Capítulo 12: En el que la ley alcanza a Abdullah y al soldado

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Por la tarde, Abdullah casi se había acostumbrado a Medianoche. Ella, al contrario que el perro de Jamal, olía a limpio y era, a todas luces, una madre excelente. Sólo abandonó los hombros de Abdullah para alimentar a su gatito. Excepto por ese hábito suyo de crecer cuando él la enfadaba, sentía que podía llegar a tolerarla con el tiempo. El gatito, por su parte, era encantador. Se puso a jugar con el extremo de la trenza del soldado e intentó cazar mariposas (de manera temblorosa) cuando se detuvieron a almorzar. El resto del día lo pasó subido a la parte delantera de la chaqueta del soldado, mirando con avidez la hierba y los árboles y las cataratas, con su hilera de helechos, de camino a la Llanura. 

Pero a Abdullah le disgustó completamente el número que montaron el soldado y sus nuevas mascotas cuando pararon por la noche. Decidieron quedarse en la primera fonda del primer valle al que llegaron, y aquí el soldado decretó que sus gatos tendrían que disfrutar de las mejores atenciones. 

El posadero y su mujer eran de la opinión de Abdullah. Se trataba de gente ignorante que ya estaba de mal humor a causa del misterioso robo, ocurrido aquella misma mañana, de un cuenco de leche y un salmón. Corretearon de un lado a otro con adusta desaprobación y trajeron la cesta adecuada y una suave almohada que pusieron encima. Aunque huraños, se apresuraron en traer leche, hígado de pollo y pescado. A regañadientes prepararon ciertas infusiones que, según afirmaba el soldado, eran buenas para prevenir las úlceras de las orejas de los gatos. Salieron furiosos en busca de hierbas que se supone curaban a los gatos de los gusanos. Pero no pudieron creerlo cuando se les pidió que calentaran agua para el baño porque el soldado sospechaba que Mequetrefe había cogido una pulga. 

Abdullah se vio forzado a negociar. 

¡Oh, príncipe y princesa de los patrones! —dijo—, os pido que seáis pacientes con las excentricidades de mi excelente amigo. Cuando dice un baño se refiere, por supuesto, a un baño para él mismo y para mí. Ambos estamos algo sucios del viaje y un poco de agua limpia y caliente sería bienvenida, y pagaremos, qué duda cabe, los extras necesarios. 

¿Qué? ¿Yo? ¿Baño? —dijo el soldado cuando el posadero y su mujer salieron desconcertados a poner a hervir las grandes calderas. 

Sí, tú —dijo Abdullah—, o tú y tus gatos y yo nos separamos esta misma tarde. El perro de mi amigo Jamal, allá en Zanzib, era bastante menos desagradable a la nariz que tú, oh, sucio guerrero; y Mequetrefe, con pulgas o sin ellas, es también bastante más limpio que tú. 

¿Pero qué hay de mi princesa y de la hija de tu sultán si te marchas? —preguntó el soldado. 

Ya se me ocurrirá algo —dijo Abdullah—. Pero preferiría que te dieras un baño y, si lo deseas, metieras a Mequetrefe contigo. Ese fue mi propósito al pedirlo. 

Bañarte te debilita —dijo el soldado dubitativamente—. Pero supongo que mientras estoy ahí metido, podría bañar también a Medianoche. 

Usa ambos gatos como esponjas si te place, encaprichado soldado de infantería —dijo Abdullah. Y se dispuso a deleitarse con su propio baño. Como el clima de Zanzib era muy caluroso, la gente estaba acostumbrada a bañarse a menudo. Abdullah visitaba los baños públicos al menos un día sí y otro no, y ya lo echaba de menos. El propio Jamal iba a los baños una vez en semana, y se rumoreaba que llevaba a su perro con él. Abdullah pensó que el soldado, que ahora empezaba a calmarse metido en el agua caliente, no estaba más embobado con sus gatos de lo que Jamal lo estaba con su perro. Esperaba que Jamal y el perro se las hubieran ingeniado para escapar y, de ser así, que no estuviesen sufriendo las penalidades del desierto. 

Después del baño, el soldado no parecía más débil en absoluto, si bien el tono de su piel se había vuelto de un moreno más pálido. Al parecer, Medianoche había salido corriendo con la simple visión del agua pero Mequetrefe, aseguró el soldado, había disfrutado cada momento. 

El castillo en el aireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora