«¡Qué día!», se dijo Abdullah cuando al fin se encontró de vuelta en el interior de su puesto. «¡Si continúa así mi suerte no me sorprenderá que la alfombra no vuelva a moverse!». O peor aún, pensó mientras se tumbaba en la alfombra, vestido todavía con su mejor traje, sí que lograría llegar hasta el jardín nocturno, pero sólo para descubrir que a causa de su anterior estupidez, Flor-en-la-noche estaba demasiado enfadada como para amarlo nunca más. O quizá ella aún le amaba, pero había decidido no salir volando con él. O...
Le llevó un rato quedarse dormido.
Pero cuando despertó, todo era perfecto. Justo ahora, la alfombra aterrizaba suavemente sobre el banco iluminado por la luna. Así que Abdullah comprendió que había dicho la palabra correcta después de todo y hacía tan poco tiempo que la había dicho que casi recordaba cuál era. Pero se le borró de la cabeza cuando Flor-en-lanoche llegó corriendo ansiosamente hacia él, entre las blancas flores perfumadas y las redondas lámparas amarillas.
—¡Estás aquí! —dijo ella mientras corría—. Estaba bastante preocupada.
No estaba enfadada. El corazón de Abdullah cantó de alegría.
—¿Estás preparada para salir? —le dijo a su vez—. Salta junto a mí.
Flor-en-la-noche rio encantada —definitivamente eso no era una risita tonta— y fue corriendo a través del césped. La luna debió de esconderse tras una nube porque, por un momento, Abdullah vio a la joven iluminada sólo por las lámparas, dorada y ansiosa, mientras corría. Se puso de pie y tendió sus manos hacia ella.
Mientras lo hacía, la nube se colocó justo bajo la luz de las lámparas. Y no era una nube, sino grandes alas negras y coriáceas, batiendo silenciosamente. Un par de brazos también de cuero, con manos que tenían largas uñas como garras, salieron de la sombra de esas alas batientes y envolvieron a Flor-en-la-noche. Abdullah vio cómo era sacudida y cómo esos brazos pararon su carrera. Ella miró alrededor y hacia arriba. Lo que quiera que viese le hizo soltar un único grito salvaje, desesperado, que se cortó cuando uno de los brazos curtidos cambió de posición para poner una enorme mano con forma de garra sobre su cara. Flor-en-la-noche golpeó el brazo con sus puños, pateó y forcejeó, pero todo resultó inútil. Fue elevada, una pequeña figura blanca contra la inmensa negrura. Las enormes alas volvieron a batir en silencio. Un pie gigantesco, con garras como las manos, presionó el césped a un metro del banco donde Abdullah estaba aún levantándose y una pierna coriácea flexionó los poderosos músculos de la pantorrilla para que aquella cosa (fuera lo que fuera) saltara hacia el cielo. Por un brevísimo momento, Abdullah se encontró a sí mismo contemplando una cara espantosa y pellejuda con un aro que atravesaba su ganchuda nariz y grandes ojos oblicuos, reservados y crueles. Aquello no le estaba mirando a él. Simplemente se concentraba en conseguir alzarse en el aire, junto con su cautiva.
Al siguiente segundo ya estaba volando. Un latido después, Abdullah lo vio sobre su cabeza: un poderoso demonio volador que balanceaba una diminuta y pálida chica humana en sus brazos. Después, la noche se lo tragó. Todo pasó increíblemente rápido.
—Tras él. Sigue a ese demonio —ordenó Abdullah a la alfombra.
La alfombra pareció obedecer. Se alzó del banco. Y entonces, casi como si alguien le hubiera dado otra orden, se arrellanó de nuevo y se quedó quieta.
—¡Tú, felpudo apolillado! —le chilló Abdullah.
Llegó un grito de más allá del jardín:
—¡Por aquí, hombres! El grito venía de allí arriba.
A lo largo de la arcada, Abdullah atisbo los reflejos de la luz de la luna sobre cascos metálicos y (peor todavía) las doradas luces de las lámparas reflejadas en espadas y ballestas. No se esperó a explicarle a esa gente porque había chillado. Se lanzó en plancha sobre la alfombra.
ESTÁS LEYENDO
El castillo en el aire
FantasyMuy al sur de Ingary, un joven mercader de alfombras llamado Abdullah fantasea con una vida emocionante llena de bandidos y princesas en apuros. Hasta que un misterioso extraño le vende una alfombra voladora. A partir de entonces se embarcará en un...