Capítulo 19: Uno más

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JON

PISTA 19. THIS HELL - RINA SAWAYAMA

Las promesas son bonitas, pero siempre, al final son solo eso, promesas. Palabras que se lleva el viento y nos dejan buena conciencia, como si por prometer algo hubiésemos hecho un gran esfuerzo que simboliza el perdón o el derecho a un gran reconocimiento.

Así me sentía cuando prometí no intentar tener nada con Dafne, me sentía digno de una medalla, como si decir eso demostrara una gran madurez y autocontrol, como si estuviera por encima de mi propio cuerpo y corazón.

Poco me había durado esa superioridad moral, porque en cuestión de horas le había suplicado por un beso, y no, eso no me hacía sentir mala conciencia, pero sí lo hacía verme mendigándole, detrás de ella, mientras uno de mis mejores amigos estaba en una nevera gigante esperando a ser enterrado al día siguiente a miles de kilómetros de su país. Eso me dolía y machacaba como nada, y por eso mismo no pegué ojo en toda la noche. Aunque puede que también influyera, tras toda esa culpabilidad, que Dafne dormía a unos metros de mí y deseaba sentir su cuerpo junto al mío con una desesperación fuera de lo normal.

Quería poder hacerme preguntas grandes, de esas que te llenan la boca y parecen casi filosóficas, como: ¿está bien desear a alguien y pensar en amor estando de luto? ¿Está mal avanzar rápido, con las heridas aún abiertas y sin terminar de asumir que nunca más volverás a ver a alguien?

Estaba seguro de que si hubiese ido a hablar con Telmo él habría tenido una respuesta para todas esas preguntas, pero no le necesitaba para ver que la respuesta a todo era un quizás.

Quizás, porque tenía casi —a falta de un par de primaveras— treinta años y empezaba a ver las cosas con un poco de perspectiva, aunque no demasiada. Y los años me habían enseñado que el tiempo pasa rápido, la vida es efímera —a todos nos acababan de dar un toque de atención respecto a eso—, más aún cuando dejas que la fama te sobrepase y consuma arrastrándose a ese lado oscuro y perverso que nunca sale ante las cámaras.

Así que no, para mí no estaba mal, no estaba mal porque seguía queriendo lo mismo a mi colega y lo seguiría recordando cada día de mi vida. Pero tal y como Megumi se había erigido como la relaciones públicas junto a nuestros managers y trataba de aplacar cada mal comentario, los rumores de la prensa y todas esas noticias que habían aflorado sobre la truculenta muerte de Fred; yo había decidido centrarme en lo que me hacía feliz y me impulsaba a seguir viviendo. Mi luz. ¡Qué estúpido había sido! Pero qué bien lo había hecho al invitarla a salir según nuestros caminos se cruzaron.

Nunca creí, al menos no del todo, en el amor a primera vista. Hasta que la conocí y sentí que todo era posible. Que un perfecto desconocido puede serlo todo si se da de la manera adecuada, si ocupa el hueco exacto en tu vida, el que siempre le ha correspondido. Puede que Dafne fuera una de mis muchas posibles medias naranjas, pero era con la que me había topado primero y a la que no pensaba dejar escapar una segunda vez. Y con esa certeza, entre tanta determinación y dolor de cabeza, conseguí dormirme antes de que saliera el sol.

Me desperté por el ruido que venía del salón, era demasiado estruendoso para los que estábamos en la casa, así que al final no puede hacer más que levantarme a regañadientes, ponerme una camiseta y salir a ver qué narices estaba pasando mientras me frotaba los ojos y estiraba el cuerpo.

—¿Hay una fiesta o qué? —refunfuñé viendo cómo Hans ponía una cafetera y Lota engullía un bollo en el sofá—. Qué, cómo en casa ¿no? —Le dije tratando de suavizar mi tono con una sonrisa, pero estaba demasiado hecho polvo por la falta de sueño.

—Cariño, ya está aquí el tardón, ¿se lo decimos ya?

—No, falta Megumi. —Le recordó Hans haciéndome un saludo con la mano al que yo respondí con un asentimiento.

El día que te olvide 2 © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora