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Dudabas para tus adentros haber sido tan imbécil como para acabar aceptando ir a la fiesta. Pero si tus ojos no te engañaban, sí, no había duda: estabas ahí, a las puertas de lo que parecía ser el mismísimo infierno. La gente disfrazada de demonio también daba fuerza a tu dramática interpretación de lo que era, a simple vista, una casa normal y corriente de estudiantes.

Taehyung no había mencionado ninguna casa... solo los edificios que servían como residencia a la gente del campus, pero preguntarle algo ahora era un poquitín difícil...

Creías que Halloween era una de esas oportunidades que las chicas, sobre todo, aprovechaban para poder vestir de forma más "reveladora" sin que nadie las juzgase. Nunca habías asistido a una de esas fiestas, pero pensabas que, de hacerlo algún día, ibas a ir disfrazada de algo genial como una vampiresa, una doctora zombie (sí, doctora, nada de enfermera, que está muy visto), de bruja, de momia... ¡De algo con lo que pudieras lucirte mínimamente!

Pero ibas con Tae, claro... Y a Tae le habían ilusionado hasta tal punto los putos disfraces a juego que llevabais que no habías podido negarte.

Por ese motivo, ahora ibas dentro de una bola gigante y amarilla hecha de gomaespuma.

El. Puto. Pac-man. Ese era el primer disfraz que usabas en tu vida para ir a una fiesta.

Desgraciada de la cuna a la tumba.

Por si no fuera lo bastante patético o ridículo, Tae iba vestido de fantasmita azul.

Disfraces a juego... yayyyy.

Te sentías ofendida en tu fuero interno por todo lo que tu mera existencia representaba. Pero por lo menos, Tae tenía razón: nadie iba a reconoceros con esos disfraces. Además, no ibas a pasar frío en absoluto, la gomaespuma te resguardaba del aire otoñal como lo haría un iglú de las nevadas en Alaska.

Entraste a la casa con esfuerzo, y no porque te arrepintieras a cada paso que dabas al interior (que también), sino porque, literalmente, te costó un trabajo titánico pasar por la estrecha entrada con tu enorme disfraz.

—Deberíamos haber entrado por la puerta del jardín, es más grande —comentó Tae, viendo cómo te recuperabas (con las manos posadas en las rodillas) de tu traqueteo por abrirte camino.

No pudiste evitar darle un golpe en el brazo con tu enorme guante blanco de peluche. Porque sí, encima, el disfraz era completito: medias, mangas y guantes incluidos. Al menos podrías haber ido de Miss Pac-man.

Viste, a través de la rendija cubierta con tela de rejilla en la boca del muñeco, como Tae se rascaba la zona del impacto, y no te hizo falta escucharle para saber que el muy idiota se reía de ti.

Vaya amigo me ha ido a tocar.

Intentaste centrarte en que estabas en una fiesta, una especialmente animada. Tu vergüenza solo duró unos minutos más, porque, aunque estuvieras haciendo el ridículo, no se sabía realmente quién lo hacía, ya que Tae no se molestaba en presentarse ante nadie; solo se dedicaba a ir caminando (y bailoteando) por la sala como si le perteneciera.

La verdad es que admirabas la confianza que el chico desprendía a pesar de ser un puto fantasma azul.

Gracias a las dimensiones de tu traje, dependías de Tae para moverte, así que el chico te condujo con cuidado por el salón, apartando a la gente sin reparo alguno.

Empezaste a sentirte hasta cómoda; los allí reunidos, extrañamente, os felicitaban todo el rato a Tae y a ti por los disfraces. Les parecían "originales". Una bonita forma de decir raros, vaya. El caso es que, siendo sincera, te daba bastante igual. Pese a que llevabas poco más de diez minutos en el interior de esa casa, ya te habías reído unas cinco veces. La más reciente de ellas fue cuando Tae se quedó enganchado al pomo de la puerta que daba al garaje y se cayó de culo contra el parqué.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora