¿Por qué las fiestas te traían solamente desgracias? ¿Había algún motivo secreto por el cual vivieses problemas y penurias en ellas?
Debe ser una maldición o algo.
Te encontrabas en clase, sentada en tu sitio de siempre, a la espera de que el profesor llegase, y con la cabeza en las nubes (para variar). Últimamente pasabas más tiempo encerrada en tu mente que en la tierra. Tenías que repasar un poco antes de que empezase la lección, pero, en su lugar, tu dedo índice comenzó a perfilar un lado de tu cuello; recordando.
Se sentía tan... No sé...
La marca de tu clavícula seguía ahí, la habías observado esa misma mañana en el espejo del baño y la verdad es que te gustaba. Era una manera de recordar lo que pasó en esa fiesta; de recordarte la forma en que sentiste sus dientes clavándose en tu carne.
Un escalofrío solitario —de lo más inoportuno— recorrió tu espalda de arriba abajo, pero continuaste rozando la yema de los dedos por la piel de tu cuello. Si solo pudieras volver a sentirle a él...
—¿Qué? ¿Rememorando algo? —preguntó el moreno, que se acababa de sentar a tu lado sin que te dieras cuenta. Al menos esperabas que acabase de sentarse, porque si no, eso significaría que había estado observando cómo te habías pasado los últimos quince minutos toqueteándote el cuello.
—¡¿Qué?! ¡No! —negaste demasiado ofendida, intentando reír para parecer inocente.
Estabas ahí: feliz pensando en tus cosas de pervertida, y al chico le daba por molestarte de repente. ¿Por qué no se iba a su fila de marginado y te dejaba fantasear en paz?
—Ya... Bueno, en fin —murmuró tranquilamente, sacando su portátil de la mochila para ponerlo sobre la mesa.
Espera, ¿qué?
—¿Qué haces? —preguntaste con desagrado, observando cada uno de sus movimientos.
—Sacar mis cosas para la clase —respondió resuelto.
Una mueca de asco profundo se formó en tu rostro al no entenderle. Era más fácil mirarle de esa manera ahora que sus manos estaban quietecitas y sus labios bien lejos de ti. Además, su aspecto y actitud también ayudaban. Llevaba una sudadera tres tallas más grande de lo que realmente necesitaba, negra, unos vaqueros anchos y unas zapatillas normales y corrientes. Su pelo ya no estaba engominado ni hacia atrás (por lo que no podías ver el rapado), estaba engreñado y suelto; ligeramente rizado... Además, como ya habías pensado, su actitud era... la de siempre. La misma que cuando tratabas con él en el trabajo o en el súper.
No había ni rastro de ese rollo que te ponía a mil cuando se lo proponía. Es como si fuera dos personas distintas. El doctor Jungkook y Mister empotrador.
—Pírate de mi lado —espetaste molesta, notando las miradas de las féminas (y de algún que otro chico) clavadas en la nuca—. No quiero llamar la atención, y tú la atraes como un imán.
—Mala suerte, chica cebolleta —declaró con una sonrisa inocente que enseñaba sus paletillas.
—¡No se te ocurra volver a llamarme así aquí dentro! —le reñiste, encogiéndote sobre ti misma y poniéndote el pelo tras la oreja compulsivamente.
—No llamarte chica cebolleta en la uni, vale, apuntado —recitó concentrado, en voz baja.
—Ni en la uni ni en ningún sitio —añadiste, pero el chico pasó de ti, volviendo su atención al portátil que, tras interminables momentos de agonía, se encendió por fin—. Por favor, Jungkook, lo digo en serio: no te sientes conmigo. Me mira toda la clase, si seguro que ni sabían que nos conocemos...
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Erase me
FanfictionCorrecta, educada, aplicada, buena estudiante, buena hija. Todo el que te conociese hubiera usado cualquiera de esos calificativos para hablar de ti... hasta esa noche. Está claro que si hubieras sabido las consecuencias desastrosas que esa fiesta i...