Los besos se intensificaban al compás de sus manos registrando roce por roce cada porción de piel sin explorar. Se apabullaban entre gemidos ahogados y movimientos ansiosos por parte de Temo, y nerviosos por parte de Aris.
Sus cuerpos actuaban independientes, impulsados por una corriente enérgica y vibrante que daba la falsa sensación de saber lo que estaban haciendo, aunque no fuese cierto. Se sentía ilusorio y a la vez tangible. No había reloj, ni distancia, mucho menos distracciones, preocupaciones o pendientes. Solo se resumía a ellos dos experimentando las secuelas de amar.
La espalda del mayor tocó el suelo tras una no tan sutil inclinación del menor besándole con vehemencia. Su pecho bajaba y subía como cuando jugaba básquet, o nadaba en el río, o corría detrás de Temo, o practicaba sus modestas coreografías que solo le mostraba al castaño porque le daba mucha vergüenza y miedo lo que otros pudieran decir, pero esta vez se sentía diferente.
Esta vez no hizo falta llevar su cuerpo al límite para demostrar que merecía estar en el equipo, o para ayudar con los sacos en la panadería y no lo acusaran de ser un chico apático pendiente de los comics y los muñequitos en la tv. No, ahora su cuerpo y mente quemaban e iban a mil revoluciones pese a no avanzar ni arder, apenas soportando la irreal visión de un Temo a horcajadas sobre su pelvis, con las mejillas imitando a chupetas de fresa y una mirada que creía le atravesaba el alma.
Temo era hermoso. La pintura más bonita de todas.
No entendía cómo habían pasado de rozar sus hombros en las curvas pretendiendo desconcentrar al otro para llegar de primeros a la meta, a estarse besando y tocando. Simplemente sucedió al igual que sucedían las miradas furtivas, los meñiques entrelazados debajo de la mesa, los apretones de hombros, los abrazos cómplices.
Aristóteles sabía lo que pasaría. La situación le recordaba a esas escenas de las novelas que veía su madre, donde cuando llegaban a un tono en especial, ella se crispaba y comenzaba a aplaudir diciéndole que se fuera, porque esas eran cosas de adultos y no podía verlas. Según, estaba muy chiquito.
Para la fecha, su madre ya no veía novelas, por lo que a él ya no le interesaba calarse trágicas historias de amor. Su única motivación era pasar el rato con su mami, pero hacía varios años que ella no paraba de trabajar. No obstante, le resultó obvio que estaban a nada de hacer «esas cosas de adultos» que su mamá procuró ocultarle a los 10 años. Y de las que nunca platicaron, por cierto.
Y ahora, pisando los casi 16, no se consideraría un niño, pero el adjetivo de adultez no deslumbraba particularmente.
Cuando Temo se apartó un poco de él y empezó a desabrochar los botones de su camisa, descubrió, para su propia sorpresa, que su corazón no había llegado a la velocidad más alta.
Entonces la realidad le estalló en la cara cual bomba de confeti.
—Espera, Temo, no... —Aris le tomó de la muñeca deteniéndolo en el acto. Temblaba. Al castaño aquello le recordó a las palabras que empleara para rechazarlo esa vez en la banca, un día de lluvia. Le supo amargo, muy amargo, pero dejó pasar eso cuando notó que los ojos de Aris parecían anegarse.
—¿Qué pasa, Aris?, ¿qué te duele? —el desconcierto pasó al susto en un pestañeo. Hizo el amago de levantarse, quizá era muy pesado. Temo prefirió no darle muchas vueltas al asunto, en especial cuando una esquina de su mente le empezaba a hacer sentir culpable de que el rizado reaccionara de esa forma.
—Es que yo... no deberíamos... alguien podría llegar... —la pena le corroía, incluso le costaba mantenerle la mirada. ¿Qué estaría pensando Temo de él?
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Sin mentiras ~ Aristemo
RomanceLa linda historia de amor de los Aristemo sufrió un revés que parece imposible de remediar. Ahora, casi 10 años después, ambos se reencuentran, pero el odio y la culpa blandean sus armas en un intento suicida por mantener alejados a ambos corazones...