Adelanto: Las chicas de la ola

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CAPITULO 1

ANNA

Domingo 16 de Junio, 7:00 a.m.

Desperté con un dolor de cabeza impresionante. Apenas sentía el cuerpo y, aun así, me dolía cada centímetro de piel, músculo y hueso. La razón me decía que no me moviera; que me quedara en la cama vegetando bajo las sábanas un poco más, pero el infernal despertador que me había regalado las pasadas navidades mi abuela opinaba lo contrario. Alargué el brazo y lo apagué de un golpe mientras emitía un gemido desde lo más profundo de mi pecho.

Cómo odiaba madrugar. Cómo odiaba ese trasto chillón. Y cómo odiaba trabajar.

—¡Copito, a despertar! —me llamó Elena abriendo la puerta.

—¿Qué hora es? —pregunté estirándome con demasiada lentitud incluso para mí.

El hombro me chascó. Sentí tensarse de más la espalda, lo que provocó que todas las agujetas de mi cuerpo decidieran acribillarme al mismo tiempo como un montón de alfileres hundiéndose en mi carne.

—¿No acabas de apagar el despertador? —preguntó con el cepillo de dientes en la boca, entrando y sentándose junto a mí—. Hora de despertarse.

—No miro ese trasto. Nunca. —me incorporé restregándome los ojos, como si así el sueño fuera a desaparecer por arte de magia.

—Es temprano. Si te das prisa nos da tiempo a un baño rapidito. —Aseguró con la boca llena de pasta de dientes antes de salir corriendo a escupir al lavabo.

—¡Dame cinco minutos y estoy!

Salté de la cama, lo cual me dejó a escasos milímetros de comerme enterito el armario que había justo en frente.

Eso también lo odiaba; nuestra casa de alquiler era ridículamente pequeña. Pero lo cuca que parecía desde fuera, con la madera de balsa en colores turquesa, lo compensaba. Un poco, cada vez menos, pero era acogedora; al menos para las vacaciones.

Busqué con rapidez un bikini, me lo puse, recogí mi melena oscura en una coleta y me puse el primer vestido que pillé entre la montaña de ropa que se acumulaba en las baldas y amenazaba con provocar una avalancha de dimensiones épicas. Metí en una bolsa el uniforme del Shark and Snack y corrí a por algo de comida y un analgésico que calmara los dolores.

—¡Estoy! —chillé con las llaves del coche en la mano—. Te espero en el coche, conduzco yo.

Me sorprendió un día radiante; aún era visible el amanecer en tonos ambarinos y rosáceos que, poco a poco, daba paso a un azul blanquecino moteado por pequeñas nubes que acabarían desapareciendo a lo largo del día. Tenía pinta de que iba a ser un día de los calurosos, en los que el bar se llenaba de gente en busca de aire acondicionado gratis, helados y muchas bebidas bien frías. Eso suponía más trabajo, pero por muy pesado que me resultara tenía que afrontarlo con buena cara. Rodeada de buena compañía las horas se pasaban más rápidas, más aún si comenzaba el día en el mar, bajo una tabla, viendo el sol alzarse en el cielo y calentando mi piel.

Al poco de arrancar, Elena se subió en el puesto del copiloto y me dirigió una sonrisa guasona.

—Hay que ver qué vida te das cuando quieres...

—No me seas quejica y vámonos. ¿Vienen las chicas?

—Ni idea. —Se encogió de hombros y comprobó el móvil mientras salía de la casa dirección a la playa más cercana y con las mejores olas de toda la isla—. Donna no da señales de vida y Fifi me ha dicho que tenía que pasear a Gordi.

El día que te olvide 2 © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora