LA MALDICION DE LA CORONA

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.Kouki se aferraba a la vida con fuerza. Tenía miedo claro, pero no por eso iba a dejar de luchar. Tenía muchas heridas en todo su cuerpo, estaba cansado, con frío y con hambre.

Así que cuando cayó por ese acantilado creyó que sería el final de sus días.

Aferrado como estaba de las rocas, rogaba que algo; quien fuera, le diera algo de ayuda. Podía escuchar el sonido de los cascos de los caballos en lo alto del acantilado, seguro buscando su lastimado cuerpo, pero por la posición en la que se encontraba a menos de que uno de sus asaltantes se lanzara por la borda, no podrían verlo.

Sus manos dolían, sangraban quizá o era el sudor lo que las mojaba. No lo sabía. Más cuando comenzó a deslizarse sintió el pánico acuchillar su garganta, no podía gritar ni quejarse por miedo a que hicieran algo para que cayera con más rapidez si lo escuchaban pero eso no le quitaba el ansia de luchar.

Sus manos se resbalaban una y otra vez sobre una superficie tan lisa que no debía de ser una roca. ¿Un jarrón, un objeto de metal? No lo sabía, pero si sabía que si no encontraba otra superficie dura de la que aferrarse moriría al caer al fondo del acantilado.

Pero no podía, solo escarbaba alrededor de la tierra húmeda que rodeaba el objeto liso, sacando tierra y más tierra que iba a parar a su cara mientras pataleaba frenético para no caer. Cuando creyó que todo estaba perdido, el objeto liso salió del hueco que había hecho en la tierra, Kouki lo tomo contra su pecho, agarrándose de la raíz que estaba debajo, en su movimiento para evitar la caída, perforo el antiguo sello de la boca de lo que era una vasija muy vieja, hiriendo su mano en el proceso. Esperaba, rogaba a cualquier dios que el humo que salió esta, no fuera venenoso o alucinógeno o cualquier cosa que fuera a matarle, era aún muy joven para morir, una caída a la nada sería una muerte más rápida que una infección por algo añejo y desconocido.

Mas no le sucedió nada.

Estando seguro de que ya no quedaba nadie que le siguiera, enterró con dolor sus dedos en la tierra para escalar hasta la cima. Cayó queriendo morir; figurativamente claro, como un saco de huesos secos contra la tierra, por el cansancio.

—¡Pensé que moriría!— grito a la soledad


Vio entonces con más detenimiento el objeto entre sus manos, viejo, muy viejo, tan viejo que pensó en cómo había logrado sobrevivir por tanto tiempo y de cuando seria. Tenía unas inscripciones ilegibles ya por el paso del tiempo y el lugar donde se hallaba enterrado, así que no se rompió la cabeza para identificarlas, no es como si pudiera hacerlo de todas formas.

Entonces intento limpiar la vasija con la manga de su camisa rota, pero esta solo termino por deshacerse poco a poco, quedando solo tierra y ese aroma peculiar ha guardado de mucho tiempo, como si nunca hubiera existido en primer lugar. Su mano herida estaba llena de tierra, pero al menos ya no sangraba, necesitaba curarla lo más rápido que pudiera.

Ya le había quedado claro que esa cosa era de mucho tiempo atrás.

Se levantó en busca de una huida más eficaz, pero la rapidez de su movimiento le hizo trastabillar. Las rocas bajo sus pies inestables se desprendieron del resto del acantilado, haciendo que se fuera de espaldas al vacío. Kouki ni siquiera fue capaz de maldecir su torpeza, es más ni siquiera se hubiera dado cuenta de su muerte, porque ya iba inconsciente en la caída.

Pero eso no sucedió.




Pero eso no sucedió

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31 DIAS DE AKAFURI DICIEMBREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora