Capítulo 6: El fin del mundo

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DAFNE

PISTA 6. BARELY ON MY MIND – THE REGRETTES

¿Cuántas veces en la vida esperamos que ocurra algo excepcional? ¿Cuántas veces soñamos con lo imposible sabiendo que no se va a cumplir? Nos engañamos a nosotros mismos, nos conformamos con vivir de la fantasía dejando que nuestra propia vida y oportunidades pasen de largo.

Estaba en ese momento en el que era capaz de ver cuántas cosas había dejado pasar, todas las oportunidades y experiencias que por miedo había rechazado. Era totalmente consciente de que esa situación se podía volver a dar en cualquier momento y mi único consuelo era que, de momento, había conseguido atar firme a la vida, domándola, aprendiendo las normas no escritas que regían su juego de azar. Iba ganando la partida, movía ficha de forma premeditada, sabiendo las consecuencias. Y eso me gustaba. La sensación de poder, la confianza, la seguridad, el ingenio que despertaba en mi interior.

Me gustaba todo eso que a veces terminaba quedando relegado al espacio más profundo y recóndito de mí. A ese limbo oscuro y peligroso que se tragaba todas las buenas intenciones. Ese espacio que ya conocía, que habitaba en lo más profundo de mi mente, en la esquina del día a día, aguardando el momento perfecto para asaltarme.

Pero aún no había podido conmigo, aún lo mantenía a raya.

El incidente de hacía unos días no era otra cosa que eso, un incidente. Una llamada de atención para estar más encima de esos detalles, para trabajar en mí. En mi crecimiento. En mis miedos. Le estaba dando demasiada importancia, dedicándole minutos de más, horas que podía haber invertido en leer o pasear. Pero Jon tenía ese efecto en mí. Había vuelto a escuchar su discografía del tirón, a escondidas, mientras Diego andaba distraído, cada uno en una habitación colocando cosas de la mudanza.

Su música me había demostrado que seguía doliendo, que cada nota grave que escapaba de su boca era un cuchillo directo al estómago.

También había aprendido que Diego era la mejor medicina para esas heridas; un par de besos, un revolcón en cualquier superficie horizontal de la casa y sentía que me recomponía. Con sus labios, con sus palabras dulces, con la firmeza de su cuerpo e ideas. Diego tenía todo tan claro... parecía un chico distinto al que me había dejado en medio de aquella discoteca dos años atrás. Más alto, más hombre, más sincero y abierto. Más todo.

Era casa en todos los significados que le puedas encontrar a la palabra. Y eso me gustaba.

Me lo repetía a menudo, para que no se me olvidara.

—¡Me voy! —grité desde la entrada esperando una respuesta de Diego.

—¡Espera! —escuché sus pasos, trotando directo a dónde yo estaba—. ¿Segura que no quieres que te acompañe?

Diego se erigió ante mí, despeinado y ojeroso. Llevábamos unos días ajetreados, saliendo de noche, durmiendo en la playa y haciendo excursiones al campo. Pero lo de la playa le había afectado. El pobre no había pegado ojo pensando en que iba a subir la marea y nos íbamos a ahogar sin enterarnos.

—Segurísima. Duerme un poco. Tienes un aspecto terrible. —pasé una mano por su pelo, tratando de poner orden en la maraña que gracias al sol y agua de mar cada día era más clara.

—Me duele todo... —Puso una mueca, acercándose en busca de mis caricias, rodeándome la cintura con sus brazos.

—Pobre —esbocé un mohín antes de unir nuestros labios—. Prometo cansar a la fiera.

—Por favor —suplicó con voz apenas audible—. Cánsala mucho, dame tiempo a recuperarme.

—Sí señor, no se preocupe usted. Ala, bella durmiente —comenté jocosa, dándole un beso en la mejilla acompañado de una palmadita—, vuelve a la cama.

El día que te olvide 2 © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora