Capítulo 12: Una buena decisión

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DAFNE

PISTA 12. MAIN GIRL - CHARLOTTE CARDIN

—Preciosa... —murmuró Diego contemplándome apoyado en la puerta de la habitación.

Acabábamos de volver de tomar algo, Carlota ya estaba en la habitación de invitados, seguramente procesando que era la primera vez en su vida que salía por ahí y no bebía más que una Coca-Cola.

—¿Yo? ¡Qué va! —respondí sacándole la lengua mientras me deshacía de la camiseta, que era lo único que me quedaba tras quitarme los pantalones según había entrado a la habitación.

—Eres lo más bonito que he visto nunca. —Avanzó hacia mí en una zancada, con decisión. Me pilló de espaldas, guardando la ropa en el armario, con un movimiento firme y grácil me atrapó por la cintura y me hizo girar entre sus brazos hasta dejar nuestros pechos unidos. Dejé escapar una carcajada que rápidamente sofocó con sus labios sobre los míos. —Y que veré en mi vida.

Regó mi cuello de besos, murmurando palabras inteligibles contra mi piel. Eché la cabeza hacia atrás para darle más acceso y rodeé su cuello con mis brazos mientras me abandonaba a las sensaciones.

—Dios... ¡Cómo te quiero! —mascullé antes de girarme y buscar sus labios con ansia, rodeando sus caderas con mis piernas desnudas.

Diego cargó conmigo hasta la cama y me depositó con cuidado sobre las sábanas tibias sin dejar de besarme ni un momento. A penas nos separamos para deshacernos de su camiseta, cuando eché mano hacia la bragueta de su pantalón deslizó sus labios hacia mi mentón y de ahí de nuevo a mi cuello. Me recoloqué, creyendo saber su siguiente movimiento, pero detuvo mis intentos por quitarle el pantalón e interpuso un mínimo de distancia entre nuestros cuerpos.

—¿Pasa algo? —pregunté con la respiración acelerada, echando en falta el calor de su cuerpo sobre el mío.

—Quiero que me supliques, que me hagas querer hacértelo de nuevo... —Acarició el espacio entre mis pechos bajando con distraída lentitud hasta mi ombligo y perfilando la silueta de mi ropa interior, provocando una retahíla de quedos gemidos y ronroneos—. Quiero que me hagas olvidar su nombre.

No fui consciente de lo que me estaba pidiendo hasta que vocalizó aquellas últimas palabras, gracias a eso pude aislar sus caricias de su verdadera intención.

—Diego... Te quiero a ti, te necesito a ti. ¿De verdad me vas a hacer esto? —Me incorporé apoyándome sobre los antebrazos y le reté con la mirada brillante por la excitación.

—Dijiste su nombre Dafne, yo te tocaba y pensaste en él. Me da igual que fuera de manera inconsciente, casi es peor. Hazme olvidarlo y yo te daré lo que tu cuerpo pide y estoy deseando hacer.

—Si tanto lo quieres, hazlo. Y si no, no lo hagas. —hablé con tanta seriedad en la voz como él, impostando una falsa seguridad que no creí que convenciera a nadie.

Por dentro estaba temblando, aún con eso fui capaz de hacerle a un lado pese a la fuerza de sus muslos a los lados de los míos. Me erguí del todo y retrocedí hasta dar con el cabecero de la cama, desde dónde me permití mirarle, fijarme en su rostro: estaba tenso, con los labios crispados, la mandíbula apretada —no sé si para contener el deseo o el enfado— y la mirada turbia. Y aún así, con esa estampa tan poco halagüeña, estaba arrebatador. Cada músculo de su vientre se tensaba en perfecta armonía con su respiración, el pecho subía y bajaba con pausa y sus labios estaban tan húmedos e inflamados por los besos que no hacían más que reclamar mis atenciones pese a lo retorcido de la situación. Pero me mantuve firme, lejos.

—¿Tan orgullosa vas a ser? ¿Me vas a alejar por no admitir que le imaginaste haciéndote todo lo que yo te hago?

—No es orgullo, es sentido común. ¡Te estás alejando tú solito, no me vengas con cuentos! —Esas palabras no fueron buena idea, fueron el primer paso en una serie de malas ideas de hecho.

—Ah, ósea que no tengo sentido común. Y según tú, en tu fantástico mundo donde Dafne siempre tiene razón, tengo que perdonarte y hacer como si nada mientras mi novia me llama por el nombre de su ex, ¿cierto? ¿Es eso lo que me quieres decir? —preguntó sentándose al lado contrario del mío, apoyado en el cabecero a los pies de la cama.

—Yo no he dicho eso —negué enfadada, pero al mismo tiempo confusa. ¿Había dicho yo eso? ¿Me había explicado mal en alguna de las ocasiones en las que habíamos discutido este tema?

—Pues es a lo que ha sonado. Y he esperado, ¡Dios he sido súper paciente! He esperado como un imbécil a que me pidieras perdón por propia voluntad. Pero has seguido como si nada... De acá para allá con Lota y esa gentuza.

Su voz rezumaba desprecio, tensando sus labios en un gesto que no me gustaba nada.

Ofuscada, puse los ojos en blanco y con un sonoro bufido le respondí:

—¿Por propia voluntad? ¿Tú te estás escuchando? ¡He seguido como si nada porque no he hecho nada malo! ¡Nada! ¿Lo pillas? ¡Y a Lota no la metas en esto porque es una movida tuya y solo tuya!

—Es una movida mía y tuya. Que para algo somos pareja. Te acuerdas, ¿verdad? Cuando le mandas mensajitos y le ríes las bromas ¿te acuerdas de mí?

—De verdad que no sé de qué estás hablando Diego. —murmuré abatida—. Sí, he escrito a Jon, le he escrito porque me preguntó por su hermano el día que Lota y yo fuimos con él a la playa. ¡Nada más! No le rio las bromas a nadie y tampoco estoy dispuesta a soportar broncas de nadie.

—Pues genial. —Se cruzó de brazos y mordió su labio inferior. Estaba dándole vueltas a algo, lo leía en sus ojos.

—Cariño... —Lo intenté de nuevo, suavizando el tono pasados unos minutos de miradas incesantes, cargadas de miles de cosas que no quería ver entre nosotros. Ninguna buena—. Escúchame, ¿vale?

—Hmmm...

Me apoyé sobre las rodillas y acorté significativamente la distancia que nos separaba, quedando en mitad de la cama, deseosa de que él salvara la distancia restante.

—Aunque hubiera pensado en él, que no lo he hecho, te quiero a ti. Te perdoné lo imperdonable, te quise cuando la razón me decía que no lo hiciera. Estuviste conmigo en mi peor momento, supiste hacerte mi amigo, amigo de mis amigos, recomponerme con mimo, haciéndome ser yo de nuevo. Por eso eres mi novio, por eso por las noches quiero dormir junto a ti. Y si debo tener sexo con alguien quiero que sea contigo. Porque Jon me hizo daño, me dejó rota y perdida y yo me consumí en esos sentimientos oscuros. Y sí, a veces pienso en él, porque tengo que terminar de curar la herida que me dejó. Antes lo entendías, nunca te he escondido nada —al menos, me dije a mi misma, nada importante de verdad—, ¿por qué desconfías tanto ahora?

—Porque tengo miedo ¿no lo ves? Él es famoso, rico, guapo y... te quiere, el otro día lo vi. Quiere acercarse de nuevo a ti y tú eres buena, inocente, amable; seguro que acabas perdonándole. Y entonces yo te perderé y ¿quién me va a salvar a mí cuando no te tenga? —A mitad de frase se le rompió la voz y una lágrima rodó por su mejilla hasta sus labios.

Sentí como el corazón se me contraía en el pecho. A la primera le siguieron más lágrimas mientras me miraba con miedo, el azul claro enrojecido por el llanto.

No me importó que no se aproximara él a mí, se estaba abriendo en canal, mostrándome sus miedos, sólo por eso merecía la pena dejar ese orgullo que tanto me había echado en cara a un lado y rodearle con todo mi cuerpo. Uní nuestras frentes, besé sus labios salados por las lágrimas que se le habían escapado y volví a besarle y abrazarle hasta que caímos rendidos.

—Nadie, Diego. Nadie te va a salvar, porque no te voy a dejar. —Le dije en algún momento. Esa fue la segunda mala idea. 

El día que te olvide 2 © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora