Capitulo Diez

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Dominick

Piso el acelerador en busca de más velocidad. Eh estado conduciendo alrededor de las calles por más de tres horas. La culpa y el arrepentimiento han estado aflorando en mi pecho en las últimas dos horas. No debí molestarme con Antonella.

¿Por qué habría de hacerlo? Ella no está obligada a quererme.

Pero pensé que lo hacía. Creí que me quería lo suficiente como para decírmelo. Entiendo la burbuja en la que ha encerrado sus sentimientos. He entendido eso siempre, me encanta la forma en cómo reímos, y jugamos. Me encanta todo de ella.

Me paso la mano por el cabello en un gesto de desesperación. Golpeo una vez más el timón con fuerza.

La quiero, pero ¿Y si ella no lo hace? No la obligaré a quererme. La protegeré hasta que todo esto acabe. Luego me alejaré. Y continuará con su vida, como si jamás me hubiese conocido.

Apenas me doy cuenta que esta es la tercera vez que paso por la casa de Antonella. Una parte de mi quiere pisar el freno, bajar del auto, ir corriendo y pedirle disculpas por todas las cosas horrorosas que le dije. Todo lo que le hice sentir. Pero la otra parte más fuerte rechaza esa idea. Si ella no me quiere, no la obligaré. Rogar a alguien, y hacer todo lo que desee la otra persona no es querer. Cariño es tener en cuenta lo que desean ambas partes y satisfacer a ambos. Es lo que no ella no entiende. No hay que confundir luchar por alguien con rogarle a alguien.

Se me nubla la vista de rabia, las traicioneras lágrimas empiezan a aparecer nuevamente. Trato de bloquear mi mente mientras piso el acelerador.

****

Antonella.

Caí al suelo estrepitosamente golpeándome las rodillas.

Bill se acercó a mí agarrándome de nuevo del brazo. Noto una punzada de dolor y observo que sus dedos están blancos de cogerme la extremidad con tanta fuerza. Gimo mentalmente de dolor y forcejeo en vano. Me alza sobre su hombro con una facilidad sorprendente y rápida, lo cual hizo que sienta vértigos y ganas de vomitar. No sé si quería vomitar porque estaba siendo tocada por el hombre que probablemente me mataría, o porque el yogurt que había tomado hace unas horas me estaba cayendo mal.

Me lanza en el mueble de la sala de estar y se desaparece en dirección del comedor. Desorientada totalmente me levanto con torpeza y empiezo trastabillar hasta casi llegar a la puerta principal. Una mano rodea mi cintura con fuerza y me arrastra hacia la sala de estar. Hasta ahora no se me había ocurrido chillar. Empiezo a gritar todo lo fuerte que tengo pero los gritos no me salen como esperaba. Incluso se e entrecortan, pero no cedo y trato de tragar saliva para poder gritar más fuerte.

—Nadie te va a escuchar—dice Bill completamente sosegado.

—Suéltame—gruño forcejeando.

—Claro damita— dice sin mucho caso.

Pongo toda la resistencia que puedo, pero él me arrastra con una facilidad sorprendente. Veo una silla en medio de la habitación y me sienta en ella. Abre su mochila sacando una cuerda gruesa enrollada con descuido. Abro los ojos desmesuradamente mientras mi cerebro trabaja con rapidez. Me doy cuenta de lo que hará así que me levanto sin pensarlo y salgo corriendo, tropezándome con la pequeña mesa de mi madre.

- «Levántate y empieza a correr»- me digo a mi misma.

En cuanto estoy a punto de hacerme caso, siento las duras manos de Billy jalándome. Forcejeo y doy una patada, que lo hace gemir del dolor. No me dispongo a ver dónde le cayó. Me levanto y corro en dirección opuesta a dónde él está. Subo corriendo las escaleras tratando de idear un plan. Pero mi cabeza no funciona como debería. Llego a mi habitación y sigo sin tener un plan. Volteo hacia todos lados y salgo de mi habitación. El primer lugar que él buscará, será ahí, así que corro hacia la habitación de mi madre pero no encuentro muchas posibilidades de escapar desde ahí. Me acerco hasta la ventana y veo los barrotes. Empiezo a desesperarme.

AnormalidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora