Prólogo

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DAFNE

PISTA 0. THINGS I'LL NEVER SAY – AVRIL LAVIGNE

Cerré la última caja de cartón y me senté sobre el colchón. Un escalofrío me recorrió la espalda al ver las paredes vacías y el armario con las perchas colgando sin nada dentro. Todo parecía tan desnudo. Como si hubiese pasado un huracán arrasando con todo. Y en cierta forma era lo que había sucedido. La vida, mi huracán personal, había cogido mi día a día durante los últimos años y lo había sacudido y zarandeado hasta solo dejar lo bueno, lo que me convenía.

Aún no me creía que estuviese a punto de subirme a un avión directo a Estados Unidos. Dispuesta a comerme el mundo, a hacer un máster en psicología y vivir junto a mi pareja. Iba a empezar a vivir mi propia vida, gracias a un trabajo a tiempo parcial como ayudante de un profesor en un nuevo país. Lo que más me dolía era pensar en dejar atrás a mis amigos. Amanda y Javi iban a hacer el máster juntos, en la misma universidad en la que habíamos pasado los últimos cuatro años. También a mi madre, que se iba a quedar sola en nuestra casa.

Esa idea me daba pavor, pero ella insistió en que me fuese. Decía que no podía rechazar esta oportunidad, que era algo que solo pasaba una vez en la vida. Eso me había quitado un peso inmenso de encima. Seguía sin querer dejarla atrás, en una casa vacía y con el trabajo como único refugio. Pero era mi momento, sentía que por fin tenía el control sobre mi vida. Y tenía que aprovecharlo. Era ahora o nunca. Y sus constantes insistencias me animaron a ser valiente.

También contaba con el apoyo de Lota, ella me había prometido cuidar de mi madre cuando viniese a Madrid. Aunque eso sucediera rara vez, la idea me reconfortaba. Sabía que había mucha gente pendiente de ella y que no le iba a pasar nada. Y si no, siempre podía coger un vuelo y cruzar el charco para visitarla.

—¿Estás lista? —Lota se sentó junto a mí.

—Me da miedo —Admití cabizbaja.

La mano de Lota rodeó la mía y con un empujón cariñoso trató de animarme.

—Estás siendo súper valiente. Además, lo vas a disfrutar un montón, ya verás.

—Eso lo sé, pero siento que dejo tantas cosas atrás... Me da miedo que no vuelva a ser la de antes, o al revés, que sí lo sea. —susurré compartiendo una expresiva mirada con mi amiga.

—Cariño, pero la vida es así. Hay que avanzar, cambiar, aprender. Estoy segura de que no vas a volver a ser la misma de antes, no en lo malo. Es imposible —me guiñó un ojo y apretó un poco más su mano contra la mía—. En cuanto a lo de dejar cosas atrás... Sé a qué te refieres. Pero hay huellas que son imposibles de borrar, simplemente no estabais hechos el uno para el otro, eso es todo. —me aleccionó con afecto.

Con una palmada se levantó de la cama y cogió la caja del suelo. Esa era la última que quedaba. Vi cómo se alejaba con ella, con mis últimas pertenencias y recuerdos. Ya no quedaba nada mío en la habitación, salvo yo misma, que era más mía que nunca, dueña y señora de mis emociones. Madura, responsable, cariñosa, con gente que me apreciaba y un novio fantástico que me esperaba en el coche para ir al aeropuerto. ¿Qué más podía pedir? Nada. No podía pedir nada más. Tan solo podía dar gracias por todo lo que había vivido entre aquellas cuatro paredes, en la ciudad que me vio crecer. Todos los miedos e inseguridades, las dudas, la pérdida, el amor; daba gracias por todo porque me había conducido a donde estaba ahora.

—¡Dafne, ¿te queda mucho?! —escuché su voz a lo lejos.

Esa voz que se había vuelto grave con el tiempo, esa que me había hecho sentir tantas cosas tan distintas. ¡Dios, adoraba esa voz! Era todo lo que quería escuchar cada mañana y cada noche, era hogar en cada palabra que pronunciaba. Él era mi casa, mi refugio. Lo bueno y lo malo.

También daba gracias por él, porque hubiese insistido, en vez de darme por vencida a la primera de cambio. Él me había rescatado.

—¡No, ya voy! —Miré una última vez mi habitación y cerré la puerta con un suspiro.

Adiós casa. Te echaré de menos. Me despedí mentalmente mientras bajaba corriendo las escaleras hacia la puerta de entrada. La crucé sin mirar atrás, ésta se cerró con un sordo clic y a penas un segundo después él ya estaba junto a mí. Mi madre y Lota ya se habían subido al coche —aguardaban con el motor prendido—, conteniendo las lágrimas. Yo me sentía igual de abatida, pero la ilusión me impedía derramar una sola lágrima.

—Tranquila, todo va a ir bien —Murmuró con los labios pegados a mi pelo, rodeándome con sus fuertes brazos.

Apoyé la cabeza en su pecho y aspiré con fuerza. Sí, estando juntos todo saldría bien.

Me liberó y nos subimos en la parte trasera del coche. Durante el trayecto al aeropuerto estuve inquieta, jugueteando con el colgante que no me quitaba desde hacía dos años. Llevé la pluma a mis labios en un gesto que ya era habitual y cerré los ojos. Al instante una imagen de Jon me asaltó. Esperaba no encontrármelo, pero ¿y si lo hacía? Era una de las cosas que más me echaba para atrás de mudarme.

Lota solía viajar al país para visitar a Hans, según ella así nos seguiríamos viendo a menudo. Pero... ¿Y si en una de esas me cruzaba con él? No sabía si podría soportarlo. Pero claro, eso no iba a pasar. Viviríamos en estados distintos, nos íbamos a mover en círculos que estaban a años luz unos de otros. Así que estaba a salvo. Segura. Y lo más importante, ya no le quería. No me afectaba. Si me lo cruzaba tenía claro que lo saludaría con cordialidad y seguiría con mi vida. Como si nada. Como si un nosotros nunca hubiese existido. Porque no lo había hecho, no de verdad.

Ahora era la prioridad de alguien y no cambiaba eso por nada. Jon y Dafne había sido un arranque de pasión adolescente que vivimos como si fuese el amor verdadero. Pero eso no existía más que en los cuentos. Ahora lo sabía. 

El día que te olvide 2 © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora