[10] Lo mejor.

131 15 0
                                    

Gerardo

Como Grecia puso música, preferí ir a hablar a la cocina, necesitaba escuchar lo que quería decir o mejor dicho la mentira que me iba a contar esa noch... mañana o lo que fuera, Stephania.

—¿Qué quieres... amiga? —casi escupi lo último.

—Gerardo, ¿estás borracho?

—Sí, ¿por? —me encogí de hombros.

—¿Dónde estás?

—En un lugar.

—Dime dónde estás para ir por ti.

—Estoy bien —¿desde cuándo le importaba lo que me pasaba?—. Dime qué quieres.

—Quiero verte —negué—. Quiero recordar lo bien que la pasábamos antes de casarme.

Sí, también quería eso, pero no, yo no era su pendejo.

—No...

—¿Por qué no?

—Yo no... —decirle que no era su pendejo habría sonado muy ardido—. Tengo novia.

Eso sonaba mejor.

—No es cierto.

—Si lo es y estoy enamorado, ahora me tengo que ir, porque me está esperando, adiós —colgué y dejé el celular sobre la encimera.

Volví a la sala y me sorprendí al ver el espectáculo que estaba dando Grecia. Ya no llevaba el vestido puesto, estaba sólo en ropa interior, bueno, en bragas nada más, ya que por la hechura de su vestido no parecía llevar sostén. Vi la botella en su mano, no quería ver otra cosa, y aunque antes tenía más de la mitad, ya casi se la había terminado. Había creado un monstruo adicto al alcohol.

—¡Hey! —grité y me vio. Yo tampoco estaba como en condiciones de llamarle  la atención, ya que estaba sólo un poco menos borracho que ella—. Ponte el vestido —me acerqué a donde había dejado el vestido tirado e intenté cubrirla con él, pero considerando que sólo estaba usando una mano fallé en el intento.

—Déjame, por fin soy libre —se subió al sillón y saltó de ahí, luego empezó a dar pequeños saltos por toda la sala—. Libre soy, libre soy... —estaba seguro que la que cantaba es canción, usaba ropa.

—Grecia, ¿no te da pena que te vea así? —intento número dos de que se vistiera.

—¿No te da pena que te vea en bóxer y te vista y te desvista? —reí.

—Es diferente...

—¡Machista!

—Me refiero a que tengo una mano fracturada, no puedo hacer eso solo —me encogí de hombros.

—Yo tengo un corazón fracturado, porque todo el mundo me dio la espalda, a nadie le importo —se dejó caer en el sillón y me acerqué a ella.

—A mí me importas —la rodeé con mi brazo derecho—. Yo no te voy a dar la espalda, somos amigos —me vio y me dolió verla llorar, a pesar de todo antes no había llorado así—. No llores, no llores por gente que no vale la pena.

—Pero...

—Pero nada —negué—. Ellos se perdieron de la maravillosa persona que eres, tú vales más que todos ellos juntos.

—¿Tú lo crees? —asentí.

—Estoy seguro.

—Gracias, Gerardo —se acercó y me abrazó aún con su torso desnudo, que era en lo que menos quería pensar, porque la carne era débil.

Dos Extraños [Fanfic] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora