Capítulo XI: Manos

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El pie le dolía horrores, pero era de esperarse. Todo deporte de contacto implicaba el riesgo de sufrir una lesión al menos una vez. Suspiró pesadamente mientras se apoyaba sobre sus codos para apreciar la desgracia. Apuntando al extremo izquierdo de la cama estaba su pie, o algo que parecía haberlo sido porque justo en esos instantes lucia como un jamón.

A buena hora se le antojó a la vida sacarlo del juego, literalmente. Acababan de disputar los cuartos de final del Campeonato Regional de Baloncesto y él ya no figuraría en la alineación. Su intención de evitar el inminente tacleo de un contrincante contra Temo habría sido un éxito si él hubiese caído bien. Cuando el balón bajó por la red y el marcador contabilizó la ventaja por la mínima, su grito de dolor quedó opacado por el estallido del público. Habían ganado en la raya.

El entrenador disimuló su descontento y se abocó a socorrerlo, no así sus compañeros de equipo que no dudaron en quejarse de su «exagerada osadía». Pero siquiera el castaño salió del combate sin un rasguño, por lo que a su parecer, se podía dar por bien servido. Era su trabajo, ¿no? Ambos eran los mejores lanzadores y el castaño tenía el balón en manos a tres segundos de terminar el cuarto periodo. Necesitaban esos puntos.

—Aris, ¿cómo te sientes? —en el quicio de la puerta de su habitación apareció Temo con una tenue sonrisa y una bolsa de hielo. Aris le respondió con una mueca.

—Me duele mucho —el López asintió comprensivo, se suponía que los esguinces dolieran.

—Qué mal que terminaras el juego así, herido... —Temo se dirigió hacia el pie de su novio cuidando hasta sus pasos para no tropezar y caerle encima. Sabía lo mucho que debía estar sufriendo Aris y lo menos que quería era causarle otro malestar.

La expresión del rizado pasó al alivio casi de inmediato en cuanto la bolsa de hielo tocó su pie.

Se sentía bien no sentir dolor, pero más que eso, se sentía bien que se preocuparan por él.

—Sí, pero me conformo con saber que tú estás bien —Temo alzó la cabeza. Aris le contemplaba con una expresión de infinita adoración mezclada con calma y agradecimiento. Eso lo conmovió profundamente, no había día en que no le demostrara lo importante que era para él. Y esos eran los detalles que reforzaban la idea en Temo de que al lado de Aristóteles jamás tendría que preocuparse de cosas funestas. Allá afuera siempre encontraría ataques, señalamientos, intimidaciones, pero sabía que nunca sería lastimado entre los brazos de su rizado.

—Gracias. Pero de todas formas me pone triste verte así... —Aris negó en contraste con la expresión apenada del castaño.

—Tú tenías el balón, ibas a hacer el tiro de la victoria. Era mi deber cubrirte. Además, eres mi novio, no iba a dejar que te hicieran daño.

Temo se sentó a su lado lo suficientemente cerca como para abrazarle por los hombros y recostar su cabeza en la de él. Le encantaba la que producía en su piel las caricias de los sedodos rizos, lo hacía sentir tan cercano a Aris.

Una sonrisa bailoteaba en su rostro, incapaz de ocultar cuánto le emocionaban las palabras de Aristóteles. Amaba que fuese transparente con sus sentimientos, siempre diciéndole todo lo que pasaba por su mente sin importarle lo empalagoso que sonara.

Él amaba todo de Aristóteles.

—Entonces seré el mejor enfermero para ti —el otro rio. Temo pestañeó varias veces confundido.

Sin mentiras ~ AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora