XVII. ÚLTIMA ESPERANZA.

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El silencio le mataba los oídos, necesitaba desesperadamente un sonido que le amartillara la cabeza, aunque fuera un tenedor arrastrándose contra un plato de vidrio. No podía tolerar un segundo más en esa mesa. Tampoco podía mantener la mirada con la de su padre por más de dos segundos, no cuando el día anterior lo llamó de las peores maneras posibles, lo denigró, ofendió y faltó el respeto sin misericordia. Ni siquiera quería imaginarse lo duro que fue para él; recibir esos comentarios de tu propio hijo debería ser un infierno. La mayor tortura. El más temido castigo.

Su padre, tan elegante como siempre, comía el desayuno sin despegar los ojos del menor. Lo analizaba con detalle, estudiaba sus movimientos. Estaba percatado de su incomodidad, su deseo de no pertenecer a esa situación. Raspó la garganta después de un pequeño sorbo al café.

—¿Hay algo que te molesta, hijo?

El pequeño de rizos sacudió la cabeza, casi visible.—No, no. Solo...no.

—¿Se debe a la junta de esta tarde?—dejó de picotear la pasta.

—¿Junta?

—La última que tendrás, más bien para que conozcas a tu futura esposa—alzó las cejas y asintió, lo había olvidado por completo.—Pero entiendo si no es lo que quieres.

—Tendré que casarme algún día.

El bufido que se produjo del hombre a su lado lo hizo pegar un salto, estaba tan perdido en su cabeza que olvidó la presencia de alguien más en la habitación. Su primo, hermano por obligación, negó con una sonrisa burlona a la vez que jugaba con un trozo de pan.

—Padre, creo que es bastante obvio que Cleo tiene una preferencia a un tipo de personas en específico.

—Oh, ¿así que tienes una preferencia a los hombres?—preguntó. El menor tartamudeó un poco mientras acomodaba sus palabras.

—Eso creo...—respondió tímido.—Pero lo único que me importa es que ame a esa persona. Tampoco podría decir que me gusta más ya que- bueno nunca he tenido una experiencia que me haga...saberlo.

—¿Le estás pidiendo a papá que te busque a alguien con quien coger?—Rommel habló.

La pregunta le sorprendió causando que sus párpados se expandieran y sus mejillas se sonrojaron sin control. Soltó el tenedor, levantó las manos por los hombros y las abrió con las palmas extendidas.—¡No, no, no! No quiero eso, por favor no.

—Rommel, respeto a tu hermano por favor—el mayor reprendió. El nombrado asintió sin poder borrar la sonrisa de haber causado al pequeño una situación incómoda.

—Lo siento, hermanito—el niño bufó entre dientes.

—Cleo...—le corrigió. Rommel alzó las cejas.

—¿Ahora si quieres Cleo? ¿A dónde se fue Harry?

Alterado, se llevó el dedo índice a los labios y siseó con desespero dirigiéndose al hombre de mierda que tenía por hermano. Donato no pudo ignorar el comentario, a lo que enarcó las cejas, bajó la taza, entrelazó y dejó las manos sobre la mesa, inclinándose un poco hacia su hijo menor.

—¿A qué se refiere Rommel, Cleo?—giró a su padre, ya podía sentir la garganta cerrarse.

—¡N-nada! Sólo está molestando, ignoralo.

—¿Ahora también mientes?—preguntó luciendo ofendido, pero todo se trataba de una fachada. Detestaba a Rommel con todo su ser.

—¿Cleo?—apurado se puso de pie, aventando la silla hacia atrás, y casi provoca que el café se vertiera en la mesa.—¡Massimo! ¿De nuevo estás haciendo que te llamen Harry?

M O R T E M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora