Caminaba a pasos de bloques por los amplios pasillos de la clínica. Ni pestañeaba, parecía atento a no pasar de largo el consultorio pese a saberse el camino de memoria.
Al comienzo, le tomó poco tiempo acostumbrarse al frío del lugar y sus inalterados colores neutros. En varias ocasiones se cuestionó si ese no debería ser un sitio más alegre, tal vez así le daría menos repudio ir. Pero qué sabría él de diseño de interiores o estímulos cognitivos. Si acaso entendía las razones por las cuales accedió a zambullirse a la terapia un año atrás.
—Buenas tardes, jovencito.
Las mechas californianas y colorete excesivo de Katty, la recepcionista del piso 3, desentonaba con su blazer negro y aburrido. Se le reajustó algo del aura seria que debería portar al notar hileras rojas en los brazos del chico frente a su escritorio. Mientras su sonrisa vacilaba, la de Temo se reviraba forzando una curvatura comprimida. Escondió lo alarmante tras su espalda y siguió hacia su objetivo. No aguardaría por indicaciones ni le interesaban.
—Espera, no puedes-
Temo entró a la oficina. El hombre de 40 y pocos leía unos documentos dentro de una carpeta marrón, tal vez el expediente de algún pobre deficiente emocional igual que él. Probablemente el suyo.
Cuando Sergio supiera que ese ponzoñoso «autodiagnóstico» había regresado a su lengua, de seguro se decepcionaría. Habían trabajado duro para erradicarlo, pero cosas imperdonables le estaban debilitando y empujando a esa laguna de fango que creyó seca.
—Katty, no hay problemas. Lo atenderé —la universitaria le dedicó un soslayo desdeñoso a Temo antes de cerrar la puerta, pero él no despegaba los ojos de su terapeuta—. Algo me dice que tienes mucho qué exteriorizar —comentó Sérgio desocupando las manos y tomando su libreta plomo de cubierta dura. Después de mucho tiempo, a Temo le volvió a irritar su sonrisa amical.
—Estoy retrocediendo —no se suponía que sonara tan desesperado, pero su voz quebrada fue palpable. Entre los espasmos y el sonido pudo distinguir retazos de su espíritu.
—Toma asiento, por favor.
Más de una vez, alguna sesión empezó con esa urgencia, no era una novedad para ninguno de los dos. Escasearon en la medida en que Papancho dejó de acompañarlo, o accedió a dejarlo ir solo después de rogarle, que fue lo que sucedió. Temo gastaba mucha energía tratando de controlar sus reacciones en ese espacio donde, en teoría y práctica, debía desbordarlos sin cohibiciones. Pero lo mataba la imagen de su padre escuchando sus gritos y llantos en el pasillo. No quería lastimarlo de nuevo, no merecía eso.
Se arrimó hacia el triste sofá cobalto que hasta parecía mimetizado con el consultorio. ¿Cuántos sufrimientos habría contenido?, se preguntó. Sergio recibía a decenas de pacientes con problemas mucho más complejos que los suyos, situaciones horribles que significarían un reto para cualquiera: vejaciones sexuales, abusos intrafamiliares, trata de personas y explotación infantil, adicciones, lesiones post traumáticas, depresión. Él solo tenía un estúpido mal de amores que ya había durado demasiado, llevándose los mejores años de su vida.
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Sin mentiras ~ Aristemo
RomanceLa linda historia de amor de los Aristemo sufrió un revés que parece imposible de remediar. Ahora, casi 10 años después, ambos se reencuentran, pero el odio y la culpa blandean sus armas en un intento suicida por mantener alejados a ambos corazones...