LA MUSA DE SU AMOR

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Las llamas parecían provenientes del infierno, pues lo eran. O al menos eso era lo que pensaba Kuroko mientras corría al lado de la Generación de los Milagros, como se hacían llamar.

Intentaban poner a resguardo a todo inocente; al menos el, Midorima y Kise.

Aomine y Murasakibara, luchaban contra los seres provenientes del infierno, algunos soldados y ciudadanos que habían caído bajo el hechizo del poder.

Kuroko levanto la cabeza mientras esquivaba una enorme piedra de la antes hermosa catedral, viendo como en la cima de esta estaba el creador de tal pandemonio.

Akashi Seijuuro, el único, el primero de su especie, el demonio más antiguo. Él tenía el poder, el dinero, las conexiones y la sabiduría para lograr todo aquello. Les había enseñado todo lo que sabía a ellos y enviando a enseñar a quien lo necesitara.

Todo eso logrado por una única persona.

Su esposo y madre de sus hijos.


—Oh, Furihata... ¿Qué es lo que han hecho?— dijo en voz alta Kuroko


Seijuuro al filo de la cima del antiguo edificio les veía con profundo odio, uno que Kuroko nunca había conocido, quizá Furihata alguna vez, pero el no.

Tenían que pararlo pronto.


Furihata.... O Dios.




 O Dios

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Cuando Seijuuro vio por primera vez al doncel, pensó que venía en pos de su muerte. ¿Qué otra razón tenía para buscarlo? Seijuuro se había encargado de esparcir los rumores, de hacer imposible que le encontraran, pero ahí estaba el pequeño niño. Sucio, cansado, herido y maloliente.

Seijuuro pensó que el niño dio saltos de alegría a pesar de su cansancio, ladeo la cabeza como si no entendiera algo y salió corriendo, bueno; estaba bien, al menos no hizo nada por sí mismo para hacer que se fuera, no le importo ver a donde se dirigía y volvió a lo suyo. Hasta que cayó en cuenta de que no había corrido en dirección de la puerta sino hacia dentro del castillo.

¡Lo sabía, ese mocoso como todos los humanos había venido a robarle! Conocía su mansión al derecho y al revés, pero tenía que admitir que al menos se llevó su media hora para lograr encontrarlo y lo que vio lejos de hacerlo morir de cólera, lo doblo de la risa.

Sí; después de un milenio, Akashi Seijuuro reía.

Ahí estaba el niño, con el cabello húmedo y una de sus camisas, Seijuuro la tenía en cada habitación por lo que supuso y comprobó, la sacaría de un armario.

El niño yacía dormido pero limpio en la cama de la habitación, parecía que había querido secarse el cabello pero el cansancio lo noqueo, quedando con el trasero medio levantado, una funda de almohada por toalla y una mano colgando de la cama. ¿Cómo demonios había acabado en esa posición? No lo sabía, pero después de años había sido una buena fuente de risa. Agradecía que nadie le hubiera visto, porque no quería perder su reputación, pero eso no quitaba que seguía enojado.

31 DIAS DE AKAFURI DICIEMBREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora