Pusieron a Abdullah en una mazmorra profunda y maloliente cuya única iluminación procedía de una diminuta rejilla situada en el techo. Y la luz que llegaba no era luz del día. Probablemente venía de una ventana distante al final de un pasillo del piso superior, en cuyo suelo estaba la rejilla.
Consciente de que eso era lo que más iba a echar de menos, mientras los soldados lo arrastraban, Abdullah trató de llenar sus ojos y su mente con imágenes de luz. En el intervalo de tiempo en que los soldados cerraban la puerta exterior de las mazmorras, miró hacia arriba y a su alrededor. Estaban en un patio pequeño y oscuro, de desnudos muros de piedra que parecían acantilados. Pero si estiraba el cuello hacia atrás, Abdullah alcanzaba a ver, a media distancia, el contorno de un esbelto minarete alumbrado por el oro creciente de la mañana. Se sorprendió al comprobar que sólo pasaba una hora del amanecer. El cielo sobre el minarete era de un azul profundo y sólo había en él una plácida nube. La mañana todavía ruborizaba la nube de rojo y oro, dándole el aspecto de un castillo de altas torres y ventanas doradas. La dorada luz tocó las alas de un pájaro blanco que daba vueltas alrededor del minarete. Abdullah estaba seguro de que esa sería la última maravilla que vería en su vida. Fijó allí su vista mientras los soldados lo arrojaban dentro.
Cuando lo encerraron en la fría y gris mazmorra, intentó guardar esta imagen como un tesoro, pero le fue imposible. La mazmorra era otro mundo. Durante un buen rato, estuvo demasiado abatido como para notar cuánto lo constreñían las cadenas. Al darse cuenta, las zarandeó y las golpeó cuanto pudo en el suelo frío, pero esto no ayudó mucho.
—Debo hacerme a la idea de que estaré aquí de por vida —se dijo—. A menos que alguien rescate a Flor-en-la-noche, por supuesto. —Pero eso, en tanto el sultán se negara a creer en el demonio, parecía poco probable.
Más tarde, intentó conjurar su desesperación soñando despierto. Verse a sí mismo como un príncipe raptado no ayudaba para nada. Sabía que eran sólo mentiras, y se culpó porque Flor-en-la-noche había creído que era cierto. Quizá ella había decidido casarse con él porque pensaba que era un príncipe (siendo ella misma una princesa, como ahora sabía). No podía ni imaginarse contándole la verdad. Durante unos momentos, se creyó merecedor del peor de los destinos que el sultán pudiera inventar para él.
Luego se puso a pensar en Flor-en-la-noche. Donde fuera que estuviese, seguro que estaba al menos tan asustada y triste como él. Abdullah anhelaba consolarla. Eran tantas sus ganas de rescatarla que pasó mucho tiempo tirando inútilmente de las cadenas.
—¡Puesto que lo más probable es que nadie más vaya a intentarlo —masculló—, debo salir de aquí!
Entonces intentó llamar a la alfombra, aunque estaba seguro de que esa era otra de sus tontas ideas, como sus sueños. La visualizó sobre el suelo de su puesto y la llamó en voz alta, una y otra vez, sin descanso. Pronunció todas las palabras mágicas que se le ocurrieron, esperando que alguna de ellas fuera la correcta.
No pasó nada. ¡Y qué tonto por su parte pensar lo contrario!, se dijo Abdullah. Aun cuando la alfombra pudiera escucharlo desde la mazmorra, y suponiendo que diera finalmente con la palabra clave, cómo podría apañárselas, por más que fuese una alfombra mágica, para retorcerse y entrar por la diminuta rejilla, y aún así, cómo podría ayudar a Abdullah a salir.
Abdullah desistió y se echó contra el muro, medio dormido, medio desesperado. Quizá fuese esta la hora más calurosa del día, aquella en la que la mayoría de la gente de Zanzib se tomaba cuando menos un pequeño descanso. El propio Abdullah, si es que no andaba visitando algún parque público, normalmente se sentaba a la sombra, frente a su tienda, sobre un montón de sus alfombras menos valiosas y bebía zumo, o vino, si es que podía permitírselo, y charlaba holgazanamente con Jamal. Pero ya nunca más. ¡Y este era sólo el primer día!, pensó morbosamente. «Ahora llevo la cuenta de las horas. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que pierda la cuenta de los días?»
ESTÁS LEYENDO
El castillo en el aire
FantasyMuy al sur de Ingary, un joven mercader de alfombras llamado Abdullah fantasea con una vida emocionante llena de bandidos y princesas en apuros. Hasta que un misterioso extraño le vende una alfombra voladora. A partir de entonces se embarcará en un...