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Toda mi vida creí que el amor era algo que inventado los sentimentales como una ilusión fantasmal o un cuento que se les contaba a los niños para hacerles creer que la vida tenía un propósito, un compañero.
Cuando era niño nunca me contaron ese cuento.
Realmente jamás imaginé el amor como una posibilidad para mí. ¿Cómo hacerlo si nunca había visto lo que era el amor en realidad?
En mi familia los matrimonios eran acordados y no por amor. Así como la descendencia era una obligación no una elección. Desde pequeño me había hecho la idea de que mis padres no me amaban, sin embargo, me apreciaban lo suficiente como para reconocer mis talentos.
Mis talentos no eran natos, porque tener ciertas habilidades y destacar en ellas solo se era posible si mis padres consideraban ese talento como algo "digno de honrar a la ancestral casa de los Black". De niño disfrutaba de componer piezas musicales con la guitarra, no duró mucho ese amor por que mi madre lo considero indecente y entonces cambié la guitarra por el violín, para luego pasarme del violín al chelo hasta llegar al piano que había resultado ser mi talento, el talento que podía ser aceptado.
Un amor que yo no había escogido, un amor que se me había asignado.
Era pasada la jornada escolar y yo esperaba en aquella sala que había adoptado como refugio, pasando el tiempo frente al enorme piano. Componiendo una canción de amor sobre mi enemiga y yo no podría sentirme más eufórico.
Le había prometido hacerla sentir y valla que quería cumplir esa promesa. Mientras mis dedos viajaban por las teclas del piano imaginando el cuerpo de Julieta me preguntaba ¿qué cosas podría hacerme sentir ella?
¿Qué cosas me faltaban por sentir?
Repitiéndome a mí mismo que solo lo hacía por Theo, por mantener a mi mejor amigo, comencé a exclamar:
—¡Qué dulces suenan las voces de amantes en la noche, igual que la música suave al oído!
La puerta cerrándose se escuchó al momento que siguieron las suaves y elegantes pisadas de mi propio fruto prohibido.
—¿Regulus Black ha recitado un poema? — la voz angelical de la diosa de cabellos negros y ojos ambarinos me dio un escalofrío.
—Si, es tuyo. — dije mirándola a los ojos. — Guárdalo y recuérdalo cuando pienses en mí.
—¿Qué te hace pensar que pienso en ti?
Quería decirle que me lo decían sus ojos cuando me miraba con curiosidad, que me lo gritaba su boca cuando entre había los labios como si esperaran los míos y que me lo decía al estar aquí ahora.
—La esperanza de que me hagas digno de tu compañía. — dije mirándola por encima del piano.
Yo no era alguien romántico, pero decir esas palabras para ella eran sencillas si tomaba en cuenta mi propósito. Nada de esto era real, solo era una pequeña travesura, un sacrificio para que mi mejor amigo permaneciera a mi lado.
