Capítulo XXIV: de que aunque duele

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Si tienen chocolates o comidita que los haga felices, es hora de empezar a administrarlos sabiamente. Solo digo. 

Lean hasta el final.




Dos cuartos, dos baños, cocina de concepto abierto fiel a las últimas tendencias, balcón y un modesto anexo ideal para tender la ropa. Cualquiera diría que había alquilado el apartamento perfecto para unos recién casados, lo decía la descripción del inmueble, lo resaltó la broker, incluso él mismo lo pensó sin la necesidad de que alguien lo apuntara antes. Pero la realidad era que el único matrimonio que tenía era con la incesante espera.


Cuauhtémoc había sido tajante: «alquila en un lugar en las adyacencias. Aquí tienes algunas opciones». Su orden no lo impresionó, desde siempre acostumbró a querer controlar hasta el más pequeño detalle de la tarea menos importante.


Cada una de las alternativas que le envió calzaban con sus requerimientos de artista poco exigente y reservado, y tenía todo el sentido del mundo, ¿no? Al fin y al cabo, había alquilado ese lugar para estar con él, una estancia que solo adquiriría su verdadero valor de inversión cuando ponía un pie en ella. La parte negativa fue despedirse del servicio a la habitación. Ahora tenía la oportunidad de poner en práctica lo aprendido durante su independencia, o saturarse las arterias con interminables delivery. Aunque le gustaba la idea de cocinar, sobre todo por la falsa esperanza que eso le daba de ayudarlo a acercarse más a Cuauhtémoc.


Esperanza... esa era una palabra agridulce en esos instantes.


Por desgracia, nada volvió a ser igual desde aquella vez. El avance que creyó rozar se había evaporado en un dos por tres cuando Cuauhtémoc impuso una nueva regla: nada de besos. ¿Cómo se suponía que lo amara a placer si no podía disfrutar de ese dulce néctar? No tenía ningún puto sentido. Y sobre todo, ¿cómo era que él seguía accediendo a sus imposiciones?


Sí, muchas cosas habían perdido el sentido, no así su necesidad abrasiva por seguir viéndose pese a todo.


—Iré más tarde. Llevaré el almuerzo.


—Genial, estoy muy cansada de ver a los trabajadores instalar el juego de cuarto.


Aristóteles rio mesurado tomando las llaves. Su salida del hotel implicó la salida de Mariangel, quien alquiló en un modesto conjunto residencial a 20 minutos de ahí. 


—¿Se verán hoy? —el desprecio por Cuauhtémoc iba en ascenso con el pasar de los días, Aristóteles lo podía sentir. Mariangel ni se preocupaba en disimularlo. Quizá se adelantó en creer que en esa ocasión se libraría del principal tema de discusión entre ambos desde su retorno a México.


—Es probable. A veces solo me pregunta si estoy en el depa y luego se aparece.


Ummmm, ya.


—Mari...

Sin mentiras ~ AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora