Despertaron menos incrédulos y mucho más cariñosos. Esa mañana, Cuauhtémoc se permitió pegarse a Aristóteles cual lapa retrasando así su salida de la cama. Diría que había quedado agotado de sus actividades nocturnas y por eso le costó levantarse, pero lo cierto era que sus brazos se ajustaban a su cuerpo como una reacción involuntariamente natural y no había mejor lugar donde abrazar a su persona especial que en la cama... aunque en esos momentos estuviese redescubriendo lo mágico de hacerlo en la ducha.
Pintaba castos besos en sus hombros y cuello. Aristóteles se dejaba hacer superado por el vapor del agua caliente y el cosquilleo de esos labios que deseaba exploraran su cuerpo como si tuviesen todo el tiempo del mundo. Un pequeño respingo lo asaltó al sentir las piernas de Cuauhtémoc separando las suyas y su virilidad presionando en su hendidura en una antesala de lo que pronto ocurriría. Tenía minutos matándolo a roces y se sentía a un par de oscilaciones de acabar.
—Temo...
—¿Uhmm?
—Te va a salir cara la factura del agua...
—No importa.
—Temo-mo...
—¿Uhmm?
—Ya métela.
—Ayer estabas queriendo esto y ahora me estoy tomando mi tiempo para disfrutarnos.
Otro insinuante impacto lo hizo temblar entre sus brazos, sentir su aliento chocar contra su nuca tan vulnerable y expuesta tampoco aligeraba las sensaciones, al contrario. Su Temo podía ser malditamente dulce e implacable en partes iguales y en serio que amaba eso.
—Y aún así no me dejaste pasa-ar... —olas de placer atropellaban la modulación, pero siendo sinceras, no había demasiado por decir en esas circunstancias. El goce se iba incrementando entre más y más lo sentía cerca de su entrada.
—Olvídate del ayer y concéntrate en lo que te hago sentir hoy —susurró ladino apoderándose de su quijada que se echaba hacia atrás, estacionando la cabeza en su hombro. Cuauhtémoc besó, mordió y lamió mientras con una de las manos acariciaba el vientre del cantante enjabonando lo ya enjabonado, escociendo lo que ya por dentro quemaba, avivando lo que no requería de mayor estímulo. Él mismo sufría de una combustión interna al oírlo y sentirlo ansioso, excitado y mojado.
La fibrosa espalda de Aristóteles vibró contra su pecho al enjaularlo y empezar a bombearlo. Era una coreografía que se sabían de memoria y de todas formas, la vivían con una intensidad superior a la ocasión anterior. Siempre se sentía de esa manera: más arrollador, más abrasivo, más fogoso.
Aristóteles respiraba al ritmo de los bombeos. Necesitaba descargarse cuanto antes, pero Cuauhtémoc sabía cómo extender esas caricias hasta hacerlo implorar para terminar. Uno, dos, tres, cuatro... podía escuchar con claridad la lenta fricción amortiguada por el jabón.
—¿Te gusta?
—Temo...
Sabía la respuesta sin tener que ver sus ojos, pero simplemente le gustaba recibir todo tipo de pruebas de que su tacto tenía ese efecto. Continuó masajeándolo a la par de los besos. Aristóteles se sofocaba, sus labios temblando por llegar al final.
—Tsk...
De repente, una de las manos de Aristóteles encalló en una posición incómoda: detrás de la espalda masturbándolo aún más despacio que él exprimiendo su resistencia. Asombrado y maravillado por su iniciativa, Cuauhtémoc clavó los dientes en el hombro.
Ambas manos ascendían y descendían a la par, la de él más rápido por la posición cómoda. De cualquier forma, realmente Aristóteles tampoco buscaba hacerlo venirse, solo había sido un intento de presión para conducirlo hacia donde quería, y el político lo sabía pero le encantaba hacerse del rogar. Al final funcionó, Cuauhtémoc soltó su pene, tomó el propio y mordiéndole el lóbulo de la oreja derecha, siseó:
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Sin mentiras ~ Aristemo
RomansaLa linda historia de amor de los Aristemo sufrió un revés que parece imposible de remediar. Ahora, casi 10 años después, ambos se reencuentran, pero el odio y la culpa blandean sus armas en un intento suicida por mantener alejados a ambos corazones...