Capítulo XV: Claroscuro de destellos rojos

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Me pegan un grito si necesitan algo.


Temo esbozó la penosa imitación de una sonrisa. Técnicamente apenas era una línea en su rostro, pero por mucho que le costara, se esforzaba en hacerlo. Tenía la idea de que si Pancho lo veía sonreír, desaparecería el sentimiento de culpa por casi perderlo. 


¿Cómo has estado?


Mateo cabeceó, esa pregunta debería hacerla él.


—Ha sido una buena semana; quedé en un comercial de Telcel —el esbozo de Temo se profundizó al escucharle, muy similar a sus sonrisas de años antes—. ¿Y tú?, ¿cómo van las sesiones?


A Temo no le gustaba hablar sobre eso. Entraba sin expectativas y salía sin aliento, siempre al borde del llanto. Odiaba sentirse frágil, y Sergio no paraba de recordarle lo desgarrador que había sido continuar después de esa noche de lluvia.


No sé cuánto más pueda soportarlas se sinceró. Siento que es una pérdida de tiempo y dinero. Y una tortura.


No lo ves ahorita, pero te ayudarán. Debes tener paciencia, en especial contigo mismo. Sanar no es algo de la noche a la mañana.


Por alguna razón que no se molestaba en comprender, las patrañas en la voz de Mateo sonaban soportables. Él desconocía quién fue Cuauhtémoc López antes del atraco, así que no se afligía entre las comparaciones del yo del pasado y los retazos de su alma. Dentro de su ignorancia, se limitaba a compadecerse por la desventura y brindarle su apoyo incondicional. No había expectativas qué llenar.


Pero con Papancho era distinto. Él podía lastimarse pensando en el ayer, en los hubiese y en el ahora. No se lo decía, pero era consciente de que extrañaba a su cómplice de luch nocturnos y risas escandalosas. También estaba desconsolado por eso, se extrañaba, quería volver a sentirse vivo, pero por mucho que lo intentara, no se hallaba en esa nueva realidad. Cuando creía avanzar, un sonido, un recuerdo, una palabra lo hacían retroceder 100 pasos. 


Francisco tenía la esperanza de que las terapias le devolverían a su hijo y Temo no era capaz de decirle que entre más pasaba el tiempo, menos seguro se sentía de que eso ocurriera. Así que hacía lo que estaba en sus manos; sonreír rogando que algún día no doliera.


Y en el caso de Mateo, creía que le debía al menos el intentar mejorar porque si al final quedaba como una cáscara vacía, habría sido en vano su esfuerzo por no permitir que muriera desangrado. Estaba en deuda con él, Pancho y su familia entera lo estaban. No obstante, sentirse miserable se había convertido en lo cotidiano.


Al menos le gustaría aprender a disimularlo frente a las personas que amaba, así solo él sufriría.


Suspiró apuntando su atención a las flores de la mesita de cristal en medio de la sala. Sus colores vibrantes le distraían de los que él ya no poseía, y en especial, le ofrecían cierto alivio cuando no aguantaba la presión de maquillarse de estabilidad, entonces podía decir: «¿Verdad que están bonitas las orquídeas? Me gustan mucho las violetas, aunque las blancas tienen su encanto». Funcionaba con la mayoría de las personas, o aparentaban seguirle el teatro. Sinceramente, por él estaba bien que le concedieran un respiro para reconectar con la ilusión.

Sin mentiras ~ AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora