Capítulo XXIII: y nos damos cuenta

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Las dicotomías bailaban sobre el escritorio. Roían, se afincaban, daban volteretas y regresaban al punto de partida donde la mente de Cuauhtémoc se sofocaba al verse, de nuevo, escaso de una respuesta concreta. No amaba a Aristóteles, pero el ferviente sentimiento quemándole por dentro cada vez que se veían se asemejaba tanto a amar, que creía merecer piedad ante la inconsistencia de sus acciones. De todas formas, no quería pensar en eso. Darle poder a esos pensamientos era garantía de dilucidar que pese a lo dicho y jurado, las murallas a su alrededor se estaban agrietando.


Pero no era iluso, podía notar que algo en toda esa locura lo fascinaba. ¿Era el placer de hacer algo moralmente cuestionable, prohibido?, también sentía que la percepción cambiaba un poco cuando las promesas se filtraban, reptando las acciones disfrazadas de palabras imposibles de borrar pues, para su fortuna o infortunio, su memoria recordaba muchas de las entonadas por Aristóteles alguna vez.


Lo molestaba a la vez que lo perturbaba que de la nada decidiera dejar atrás las mentiras. ¿Por qué?, ¿por qué ahora?, ¿por qué tan sorpresivamente? Cuauhtémoc contenía la respiración y magullaba la cara interna de su mejilla para no arrojar una respuesta peligrosa. Él no estaba para caballos de Troya.


—Y entonces podríamos cubrir la asamblea ciudadana... ¿Me sigue?


La expresión distante iba acorde con los dedos de Cuauhtémoc sobre sus labios y el tac tac del incesante movimiento de su pierna izquierda. Juan Pablo estuvo tentado de chasquear los dedos para recuperar tantito de su atención, pero no se le hizo apropiado siendo el presidente del partido. Optó por aclarar la garganta, gesto que el castaño captó al rato.


—Ah, sí, te escucho —el moreno frunció los labios ligeramente.


—Le decía que en la próxima asamblea ciudadana podría hacer las tomas mientras usted está escuchando a los votantes.


—A los ciudadanos —el joven alzó una ceja confundido.


—Sí, por eso. Los votantes —Cuauhtémoc negó airoso como si su abstracción de hace segundos jamás hubiese ocurrido.


—No debemos perder el foco. Antes que verlos como los necesarios para obtener un puesto de poder, debemos verlos como personas capaces, pensantes, con expectativas.


El diseñador entendía la mística del partido, no la habría considerado para postularse de lo contrario, pero en esos momentos cuando más presionado se sentía por rendir y destacar para asegurar su lugar de trabajo, su jefe lucía como un adolescente pensando en pajaritos preñados y de la nada volvía a una postura reflexiva. Era clarísimo que estaba muy cambiado. 


—¿Me permite hacerle una pregunta? —las perlas cafés se dilataron un poco. El político asintió—. ¿Los rumores de su romance con Symanski son parte de una estrategia para las elecciones?


La tensión en el semblante de Cuauhtémoc viajó tan rápido que Juan Pablo temió formar parte de la lista de desempleados. Pero pese a lo que se pudiera deducir de su reacción, al castaño realmente no le afectaba lo que los medios cotillas dijeran de ellos. Incluso podría tomar como un halago que los emparejaran considerando la pulcra trayectoria del judio. No se indignaría de nuevo porque la gente lo viera como la pareja de, o el supuesto amante de en lugar de sobresalir por sus virtudes y logros. Para qué darles el gusto cuando podía responder con acciones contundentes. Lo que sí le importaba era la imagen preyectada frente a sus compañeros. Sería inconveniente pretender convencer a un electorado cuando en sus filas internas pudieran estarse cocinando cuchicheos. 

Sin mentiras ~ AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora