Capítulo 11: En el que un animal salvaje hace que Abdullah malgaste un deseo

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El soldado se giró hacia Abdullah y lo miró. 

¿Qué se supone que significa eso?Nada —dijo Abdullah—, salvo que mi vida ha estado llena de decepciones. 

Cuenta —dijo el soldado—. Desahógate. Después de todo, yo te he hablado de mí

Nunca me creerías —dijo Abdullah—, mis penas son aún mayores que las tuyas, oh, asesino entre los mosqueteros. 

Inténtalo —dijo el soldado. 

De algún modo, no fue difícil de contar lo que brotaba en Abdullah con el atardecer y el sufrimiento que acarreaba el atardecer. Así que, mientras el castillo se esparcía y disolvía en bancos de arena en el lago celeste y todo el atardecer se desvanecía suavemente del púrpura al marrón hasta concentrarse en tres rayas de rojo oscuro, como las marcas de garra que se curaban en la cara del soldado, Abdullah contó su historia. O por lo menos, contó lo esencial. No contó, por supuesto, nada tan personal como los sueños que tenía despierto o la incómoda manera en que se habían hecho realidad más tarde. Y fue muy cuidadoso de no decir nada acerca del genio. Desconfiaba de que el soldado cogiese la botella y se desvaneciera con ella durante la noche, y la fuerte sospecha de que el soldado tampoco había contado su historia completa le animó a redactar los hechos de ese modo. El final de la historia fue bastante difícil de contar sin referirse al genio, pero Abdullah pensó que lo había hecho bastante bien. Tal como lo contó, parecía que se había escapado de sus cadenas y de los bandidos más o menos por su propia voluntad, y que después había hecho a pie todo el camino hasta el norte de Ingary. 

Mmm... —dijo el soldado cuando Abdullah acabó. Meditabundo, puso más plantas aromáticas en el fuego, que era ahora toda la luz que quedaba—. ¡Vaya vida! Pero debo añadir que creo que merece la pena, ya que estás destinado a casarte con una princesa. Eso es algo que yo siempre he deseado hacer... Casarme con una agradable y tranquila princesa de naturaleza bondadosa y con un pedacito de reino. Tremendo sueño el mío, la verdad. 

A Abdullah se le ocurrió una idea espléndida. 

Es posible que lo puedas cumplir —dijo con tranquilidad—. El día que te conocí se me concedió un sueño..., una visión, en la que un ángel de humo del color de la lavanda se me acercó y te señaló, oh, el más inteligente de los cruzados, mientras dormías en un banco fuera de la fonda. Dijo que podías prestarme una ayuda valiosa para encontrar a Flor-en-la-noche. Y que si lo hacías, dijo el ángel, tu recompensa sería casarte con otra princesa. —Esto era (o podría serlo) casi verdad, se dijo Abdullah. Sólo tenía que pedir el deseo adecuado mañana. O mejor dicho, pasado mañana, recordó, ya que el genio le había forzado a usar el deseo de hoy— ¿Me ayudarás —preguntó ansiosamente mirando la cara del soldado iluminada por el fuego— a cambio de esa gran recompensa? 

Abdullah notó que el soldado no parecía ni emocionado ni falto de interés. 

No sé muy bien qué podría hacer yo para ayudarte —dijo finalmente el soldado—. Para empezar, no soy ningún experto en demonios. No parece que haya muchos aquí tan al norte. Lo que deberías hacer es preguntarle a alguno de esos malditos magos de Ingary lo que hacen los demonios cuando raptan princesas. Los magos lo sabrán. Si quieres, yo podría ayudarte a sacarle la verdad a alguno. Sería un placer. Pero en cuanto a la princesa, estas no crecen en los árboles, ya sabes. La más cercana debe ser la hija del rey de Ingary, que está allá lejos, en Kingsbury. Pero si ella es lo que tu amigo de humo tenía en mente, entonces supongo que lo mejor será que tú y yo bajemos por aquel camino y veamos qué pasa. La mayoría de los obedientes brujos del rey viven también por allí, o eso me dijeron... Parece que tiene sentido. ¿Te cuadra esta idea? 

El castillo en el aireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora