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Dirección de empresas es una carrera apasionante.

Voy a aprender un montón.

Seguro que en cuanto termine encuentro un trabajo super importante y me vuelvo millonaria.

Aquellas frases se llevaban repitiendo en tu mente desde que tenías trece años y decidiste estudiar lo mismo que estudió tu madre. Con los años habían ido perdiendo su significado, ahora no eran más que un mantra aburrido que repetías por costumbre.

Llevabas una semana entera asistiendo a tu primer año en esa carrera, y decir que no era lo que esperabas se quedaba corto. Los profesores estaban tan aburridos de las asignaturas que impartían que bastó con quince minutos de la primera hora para que el poco entusiasmo que tenías se esfumase por completo...

Fuera como fuese, tenías que aprobar todo con buena nota, hacer un par de másters y encontrar un buen trabajo: esa iba a ser tu redención. Seguro que si hacías todo eso volverías a ser la hija perfecta y a ser feliz.

Soltaste un lamento larguísimo mientras dejabas caer la cabeza encima de tus brazos, posados sobre la mesa de la biblioteca.

Echabas de menos a Jiwoo, echabas de menos tu casa, echabas de menos no comer ramen cada puto día... ¿Cuánto tiempo más ibas a tener que soportar ese calvario de vida?

Apartaste una de tus manos para meterla en el bolsillo delantero de tus vaqueros y sacar el móvil. No esperabas tener notificaciones, pero igualmente te deprimió comprobar que las cosas seguían igual que siempre. Esa vez, sin embargo, no te metiste en el perfil de tu ex mejor amiga como hacías siempre, sino que observaste esa misma foto en blanco y negro en el perfil de Jimin.

Hablarle a él era todavía más difícil para ti.

Antes de esa fiesta era fácil. Y antes de que Jiwoo se uniera a vuestra relación, podría decirse que Jimin y tú erais muy buenos amigos.

Durante el colegio y el instituto medio y superior tenías muchísimas actividades extraescolares: violín, piano, judo... y taekwondo. En esta última fue donde conociste a Jimin; aunque hubieras preferido conocerle en cualquier otro sitio en el que no llevases un Dobok arrugado por el traqueteo y en la que no estuvieses sudando como si llevaras corriendo dos días sin parar, pero así era tu vida...

Obviando el hecho de que te quedaste de piedra al ver a ese chico de sonrisa perfecta y cara de príncipe, supiste mantener más o menos la fachada impasible de siempre; total, era imposible que un chico así se fijase lo más mínimo en alguien como tú. Pero Jimin, sorprendentemente, sí que se fijó... aunque solo fuera porque os pusieron juntos a practicar.

Descubriste, al poco rato de hablar con él, que Jimin era charlatán, agradable y divertido. Y descubriste, al poco de conocerle, que os habíais hecho amigos... y que estabas colada por él. Jimin se convirtió sin saberlo en el primer chico que te había gustado de verdad.

Lo de ser su amiga también tenía su lado bueno: por aquel entonces solíais salir juntos a menudo. Le hiciste un hueco en tu vida enseguida, y estabas tan ilusionada con él que acabaste cometiendo el error de presentárselo a tu mejor amiga.

Jiwoo siempre había sido lo opuesto a ti: llamaba la atención enseguida, era directa, atrevida, sociable... y por lo visto eso era todo lo que a Jimin le gustaba, porque ese mismo día que los presentaste, acabaron morreándose en una esquina solitaria de la discoteca a la que fuisteis. Recordabas esa noche como la peor de tu existencia (al menos lo fue hasta la fiesta). Cuando les viste solo pudiste echarte a llorar y correr lejos de ahí.

Incluso ahora, al pensarlo, sentías un enorme nudo en la garganta. Pero después de llorar toda la noche, le cogiste el teléfono a tu amiga a la mañana siguiente, fingiendo una felicidad enorme porque ella y Jimin hubiesen congeniado tan bien...

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora