Capítulo XXXIII: Stand on vessel, parte 2

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—Ya pueden intercambiar cartas.

En absoluto silencio, Sergio siguió el hilo invisible del camino trazado por las hojas de Aristóteles hacia las manos de Cuauhtémoc por encima de la pulida mesa de aglomerado y viceversa.

El dúo cruzó miradas después de deslizar las hojas, la expectación creciendo a la par de sus respiraciones como si fuese la primera vez en mil vidas que desfogaban sus sentimientos ante el otro. Tan impacientes por saber qué era ese algo que el otro amaba de él y que, en su opinión, amaban los demás, no por comprobar el sentir, sino por contrastar aquellos recitales amorosos del pasado. A la vez que también los intranquilizaba el segundo tópico: algo de ellos que los afectara negativamente y algo que le afectara directamente a su persona; un tema que, siendo honestos, jamás tocaron durante su noviazgo con la seriedad que merecieron.

Podían surgir tantas cosas de esa transparencia que no sabían qué aguardar. Preferían refugiarse en las sensaciones cálidas de anteriores citas, donde resurgieron unos gramos más fortalecidos que al entrar.

—Bien —suspiró Sergio cuando la pareja tuvo las hojas delante de sí. La luz del sol se colaba por el ventanal al extremo izquierdo de la oficina, el aroma del café los envolvía—. Temo, comienza tú, por favor.

El cosquilleo en la boca del estómago acompañó a su mudo asentimiento. Por lo general, se sentía seguro enfrentando las tareas de las terapias, sin embargo, cualquier oportunidad de recibir el corazón de Aristóteles le removía el mundo entero muy similar a la vez que cayó el peso del cosmos en su bolsillo derecho hace 10 años. ¿Cómo resultaría en esa ocasión?

Incapaz de prever el futuro con exactitud, pero albergando la flamante certeza de que cada nueva tarea los acercaba más, desdobló las hojas de cuaderno.

Las escasas arrugas alrededor de sus ojos se ensancharon en una alegría melancólica. La cursiva, prolija y pequeña caligrafía de Aristóteles lo transportó a los días en que, desafiando al destino mismo, intercambiaban notitas en clases como si no vivieran en el mismo edificio y la idea de esperar al receso fuese insoportable. Le gustó recibir una muestra física de sus pensamientos.

Sintiendo las cosquillas en la boca del estómago, se dispuso a leer:

«Me han hecho solicitudes difíciles, y esta va en la delantera. ¿Neta me pide escribir una sola cosa que me guste de Temo? Imposible, sería una falta de respeto. Si tengo que mencionar exclusivamente una cosa que amo de él, entonces me quejaré de no ser un poco más como Miguel Ángel para dibujarlo en todo su esplendor.

Todo él me encanta y todo de él admiro. Incluso si tuviese que explicarlo en una sola canción, pediría disculpas de antemano por invitarte a escuchar mi discografía. Ahí está algo de mi amor por él... todavía faltan muchas canciones más por componerle...

En cuanto al resto de las personas... creo que cualquiera que haya tenido la fortuna de estrechar lazos con Temo, adoraría su lealtad. Él hace honor a cada letra y se compromete a niveles conmovedores: es leal a las personas y a sus ideales. Estará contigo en las buenas y en las malas. Suena a alguien invaluable porque lo es...

Posdata: estuve horas delante de este pedazo de papel rompiéndome los sesos para dar una respuesta cool. Me desesperé y vacié lo que realmente pienso de Temo. Pero al final se me ocurrió un solo ALGO que amo de él y que engloba todo lo que he dicho:

Amo su VALENTÍA.

Su valentía para amar.

Su valentía para ser él mismo.

Sin mentiras ~ AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora