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Estadística empresarial tenía como descripción: "Analizar y describir las variables socioeconómicas y empresariales en términos estadísticos". Básicamente, ese era el objetivo de la asignatura... Sin embargo, en ningún sitio decía nada de tener semejante materia un lunes a las ocho de la mañana; parecería una tortura para cualquier ser humano racional, pero no para ti. Tú, como buena estudiante, ya estabas en primera fila, preparada con tu portátil enfrente, tus apuntes a un lado y sentada recta con los brazos cruzados a la espera de que el profesor llegase.

Tus compañeros iban llegando a cuenta gotas, e incluso cuando el profesor presidió la clase seguía entrando gente que ni se molestaba en disculparse por haber llegado tarde.

Universidad pública, ¿qué te esperabas, Ina?

Cabeceaste con reprobación mientras el profesor empezaba a explicar y el último de los estudiantes cerraba la puerta tras de sí para ir a sentarse a las filas traseras. Encima eras de las pocas que habían decidido ocupar la primera línea de mesas de esa sala. Era como si a la gente no le importase perderse algo de lo que pasase en clase... De locos.

Llevabas unos diez minutos escribiendo casi cada palabra que salía de los labios del profesor cuando interrumpieron la lección al abrir la puerta. El señor Kim parecía estar tan aburrido de lo que decía que incluso apreció la intrusión del estudiante, que le libraba, por unos minutos al menos, de seguir con el discurso acerca de cómo medir las variaciones estacionales.

—Lo siento mucho, profesor. E-es mi primer día y no encontraba el aula...

El señor Kim le quitó importancia y mandó al chico a sentarse. Ni lo escuchaste bien, porque aunque tu oído hubiese podido engañarte, tus ojos no podían haberse unido al fenómeno, ¿verdad? En resumidas cuentas, si no estabas volviéndote loca, el maldito cajero del súper acababa de entrar a tu aula... Ahora era tu compi de clase.

Prestar atención al profesor pasó a un puesto bastante más bajo en tu lista de prioridades. Ahora, la que ocupaba el puesto número uno era esconderte de ese chico. Un fuerte a tu alrededor, compuesto de carpetas abiertas, te pareció una opción viable y acertada. Y por si no era suficiente con taparte con carpetas, te subiste también la capucha de la sudadera de tu hermano. Ni por esas conseguías concentrarte...

No querías que te reconociese, no querías que te llamase chica cebolleta delante de nadie... Lo último que necesitabas en tu vida era hacer más el ridículo.

Cuando la campana sonó, para ti fue como un timbre de liberación. Una especie de cántico de sirenas que te avisaba de que podías escabullirte de ahí al fin, y no desaprovechaste un segundo para hacerlo.

No te molestaste en guardar el portátil y los libros en la mochila; cada milésima contaba, así que simplemente corriste como alma que lleva el diablo fuera del aula. Lo de estar en primera fila te sirvió para algo más que para no perder detalle de la clase, porque mientras los demás bajaban las pequeñas escaleras, tú estabas ya fuera, regodeándote en tu ingenio. Lo hacías, al menos, hasta que te chocaste torpemente con una pobre chica de espaldas a ti.

—Ay, Dios, lo siento mucho —te disculpaste a toda velocidad, deshaciéndote de la capucha para mirar a tu víctima a la cara.

La castaña le quitó importancia con una pequeña sonrisa, y todo el alivio de no haberla liado, tal y como creías haber hecho, desapareció de tu interior al escuchar tu nombre emitido por esa voz.

Lo primero en que te fijaste fueron en sus ojos, siempre habían sido enormes, almendrados y profundos; enmarcados (como si no fuera bastante con ser perfectos) por unas pestañas larguísimas y tupidas. Su rostro pálido y uniforme solo cambiaba ligeramente de color a la altura de sus mejillas rosáceas, que se contraían un poco cuando sonreía. Y eso hacía ahora: sonreír en tu dirección; aunque sus ojos no acompañaban el gesto, porque, a pesar de que su boca parecía decir que se alegraba de verte, toda su expresión lo negaba.

Erase meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora