Capítulo XXVI: amarnos

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—¿Qué pasa, Aris? Luces raro.


—¿Ah?, ¿cómo raro? Estoy normal, soy el mismo de siempre.


—No, no seas menso. Luces como si ocultaras algo —la evidencia subió rápidamente a los pómulos del rizado causando en Cuauhtémoc una carcajada—. ¿Ves que sí te traes algo entre manos? —Aris apretó el agarre en su piano. En efecto, sujetaba entre sus manos el instrumento con el que planificaba declararse en cuestión de minutos. Se arregló un rulito desviando la mirada y entonando una risita nerviosa—. No sabes disimular. Pero está bien, no seré un pesado. No tienes que decirme si no quieres —le dio un fraternal apretón en el hombro que esperaba lo relajara. Lo cierto era que aunque a Temo le encantaba saber todo de él, había aprendido a respetar su privacidad y no lo presionaría. De algo había servido que se arreglaran las cosas entre ellos luego de la confesión en la banca y las peleas con Diego. Lo que Temo desconocía era que  esa tarde de junio, Aris tenía mucho, mucho que decir y nada que callar.


De un momento a otro cual cometa surcando el cielo, había descubierto que las mariposas en su estómago no eran problemas digestivos. Sus irrefrenables ansias por verlo y hablarle no eran simples emociones de amistad. Sus viajes a la luna contemplando las camisas de Temo de colores muy serios para su edad, según los adultos de la familia, pero que a él se le hacían acordes a su personalidad. Esa euforia mezclada con ternura que lo embargaba cuando descubría un nuevo lunar, o cuando Temo le contaba sobre algo que le gustaba mucho o se le hacía interesante. Esa estrenada afición por quedarse viéndolo como si fuese la obra de arte más hermosa de todas. Y justo ahí fue que lo entendió porque, ¿qué tan común era que un amigo admirara a otro de esa forma?


No, Aris no quería a su mejor y único amigo. Aris estaba innegable y perdidamente enamorado de él. Día con día le era más notorio los minutos que se abstraía en sus ojos, en sus hoyuelos, en que disfrutaba mucho de los recorridos de la escuela a casa y viceversa, pero se le hacían cortísimos. Que su momento favorito del día era cuando se veían y el más triste cuando subía a ese lugar que debería ser un hogar, pero solo se sentía como un sitio de paso. Sí, en definitiva el López era alguien indispensable en su vida.


—Temo —determinado, agarró a su amigo de la muñeca, quien en el acto borró la sonrisa burlona y se tensó. Sentir su tacto no era lo mismo cuando tenía todo ese amor apretujado en su pecho. Muchas veces deseó poder compartirlo a plenitud, pero debía ser maduro y aceptar que no era correspondido—. Ven, subamos. Tengo algo que mostrarte.


Qué difícil se le hacía a Temo hacer a un lado que Aris tenía el poder de mover su mundo en todos los sentidos, ángulos,  matices y brillos. Se veía tan lindo con su curvatura tímida, sus ojitos luminosos, su pasión por la música y su voz melodiosa. «Deja de soñar despierto, Temo. No te va a dedicar una canción, de seguro solo te va a mostrar su avance. Ya, relájate».


Temo apenas y sí pudo asentir. Siguió a Aris escaleras arriba al compás de sus latidos, los cuales se revolucionaron unos cinco bombeos por encima del promedio cuando el agarre sobre su muñeca evolucionó a unas manos entrelazadas que en otros contextos habría sido objeto de discusión, «no fuese a ser que los vieran y se malinterpretara todo», pero no tuvo la disposición para quitarla. Se sentía tan bien, como si ese fuese su lugar predilecto: enlazado a su querido rizado.

Sin mentiras ~ AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora