CAPITULO 10

247 27 16
                                    


Karla me conoce tan bien, sabe cómo atraparme con sus encantos y lo mucho que deseo su cuerpo para perderme en ella, en su seducción... Así que mientras me quitaba la camisa y besaba mis labios y mi cuello sin detenerse, mi piel se erizaba de satisfacción cuando sus manos acariciaban mi espalda, era su calor que tanto extrañaba, era su cuerpo tan femenino que alucinaba en mis noches, era ella.

Karla se separó de mis labios y me empujó a la cama para después subirse en mi regazo, su vestido dejó al descubierto sus lindos muslos que acaricié con desesperación.

— Quítate el sostén — dije perdida en el deseo de volver hacerla mía — déjame tocarte, necesito tocarte.

Ella sonrió y cumplió mi petición, apenas se deshizo de su vestido cuando dejó sus enormes pechos al aire, tan únicos y medievales, las mujeres son toda una obra de arte, me encantan las mujeres.

— Haz lo que tengas que hacer — me dijo agitada moviendo su regazo contra el mío, sentí la excitación mas grande del momento y mis manos fueron a sus pechos, los acaricie lentamente viendo los perfectos gestos que Karla hacia porque le gustaba esto.

Detalles sobran para describir la forma en que hicimos el amor, tan intenso y lleno de amor, de magia y delicadeza, más de una vez dijo que me amaba y que sería mía por el resto de su vida, sus ojos, sus gemidos, sus labios... Todo me había entregado.

Sin embargo, algo había cambiado en nuestro amor, no era lo mismo, de alguna manera lo sentía extraño y no sabía que porque.

(...)

(Una semana después)

Dieron las seis en punto cuando salí a correr por la calle y el sol apenas se asomaba en esa madrugada tan fría, detuve mi camino en medio del parque, estaba cansada, planeaba dejar hasta allí el ejercicio, asi que me fui a una banca de esas que hay en los parques y me senté, miraba el suelo distraída que no sentí cuando alguien pegó el vaso ligeramente caliente sobre mi mejilla.

— Hola — dijo en cuanto la volteé a ver.

Era Isabelle quien estaba sentada a mi lado con su hermosa sonrisa de siempre, usaba su bata de medico y le quedaba perfecta.

— Isabelle, ¿Qué haces aquí?

— Vengo del trabajo — respondió entregándome el café de maquina que seguramente acababa de comprar — esto es para ti, hoy hace frío.

— Gracias... Entonces ¿Vienes de el hospital?

— Así es, apenas ayer me incorporé — respondió algo tímida — me gusta mucho, todos son amables.

— Que bueno.

Nuevamente nos quedamos en silencio, el viento era lo único que se escuchaba y a mi las manos me sudaban de nerviosa, ella me ponía nerviosa.

— No sé que decirte — dijo de repente.

— ¿De qué?

— De lo de hace una semana — respondió apenada — ese Firsch y sus cosas, te juro que no lo sabía, nunca me lo dijo.

— Ah, no te preocupes.

— ¿Cómo no lo voy hacer? Era tu ex quien cenaba con nosotros — apreté mis labios, ¿Debía decirle que había vuelto con Karla?.

— Bueno, no todo es malo, Firsch fue de gran ayuda.

— ¿Por qué lo dices?

— Gracias a esa invitación, Karla y yo hablamos de nuestras diferencias y...

— ¿Y?.

— Volvimos — sonreí — el amor es algo loco, en realidad estuve muy feliz de verla, está vez va a funcionar — respondí pero Isabelle no estaba contenta, no sonreía ni se veía feliz — ¿No dirás nada?

LA GUITARRISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora