CAPITULO VI

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El Nogal estaba casi vacío. Un rayo de sol entraba por una ventana y caía,amarillento, sobre las polvorientas mesas. Era la solitaria hora de las quince. Lastelepantallas emitían una musiquilla ligera.

Winston, sentado en su rincón de costumbre, contemplaba un vaso vacío. Devez en cuando levantaba la mirada a la cara que le miraba fijamente desde la paredde enfrente. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decía el letrero. Sin que se lopidiera, un camarero se acercó a llenarle el vaso con ginebra de la Victoria,echándole también unas cuantas gotas de otra botella que tenía un tubitoatravesándole el tapón. Era sacarina aromatizado con clavo, la especialidad de lacasa. 

Winston escuchaba la telepantalla. Sólo emitía música, pero había laposibilidad de que de un momento a otro diera su comunicado el Ministerio de laPaz. Las noticias del frente africano eran muy intranquilizadoras. Winston habíaestado muy preocupado todo el día por esto. Un ejército eurasiático (Oceaníaestaba en guerra con Eurasia; Oceanía había estado siempre en guerra con Eurasia)avanzaba hacia el sur con aterradora velocidad. El comunicado de mediodía no sehabía referido a ninguna zona concreta, pero probablemente a aquellas horas selucharía ya en la desembocadura del Congo. Brazzaville y Leopoldville estaban enpeligro. No había que mirar ningún mapa para saber lo que esto significaba. Noera sólo cuestión de perder el África central. Por primera vez en la guerra, elterritorio de Oceanía se veía amenazado. 

Una violenta emoción, no exactamente miedo, sino una especie de excitaciónindiferenciado, se apoderó de él, para luego desaparecer. Dejó de pensar en laguerra. En aquellos días no podía fijar el pensamiento en ningún tema más queunos momentos. Se bebió el vaso de un golpe. Como siempre, le hizo estremecersee incluso sentir algunas arcadas. 

El líquido era horrible. El clavo y la sacarina, ya de por sí repugnantes, nopodían suprimir el aceitoso sabor de la ginebra, y lo peor de todo era que el olor dela ginebra, que le acompañaba día y noche, iba inseparablemente unido en sumente con el olor de aquellas.. .

Nunca las nombraba, ni siquiera en sus más recónditos pensamientos. Eraalgo de que Winston tenía una confusa conciencia, un olor que llevaba siemprepegado a la nariz. La ginebra le hizo eructar. Había engordado desde que lo soltaron, recobrando su antiguo buen color, que incluso se le había intensificado.Tenía las facciones más bastas, la piel de la nariz y de los pómulos era rojiza yrasposa, e incluso su calva tenía un tono demasiado colorado. Un camarero,también sin que él se lo hubiera pedido, le trajo el tablero de ajedrez y el númerodel Times correspondiente a aquel día, doblado de manera que estuviese a la vistael problema de ajedrez. Luego, viendo que el vaso de Winston estaba vacío, le trajola botella de ginebra y lo llenó. No había que pedir nada. Los camareros conocíanlas costumbres de Winston. El tablero de ajedrez le esperaba siempre, y siempre lereservaban la mesa del rincón. Aunque el café estuviera lleno, tenía aquella mesalibre, pues nadie quería que lo vieran sentado demasiado cerca de él. Nunca sepreocupaba de contar sus bebidas. A intervalos irregulares le presentaban un papelsucio que le decían era la cuenta, pero Winston tenía la impresión de que siemprele cobraban más de lo debido. No le importaba. Ahora siempre le sobraba dinero.Le habían dado un cargo, una ganga donde cobraba mucho más que en su antiguacolocación.

La música de la telepantalla se interrumpió y sonó una voz. Winston levantóla cabeza para escuchar. Pero no era un comunicado del frente; sólo un breveanuncio del Ministerio de la Abundancia. En el trimestre pasado, ya en el décimoPlan Trienal, la cantidad de cordones para lo zapatos que se pensó producir habíasido sobrepasada en un noventa y ocho por ciento. 

Estudió el problema de ajedrez y colocó las piezas. Era un final ingenioso.«Juegan las blancas y mate en dos jugadas.» Winston miró el retrato del GranHermano. Las blancas siempre ganan, pensó con un confuso misticismo. Siempre,sin excepción; está dispuesto así. En ningún problema de ajedrez, desde elprincipio del mundo, han ganado las negras ninguna vez. ¿Acaso no simbolizanlas blancas el invariable triunfo del Bien sobre el Mal? El enorme rostro miraba aWinston con su poderosa calma. Las blancas siempre ganan. 

1984 -GEORGE ORWELLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora