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¿Para qué sirve la familia? Todavía no te quedaba claro.

Según habías podido apreciar en series de televisión, películas, libros... (vaya, en la ficción). Las familia te apoyaba en momentos duros, nunca te daba la espalda, te trataba con cariño, te respetaba...

Y una puta mierda.

No podías estar en total desacuerdo con ese ideal si se trataba de tus padres, pero la verdad es que desde el día del almuerzo no te parabas a pensar demasiado en ellos, porque solo el hacerlo te cabreaba. Pero podías decirlo abiertamente y sin posibilidad de duda de tu hermano; de ese idiota malcriado, caprichoso y egoísta con el que habías tenido el infortunio de compartir genes.

Con la bata puesta, los pelos hechos un desastre y la cara desencajada por la furia, debías parecer algo así como una drogadicta psicópata. Era normal teniendo en cuenta que, por culpa de Jin, sentías que ibas a volverte loca.

—¡Estando yo en casa, Jin! ¡Estaba en mi puto cuarto!

—¡Ni que te hubieras dado cuenta de nada hasta esta mañana!

—¡¿Y qué hubiera pasado si me despierto esta noche?!

—¡Estaba en mi habitación, no es como si me la hubiera cepillado en el salón!

—¡¿Pero te parece normal decirle algo así a tu hermana pequeña?! —exclamaste, tirándole uno de los cojines del sofá en el que se sentaba.

El chico lo paró como buenamente pudo y te miró con el ceño fruncido; encima tenía la cara de desafiarte con miraditas de cabreo.

—Duermes como un tronco, no te habrías enterado ni de un terremoto.

Gritaste fuera de tus casillas, gruñendo por la frustración que te provocaba que tu hermano no pudiese mirar nunca más allá de su ombligo.

Hace unas cuatro horas te habías levantado y habías ido directa al baño para hacer un pis y cepillarte los dientes, lo normal de tu rutina matutina, vaya. Pues al abrir la puerta del baño te habías encontrado a una chica que no conocías, tapada solamente por una toalla. Encima (por si fuera poco con el susto que te habías llevado al ver a una desconocida en tu baño), la tía tuvo el atrevimiento de preguntarte quién cojones eras tú. EN TU BAÑO. EN TU CASA. Lo que quería decir que Jin ni se había molestado en decirle a su ligue de la noche anterior que tenía una hermana y que vivía con ella.

La situación, como es normal, te había hinchado un poco las narices, pero ni la décima parte de lo que lo hizo que tu hermano (el patán inservible y traicionero de tu hermano) te dejase sin desayuno para que la extraña comiese y que, además, tuviera la desfachatez de llamarte exagerada cuando le echaste la bronca por traer un ligue a la casa que compartíais. Ni habías ido a clase esa mañana por culpa del lío que tenías entre manos...

Ya no podías más.

Era imposible hacerle entrar en razón. Era imposible que se disculpase. Era imposible que tu hermano te tratase con una pizca de cariño o respeto.

—Se acabó —anunciaste, perdiendo tu tono cabreado—. No te aguanto ni un segundo más; no puedo contigo, tú ganas.

El chico te miró, sentado en el sofá, y tuvo la osadía de bufar, como si estuvieras diciendo una tontería. Siempre hacía eso, pero ya no ibas a soportarlo.

Te fuiste a tu habitación de inmediato y, guiada por la rabia, empezaste a meter tus pocas posesiones en la maleta que habías usado para mudarte a ese apartamento.

Suponías que el traqueteo que se escuchaba en tu habitación desde hacía rato había despertado la curiosidad de Jin, porque el chico se asomó por la puerta y se quedó apoyado en el marco de entrada, observando tranquilamente como tirabas tu ropa de cualquier manera en el interior de la maleta.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora