CAPITULO 11

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Viajábamos a mitad de noche, ella había llorado lo suficiente y ahora dormía cansada y triste mientras yo manejaba el auto, íbamos directamente a la cabaña que había comprado hacia un par de meses en la montaña de Toponga, quedaba poco tiempo para llegar pero mi mente era un caos. Sé que de ahora en adelante nada iba a estar bien, que posiblemente esto traería más problemas para las dos, pero era mejor que dejar que ese idiota la golpeara una vez más.

Finalmente llegamos a la cabaña, la luna redonda desprendía una brillante y hermosa luz, había sombras de árboles y los búhos cantaban sus melodías sobre las ramas. Apagué el auto y miré a Isabelle que dormía.

- Ey, ya llegamos - dije tocando su hombro pero no respondió a mi llamado, volví la mirada al frente y suspiré observando la cabaña en medio de la penumbra oscuridad.

Los minutos comenzaron a correr para formar aquella hora en la que estuve  sentada sin hacer otra cosa que ver detalladamente a Isabelle, la forma en la que vive sus sufrimiento es desgastante pero incluso su sufrimiento es celestial.

Terminé con ésto abriendo la puerta del auto y luego caminé hacia donde Isabelle estaba, mis zapatos se hundían en la nieve blanca y titiriteaba de frío, cuando llegué abrí su puerta, ahora tendría que llevarla adentro de la cabaña, recorrí a mis fuerzas y logré cargarla en mi espalda, sujeté bien sus piernas entre mis manos y su cabeza quedó recostada en mi espalda. Mi pequeño viaje comenzó, al llegar a la puerta dí el giro a la llave y está se abrió, prendí las luces y enseguida una escena rústica coloreo mi vista.

Seguí mi camino a la única habitación que había y entramos, recosté a Isabelle en la recámara con sábanas de lana grises y cálidas, me aseguré de proteger su cuerpo del del frío, Isabelle solo seguía durmiendo entré suspiros dolorosos, ella estaba mal

- Ya no sufras, ya no lo hagas - susurré acariciando su mejilla reseca por sus saladas lágrimas.

Pero mis labios palpitan por besar los suyos así que para calmar mi sed de ella salí de la habitación, ya afuera encendí el fuego y me senté frente a la chimenea para tomar una copa de vino.
Contemplando el rojo intenso de las brasas y pensando en los problemas que se avecinaban.






(...)

Al día siguiente desperté cuando apenas el sol asomaba por los arboles, todavía había oscuridad en las afueras, tallé mis ojos y me levanté con un crudo frío en todo mi cuerpo.
Salí de la cabaña, tenia que ir al pueblo mas cercano para poder contactarme con mis amigos y pedirles su ayuda, así que dejando dormida a Isabelle emprendí mi viaje en el auto.

No tardé mucho cuando llegué a las primeras casas de Toponga dónde la nieve no había tocado el suelo, los aldeanos llevaban su vida tan igual y tan simple que ver a un foráneo cerca de ellos no les llamó ni la mas mínima atención, bajé del auto con mi billetera en el pantalón y mis pasos fueron a la primera tienda que estaba abierta. No me sorprendió que al entrar hubiera ese olor a humedad y abandono, aunque ya era de día, en ese lugar parecía no existir aquello que se le conoce como SOL.

- Hola - dije al anciano que sin ganas me miró - quisiera tomar una llamada.

El viejo señaló tras de mi, volteé y ví un teléfono colgado sobre la pared, sonreí con amabilidad y luego fuí a dónde él ordenó.
Me imaginé que quizás el teléfono no funcionaría pero me quedé sorprendida cuando mi llamada entró sin ningún problema.

- ¿Bueno? - se escuchó la voz de Marthym y de inmediato me puse feliz - ¿quién habla?

- Hola Marthym, soy LP.

- ¡LP! - también parecía contento de escucharme - hace un tiempo que no te veo ¿Has estado bien?

- Difícil de decir - balbuce mirando a dos niños jugar en el patio de el centro - estoy en problemas.

LA GUITARRISTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora