Capítulo IV: Retorno

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Cuando Álvaro León estacionó su Mitsubishi, advirtió la ausencia del carro de su amigo López en el lugar asignado junto al suyo. Más que extrañarse, tuvo un mal presentimiento.

Bajó del auto y tras hacer un paneo rápido a la avenida, se dirigió a la entrada de la sede política. A él también se le había hecho un poquito tarde, pero no se preocupaba, no había citas importantes pautadas para ese día. Apenas esperó unos segundos cuando el sistema de seguridad integrado deslizó la puerta de vidrio, una adornada con el logo azul y naranja del partido.

La señora Isis, la recepcionista, lo recibió sonriente, como de costumbre, pero con un llamado de atención en su mirada. Iba a preguntar si había sucedido algo en especial, cuando avistó a un chico delgado sentado en las sillas de aluminio empotradas junto al cruce hacia el pasillo principal, el que conducía al resto de las oficinas de la planta baja. Vestía una camisa sencilla de color azul pálido, unos jeans a juego y unos zapatos formales. En su regazo reposaba un morral verde gastado que desentonaba con el atuendo.

Entonces lo entendió.

—¡Cuauhtémoc! ¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien? Aquí está el postulante, ¡tiene horas esperándote!

La verdad era que Álvaro no tenía ningún problema en hacer la clase de inducción a Juan Pablo. El detalla radicaba en que su colega se había comprometido en facilitarle el manual de identidad del partido, además de recibirlo a las 8 y media  como miembro formal de la tolda, pero eran pasadas las 11 de la mañana y el López nunca llegaba tarde a la oficina.

De hecho, nunca llegaba tarde a ningún compromiso. Y mucho menos faltaba a sus responsabilidades.

—Disculpa, Al. Ya voy para allá.

Álvaro asintió y colgó. Prefirió omitir la voz ronca de su compañero haciendo eco en un lugar que indudablemente era un baño. ¿Acaso estaba enfermo?


~•~•~•~•~•~

Quizá era la cuarta o quinta vez que le daba largo al inodoro en la última hora, ya no sabía con precisión.

La garganta le quemaba como si hubiera tomado un litro de tequila sin parar. Irónicamente sentía la lengua y la quijada insensibles. Como pudo, se dirigió hasta el espejo. Ahí se enfrentó a una versión malograda de sí mismo, una que no lo saludaba desde hacía varios años. Se asustó un poco, las incontables arcadas habían coloreado sus ojos en un tono sangre. Todo dolía, dolía demasiado.

Aún se preguntaba cómo demonios había logrado llegar a su casa. Cuando su almuerzo empezó a reptar por su esófago, apenas había abierto la puerta del sanitario de la oficina. Segundos antes de alzar la tapa del wáter, vomitó. No recordaba haber comido tanto, aunque él era de buen comer. Estuvo así por intervalos de media hora; volvía a su posición en cuclillas y dejaba salir hasta lo que ya no tenía por dentro.

Luego de dos horas atrapado, y aún mareado, se aproximó al cuarto de limpieza. No podía irse y dejar aquel reguero en el piso del lavabo, pues en una de las tantas arcadas no alcanzó a apuntar y todo había terminado afuera.

¿Cómo era posible que una simple publicación en una red social desencadenara aquel torbellino de sensaciones en él?

Refrescó su cara en un intento por despertar en otra realidad, despojarse de eso que seguramente había sido un mal sueño. Pero no. Se volvió a tirar el agua está vez con furia, esperando despertarse de la pesadilla que sabía era traer al presente a Aristóteles Córcega. No había razones para temblar de pánico, no había razones para llorar. Si él venía o no a México, si el vivía o no en este mundo, eso no debía afectarlo de ninguna manera.

Sin mentiras ~ AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora