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Sentada en el taburete de la inmensa barra que rodeaba la isla de la cocina, te sentiste de repente como cuando tenías siete años y empezaste a hacer el desayuno por tu cuenta: completamente sola.

No es como si en casa de Jungkook estuvieras acompañada todo el tiempo ni nada de eso... Pero, al menos, las estancias no eran tan grandes y frías (la única estancia, querrás decir), no había decoraciones ni florituras inútiles (menos las que he comprado yo por navidad) y, claro, había alguien que te solía acompañar en el desayuno, a veces en la cena. Alguien que te picaba cuando se aburría o te ignoraba todo el rato, pero que estaba ahí contigo... y nunca te sentías sola con él.

Ahora, por otro lado, hubieras preferido que tu única compañía fuera el reno de peluche de casa de Jungkook antes que cualquiera de los que vivían ahí.

Miraste tu móvil y te metiste en la última conversación que tuviste con el cajero hacía ya cuatro horas, en la que te avisaba de que estaba a punto de montarse en el tren para volver a Busan. Le habías preguntado varias veces si había llegado ya, pero no habías obtenido respuesta.

Así era Jungkook...

—Ina, ¿qué haces? —te preguntó tu madre, que había aparecido en la cocina al tiempo justo para pillarte con el bol de cereales apoyado en las tetas y las piernas subidas a la encimera.

—¿Desayunar?

—¿Y esa postura?

No habías caído en que esa era la manera que tenías de comer en casa del cajero y, por mucho que te doliese, debías admitir que era más cómodo comer así.

Jungkook te había pegado sus malos modales y tú ni te habías dado cuenta.

Te encogiste de hombros hacia tu madre, que seguía esperando tu respuesta, y ella parpadeó un par de veces antes de servirse café.

—En fin, ¿qué te vas a poner esta noche?

—Ah... ¿que tengo que ponerme algo?

—Hija, no esperarás ir como te traje al mundo delante de los invitados —suspiró con sorna.

—Espera, espera justo ahí —murmuraste incorporándote—, ¿qué invitados?

—Los de siempre... —Esa contestación indiferente, la manera en que evitaba mirarte, el suave gesto de su mano derecha removiendo las pulseras de su muñeca... Te lo olías; podías oler el amargo aroma de la encerrona.

—¿Quienes, mamá? —cuestionaste cardíaca.

—No sé exactamente toda la gente que va a venir, Ina. Como comprenderás, no he tenido tiempo de revisar quien aceptó las invitaciones...

—¿Compañeros de tu trabajo y del de papá?

—Sí, claro.

—¿Gente del club de campo?

—Supongo que algunos se pasarán...

—¿Vecinos?

—Mmmmm, juraría que sí...

—¡Perfecto! —exclamaste, dejando el bol en la encimera con un estruendo—. ¡Toda la puta gente a la que no me apetece ver!

—¡Ina! ¡Ese lenguaje! —gritó escandalizada.

—¡Me decís de venir para esto! ¡Si lo llego a saber me hubiera quedado sola en casa de Jungkook! —confesaste en medio de un ataque de ira.

—Jungkook, ¿eh? —Si es que, qué boquita tienes, Ina—. ¿Ese es el chico con el que vives?

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora