Shay × Haytham

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Haytham no era del tipo de hombre que se torturase demasiado tras un romance fallido, fe hecho, pocas de sus relaciones se podían llegar a considerar en realidad como un romance. Durante un par de meses había salido con Ziio, una chica encantadora, pero al final no había resultado. Y luego llegó Shay.

Claro, los primero meses de cortejo resultaron la cosa más increíble, Haytham jamás había puesto tanto empeño en algo como conseguir que Shay se fijara en él. Y no iba a negarlo, el chico, unos años más joven que él, torpe e inexperto en tantas cosas, lo tenía cautivado.

Pero ambos se la pasaban viajando constantemente, y apenas y pasaban algo de tiempo juntos.

—Yo... necesito tiempo.

Soltó Shay de la nada, logrando hacer a Haytham sentarse en la cama, incrédulo de lo que escuchaba; no sabía que hacer exactamente.

—¿Un tiempo?

Repitió tratando de asimilar las palabras, antes de negar vagamente y reír. No era de los que dejaban las cosas a medias, con él siempre eran o no las cosas, sin lugar a intermedios o dudas. Pero no le apetecía hacer la aclaración, por lo que sólo asintió.

Shay se había metido en lo profundo del corazón de Haytham, a pesar de todos los muros que se había encargado de levantar a su alrededor; pero ¿qué más daba? Ya estaba acostumbrado a la pérdida, y no era la última persona que entraría a su vida. Claro, dolería como el infierno los primeros días, quizá semanas o meses, pero en algún momento acabaría ¿verdad?

—Bien. Toma el tiempo que quieras.

Llegando al puerto, a mitad de la noche, mientras Shay y el resto dormían, bajó con sus pocas pertenencias del navío de su, ahora ex pareja, dejando todas las páginas de su diario sobre la mesa de Shay, para que pudiera disponer de ellas a placer.

Ni en las páginas del diario, ni en palabras Haytham prometió esperar a que Shay regresara. Tampoco miró atrás cuando dejó al chico en la cama, o cuando el barco comenzó a desaparecer en la distancia; simplemente se encaminó a un viejo hostal, que si bien las maderas raídas de la fachada no terminaban de convencerlo, al menos eran mejores que quedarse en la incómoda compañía de Cormac por más días.

Ya pasaría.

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