perro entre sus brazos, mirando con desconfianza. Sophie se sentó en el suelo tomando torpemente a Morgan en sus brazos y con Valeria, que estaba ahora bastante feliz, apoyada sobre ella. Abdullah se sentó con los pies cruzados junto a Jamal. El soldado llegó y se sentó unos dos sitios más allá, de modo que Abdullah agarró bien fuerte la botella del genio y asió la alfombra sobre sus hombros con la otra mano. —Esa chica, Flor-en-la-noche, es una auténtica maravilla —observó la princesa Beatrice mientras se sentaba entre Abdullah y el soldado—. Llegó aquí sin saber nada salvo lo que había leído en los libros. Y aprende todo el tiempo. Le llevó dos días cogerle la medida a Dalzel; y ahora el desdichado demonio le tiene miedo. Antes de que ella llegara, todo lo que había conseguido yo era dejar claro a la criatura que no íbamos a ser sus esposas. Pero ella piensa en grande. Tenía en mente escapar desde el principio. Ha estado organizándolo todo para conseguir que el cocinero nos ayude. Y ahora lo ha logrado. ¡Mírala! Parece preparada para regir un imperio, ¿no es así? Abdullah asintió con tristeza y miró a Flor-en-la-noche mientras esperaba a que el resto se sentara. Ella tenía puesta todavía la ropa de seda que llevaba cuando Hasruel la secuestró en el jardín nocturno. Estaba igual de delgada, graciosa y hermosa. Aunque sus ropas estaban arrugadas y un poco deshilachadas. Abdullah no tenía duda de que cada arruga, cada desgarrón y cada hilo suelto significaba algo nuevo que Flor-en-la-noche había aprendido. «¡Hecha para gobernar un imperio, desde luego!», pensó. Si comparaba a Flor-en-la-noche con Sophie, que le había desagradado por ser tan tozuda, sabía que Flor-en-la-noche tenía el doble de tenacidad que esta. Y por lo que a él se refería, eso sólo hacía a Flor-en-la-noche más excelente. Lo que le hacía desdichado era la manera en que ella cuidadosa y educadamente evitaba dirigirse a él por completo. Y deseaba saber porque. —El problema al que nos enfrentamos —iba diciendo Flor-en-la-noche cuando Abdullah empezó a prestar atención— es que estamos en un sitio del que, simplemente, no podemos salir. Si consiguiéramos escabullirnos del castillo sin que los demonios se dieran cuenta o sin que los ángeles de Hasruel nos lo impidieran, lo único que podríamos hacer sería tirarnos sobre las nubes y arrojarnos a la Tierra, y sería una buena caída. Incluso si pudiéramos superar esas dificultades de alguna manera... —Sus ojos se volvieron hacia la botella en la mano de Abdullah y, pensativamente, hacia la alfombra sobre sus hombros, pero desafortunadamente no hacia Abdullah—. No parece que haya nada que evite que Dalzel mande a su hermano para que nos traiga de vuelta. Así, la esencia de cualquier plan que ideemos ha de ser la derrota de Dalzel. Sabemos que su poder principal deriva del hecho de que ha robado la vida de su hermano Hasruel, de manera que Hasruel debe obedecerle o morir. Con lo cual, para escapar deberemos encontrar la vida de Hasruel y devolvérsela. Nobles damas, excelentes caballeros y apreciado perro, os invito a exponer vuestras ideas sobre esta materia. «¡Excelentemente expuesto, oh, flor de mi deseo!», pensó Abdullah tristemente mientras Flor-en-la-noche se sentaba con gracia. —Pero todavía no sabemos dónde puede estar la vida de Hasruel —berreó la gorda princesa de Farqtan. —Exacto —dijo la princesa Beatrice—. Sólo Dalzel lo sabe. —Pero la horrorosa criatura está siempre lanzando indirectas —se quejó la princesa rubia de Thayack. —¡Para presumir de lo listo que es! —dijo amargamente la princesa de piel oscura de Alberia. Sophie alzó la vista: —¿Qué indirectas? —dijo. Hubo un confuso clamor cuando al menos veinte princesas intentaron contárselo a Sophie a la vez. Abdullah forzó sus oídos para captar al menos una de las mencionadas indirectas y Flor-en-la-noche se estaba levantando para poner orden cuando el soldado gritó: —¡Oh, callaos todas! Esto desencadenó un completo silencio. Los ojos de cada una de las princesas se volvieron hacia él con una fría indignación real. El soldado encontró esto muy divertido. —¡Relamidas! —dijo—. Miradme tanto como os plazca, señoritas. Pero mientras lo hacéis, pensad si acaso yo he accedido a ayudaros a escapar. No, ¿verdad? ¿Y por qué habría de hacerlo? Dalzel nunca me ha hecho ningún daño. —Eso —dijo la vieja princesa de High Norland— es porque no te ha encontrado todavía, mi buen hombre. ¿Quieres esperar y ver qué pasa cuando lo haga? —Me arriesgaré —dijo el soldado—. Por otra parte, podría ayudar, y reconozco que no llegaréis demasiado lejos si no lo hago, pero siempre que una de vosotras haga que mi esfuerzo merezca la pena. Flor-en-la-noche, suspendida sobre sus rodillas, lista para levantarse, dijo con maravillosa arrogancia: —¿Qué podríamos hacer para compensarte, ínfimo mercenario? Todas nosotras tenemos padres que son muy ricos. El dinero te lloverá una vez que hayamos vuelto. ¿Quieres asegurarte una cantidad de cada una de nosotras? Podemos acordarlo. —No diré que no —respondió el soldado—. Pero no me refería a eso, bonita. Cuando empecé con esta travesura, se me prometió que conseguiría mi propia princesa. Eso es lo que quiero... Una princesa para casarme. Una de vosotras debería poder ayudarme. Y si no podéis o no queréis, entonces no contéis conmigo, estaré fuera haciendo las paces con Dalzel. Puede que me contrate para vigilaros. Esto causó un silencio, si cabe, más frío, indignado y soberano que antes, hasta que Flor-en-la-noche se calmó y se puso de pie de nuevo. —Amigas mías —dijo—, todos necesitamos la ayuda de este hombre, aunque sólo sea por su despiadada y rastrera astucia. Lo que no queremos es tener una bestia como él encima de nosotras vigilándonos. Así que voto que se le permita elegir una esposa de entre todas nosotras. ¿Quién no está de acuerdo? Parecía claro que el resto de las princesas no estaba para nada de acuerdo. Nuevas miradas frías cayeron sobre el soldado, que sonrió con burla y dijo: —Si voy a Dalzel y me ofrezco para vigilaros, de sobra está decir que nunca escaparéis. Me conozco todos los trucos. ¿No es verdad? —le preguntó a Abdullah. —Es verdad, oh, el más astuto de los cabos —confirmó Abdullah. La princesa diminuta emitió un débil murmullo. —Dice que ella está casada, ya sabéis, esos catorce niños —comentó la princesa anciana, que parecía haber entendido el murmullo. —En ese caso, que todas las que no estén casadas levanten la mano, por favor —dijo Flor-en-la-noche y levantó la suya con gran determinación. Titubeante y renuentemente, las dos terceras partes de las princesas levantó también la mano. El soldado giró la cabeza lentamente mientras las miraba y su mirada le recordó a Abdullah la de Sophie cuando, siendo Medianoche, estaba a punto de darse un festín de salmón y leche. El corazón de Abdullah se quedó quieto mientras los ojos azules del hombre viajaban de princesa a princesa. Era obvio que elegiría a Flor-en-la-noche. Su belleza resaltaba como un lirio a la luz de la luna. —Tú —dijo al fin el soldado y señaló. Para alivio del atónito Abdullah, estaba señalando a la princesa Beatrice. La princesa Beatrice se quedó igualmente atónita. —¿Yo? —dijo. —Sí, tú —dijo el soldado—. Siempre he querido una agradable, mandona y franca princesa como tú. Eso, y el hecho de que seas también de Strangia, te hace ideal. La cara de la princesa Beatrice se había vuelto de un brillante rojo remolacha. Lo cual no mejoraba su aspecto. —Pero, pero... —dijo y después se calmó—. Mi buen soldado, tendrás que saber que se supone que tengo que casarme con el príncipe Justin de Ingary. —Entonces tendrás que decirle que ya estás comprometida —dijo el soldado—. Cuestiones políticas, ¿no? Me parece que estarás contenta de librarte de eso. —Bien, yo... —comenzó a decir la princesa Beatrice. Para sorpresa de Abdullah había lágrimas en sus ojos, y tuvo que empezar de nuevo. —¡No lo dices en serio! —dijo—. No soy bien parecida ni nada de eso. —Eso va conmigo —dijo el soldado—. Puestos los pies en la tierra, ¿qué haría yo con una princesita bonita y endeble? Apuesto a que me apoyarás en cualquier lío en el que me meta y apuesto a que puedes remendar calcetines. —Lo creas o no, sé remendar —dijo la princesa Beatrice—. Y arreglo botas. ¿De veras es en serio? —Sí —dijo el soldado. Ambos se habían girado para mirarse de frente y estaba claro que los dos iban completamente en serio. Y las demás princesas habían olvidado su frialdad y su realeza. Cada una de ellas se inclinaba hacia delante con una tierna y aprobadora sonrisa. Flor-en-la-noche tenía la misma sonrisa en la cara mientras dijo: —Ahora, si nadie se opone, podemos continuar con nuestra discusión. —Yo lo hago —dijo Jamal—. Me opongo. Todas las princesas gruñeron. La cara de Jamal estaba casi tan roja como la de la princesa Beatrice y su único ojo mostraba bochorno, pero el ejemplo del soldado le había hecho envalentonarse. —Adorables señoritas —dijo—, mi perro y yo estamos asustados. Hasta que nos raptaron para que yo fuese vuestro cocinero, corríamos en el desierto con los camellos del sultán pisando nuestros talones. No queremos volver a eso. Pero si todas vosotras, sublimes princesas, os vais de aquí, ¿qué haremos nosotros? Los demonios no comen el tipo de comida que yo puedo cocinar. Sin querer faltaros al respeto a ninguna de vosotras, si os ayudo a escapar, mi perro y yo nos quedaremos sin trabajo. Es tan simple como eso. —Oh, querido —dijo Flor-en-la-noche. Y parecía no saber qué más decir. —Una pena. Es muy buen cocinero —observó una princesa rellenita con una toga roja suelta, que era probablemente la sin-par de Inhico. —Decididamente es una pena —dijo la princesa anciana de High Norland. Me estremezco sólo de pensar en la comida que esos demonios robaban para nosotras antes de que él llegara. —Se volvió hacia Jamal—. Mi abuelo tuvo una vez un cocinero de Rashpuht —dijo—, ¡y hasta tu llegada, nunca había probado un calamar frito como el de aquel hombre! El tuyo es incluso mejor. Mi buen hombre, ayúdanos a escapar y te emplearé rápidamente, con perro y todo. Pero —añadió mientras una sonrisa brillaba en la curtida cara de Jamal— por favor recuerda que mi anciano padre sólo gobierna un pequeño principado. Conseguirás comida y alojamiento, aunque no puedo costear un gran sueldo. La amplia sonrisa se mantuvo en los rasgos de Jamal. —Mi gran, gran señora —dijo—. No son sueldos lo que quiero, sólo seguridad. A cambio, cocinaré para ti comida de ángeles. —Mmm... —dijo la vieja princesa—. No estoy segura de qué comen los ángeles, pero ya está decidido. ¿Alguno de vosotros dos quiere algo más antes de ayudarnos? Todo el mundo miró a Sophie. —En realidad no —dijo Sophie bastante tristemente—. Tengo a Morgan y, puesto que Howl no parece estar aquí, no hay nada más que necesite. Os ayudaré de todos modos. Así que todo el mundo miró a Abdullah. Se puso en pie e hizo una reverencia. —Oh, lunas de los ojos de muchos monarcas —comenzó a decir Abdullah—, alguien tan poco valioso como yo difícilmente puede imponer alguna condición a tales mujeres a cambio de su ayuda. La ayuda que se da libremente es la mejor, como nos dicen los libros. —Había llegado hasta aquí en su magnifícente y generoso discurso cuando se dio cuenta de que era todo un sinsentido. Había algo que quería (además mucho). Rápidamente cambió su táctica—. Y mi ayuda será entregada libremente —dijo—, tan libre como el aire sopla o la lluvia rocía las flores. Trabajaré hasta la extinción por vuestros nobles propósitos y a cambio sólo ansío una muy pequeña bendición, lo más simple que se puede conceder... —Continúa, joven —dijo la princesa de High Norland—. ¿Qué quieres? —Cinco minutos de charla privada con Flor-en-la-noche —admitió Abdullah. Todo el mundo miró a Flor-en-la-noche. Su cabeza se alzó, bastante peligrosamente. —¡Venga, Flor! —dijo la princesa Beatrice—. ¡Cinco minutos no te matarán! Flor-en-la-noche dejó bastante claro que sí que la matarían. Como una princesa que va a su ejecución, contestó: —Muy bien. Dirigió a Abdullah una mirada aún más fría de lo normal y dijo: —¿Ahora? —O muy pronto, paloma de mi deseo —dijo él haciendo una firme reverencia. Flor-en-la-noche asintió glacialmente y caminó indignada hacia un lado de la habitación, con aspecto definitivamente martirizado. —Aquí —dijo mientras Abdullah la seguía. Él hizo otra reverencia, más firme incluso. —Dije en privado, oh, estrellado asunto de mis suspiros —señaló él. Con irritación, Flor-en-la-noche dio un tirón a una de las cortinas que colgaba frente a ella. —Probablemente todavía pueden escucharnos —dijo ella fríamente, haciéndole señas para que la siguiera. —Pero no vernos, princesa de mi pasión —dijo Abdullah acercándose tras la cortina. Se encontró en una diminuta alcoba. La voz de Sophie llegó a él claramente. —Ese es el ladrillo suelto donde solía esconder el dinero. Espero que tengan sitio ahí. Fuese lo que fuese lo que la habitación había sido antes, ahora parecía el guardarropa de las princesas. Había una chaqueta de montar colgada detrás de Floren-la-noche mientras ella cruzaba sus brazos y encaraba a Abdullah. Capas, abrigos y unas enaguas con aro que evidentemente iban debajo del vestido rojo suelto que llevaba la sin-par de Inhico, colgaban alrededor de Abdullah mientras se enfrentaba a Flor-en-la-noche. Con todo, reflexionó Abdullah, no era mucho más pequeño ni estaba más abarrotado que su propio puesto en Zanzib, que era suficientemente privado por lo general. —¿Qué querías? —preguntó Flor-en-la-noche fríamente. —¡Preguntar la razón de esta tremenda frialdad! —dijo Abdullah acalorado—. ¿Qué he hecho para que tú apenas quieras mirarme y apenas hablarme? ¿No he venido hasta aquí expresamente para rescatarte? ¿No he desafiado yo, el único entre todos los amantes desconsolados, cada peligro para llegar a este castillo? ¿No he sufrido las más agotadoras aventuras, permitiendo a tu padre amenazarme, al soldado engañarme, al genio mofarse de mí, solamente para traerte mi ayuda? ¿Qué más tengo que hacer? ¿O debería concluir que te has enamorado de Dalzel? —¡Dalzel! —exclamó Flor-en-la-noche—. ¡Encima me insultas! ¡Añades el insulto a la injuria! Ahora veo que Beatrice tenía razón y que es verdad que no me amas. —¡Beatrice! —retumbó Abdullah—. ¿Qué tiene ella que decir de cómo me siento? Flor-en-la-noche agachó un poco la cabeza, pero parecía más enfurruñada que avergonzada. Hubo un silencio total. De hecho, el silencio era tan total que Abdullah se dio cuenta de que los sesenta oídos de todas las demás princesas (no, sesenta y ocho oídos, si contabas a Sophie, al soldado, a Jamal y a su perro, y asumiendo que Morgan estuviese dormido), en fin, todos esos oídos estaban en aquel momento enfocados completamente en lo que él y Flor-en-la-noche se decían. —¡Hablad entre vosotros! —gritó. El silencio se hizo incómodo. Fue roto por la anciana princesa: —Lo más angustioso de estar aquí arriba sobre las nubes es que no hay clima del que sacar conversación. Abdullah esperó hasta que esta afirmación fue seguida por un murmullo de voces y después volvió a Flor-en-la-noche. —Y bien, ¿qué dijo la princesa Beatrice? Flor-en-la-noche levantó su cabeza con arrogancia. —Dijo que los retratos de otros hombres están bien y que los bonitos discursos también están bien, pero que ella no podía dejar de advertir que nunca habías hecho el más ligero intento de besarme. —¡Mujer impertinente! —dijo Abdullah—. Cuando te vi la primera vez, supuse que eras un sueño. Supuse que simplemente te desvanecerías. —Pero —dijo Flor-en-la-noche— la segunda vez que me viste, parecías bastante seguro de que era real. —Ciertamente —dijo Abdullah—, pero entonces habría sido improcedente porque, si lo recuerdas, no habías visto otros hombres vivos que no fuésemos tu padre y yo. —Beatrice —dijo Flor-en-la-noche— opina que los hombres que sólo sirven para dar buenos discursos son pobres maridos. —¡A quién le importa la princesa Beatrice! —dijo Abdullah—. ¿Qué piensas tú? —Yo pienso... —dijo Flor-en-la-noche—, yo pienso que quiero saber porque me encontraste tan poco atractiva como para no besarme. —¡NO te encontré poco atractiva! —vociferó Abdullah. Entonces recordó los sesenta y ocho oídos tras la cortina y añadió en un feroz susurro—. Si quieres saberlo, yo... yo nunca he besado a una joven y tú eres demasiado maravillosa para mí como para estropearlo. Una pequeña sonrisa, precedida de un hoyuelo, nació en la boca de Flor-en-lanoche. —¿Y a cuántas jóvenes dices que has besado? —A ninguna —gruñó Abdullah—. ¡Soy todavía un completo amateur! —Igual que yo —admitió Flor-en-la-noche—. Aunque al menos ahora sé lo suficiente como para no confundirte con una mujer. ¡Eso fue muy estúpido! Ella gorjeó una risita. Abdullah también. Y en poco tiempo ambos estaban riéndose a carcajadas, hasta que Abdullah dijo entrecortadamente: «¡Creo que deberíamos practicar!». Después de esto reinó el silencio detrás de la cortina. El silencio duró tanto que el resto de las princesas se quedaron sin conversación, excepto la princesa Beatrice que parecía tener mucho que decirle al soldado. Desde lejos Sophie llamó: —¿Habéis terminado vosotros dos? —Ciertamente —gritaron Flor-en-la-noche y Abdullah—. ¡Absolutamente! —Entonces hagamos algunos planes —dijo Sophie. En el estado mental en el que se encontraba ahora, los planes no eran ningún problema para Abdullah. Salió de detrás de la cortina llevando a Flor-en-la-noche de la mano, y si el castillo, por alguna razón, se hubiera desvanecido en ese momento, habría caminado sobre las nubes o, faltando estas, sobre el aire. Cruzó lo que ahora le parecía un suelo de mármol de poca utilidad y simplemente se hizo cargo de la situación.
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El castillo en el aire
FantasiMuy al sur de Ingary, un joven mercader de alfombras llamado Abdullah fantasea con una vida emocionante llena de bandidos y princesas en apuros. Hasta que un misterioso extraño le vende una alfombra voladora. A partir de entonces se embarcará en un...