CAPITULO VIII

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Lo habían hecho, por fin lo habían hecho. 

La habitación donde estaban era alargada y de suave iluminación. Latelepantalla había sido amortiguada hasta producir sólo un leve murmullo. Lariqueza de la alfombra azul oscuro daba la impresión de andar sobre el terciopelo.En un extremo de la habitación estaba sentado OʹBrien ante una mesa, bajo unalámpara de pantalla verde, con un montón de papeles a cada lado. No se molestóen levantar la cabeza cuando el criado hizo pasar a Julia y Winston. 

El corazón de Winston latía tan fuerte que dudaba de poder hablar. Lo habíanhecho; por fin lo habían hecho... Esto era lo único que Winston podía pensar. Habíasido un acto de inmensa audacia entrar en este despacho, y una locurainconcebible venir juntos; aunque realmente habían llegado por caminos diferentesy sólo se reunieron a la puerta de OʹBrien. Pero sólo el hecho de traspasar aquelumbral requería un gran esfuerzo nervioso. En muy raras ocasiones se podíapenetrar en las residencias del Partido Interior, ni siquiera en el barrio dondetenían sus domicilios. La atmósfera del inmenso bloque de casas, la riqueza deamplitud de todo lo que allí había, los olores —tan poco familiares— a buenacomida y a excelente tabaco, los ascensores silenciosos e increíblemente rápidos,los criados con chaqueta blanca apresurándose de un lado a otro... todo ello eraintimidante. Aunque tenía un buen pretexto para ir allí, temblaba a cada paso pormiedo a que surgiera de algún rincón un guardia uniformado de negro, le pidierasus documentos y le mandara salir. Sin embargo, el criado de OʹBrien los habíahecho entrar a los dos sin demora. Era un hombre sencillo, de pelo negro ychaqueta blanca con un rostro inexpresivo y achinado. El corredor por el que loshabía conducido, estaba muy bien alfombrado y las paredes cubiertas con papelcrema de absoluta limpieza. Winston no recordaba haber visto ningún pasillocuyas paredes no estuvieran manchadas por el contacto de cuerpos humanos. 

OʹBrien tenía un pedazo de papel entre los dedos y parecía estarlo estudiandoatentamente. Su pesado rostro inclinado tenía un aspecto formidable e inteligente ala vez. Se estuvo unos veinte segundos inmóvil. Luego se acercó el hablescribe ydictó un mensaje en la híbrida jerga de los ministerios. 

«Ref 1 coma 5 coma 7 aprobado excelente. Sugerencia contenida doc 6doblemás ridículo rozando crimental destruir. No conviene construir antesconseguir completa información maquinaria puntofinal mensaje.» 

Se levantó de la silla y se acercó a ellos cruzando parte de la silenciosaalfombra. Algo del ambiente oficial parecía haberse desprendido de él al terminarcon las palabras de neolengua, pero su expresión era más severa que de costumbre,como si no le agradara ser interrumpido. El terror que ya sentía Winston se vioaumentado por el azoramiento corriente que se experimenta al serle molesto aalguien. Creía haber cometido una estúpida equivocación. Pues ¿qué prueba teníaél de que OʹBrien fuera un conspirador político? Sólo un destello de sus ojos y unaobservación equívoca. Aparte de eso, todo eran figuraciones suyas fundadas en unensueño. Ni siquiera podía fingir que habían venido solamente a recoger eldiccionario porque en tal caso no podría explicar la presencia de Julia. Al pasarOʹBrien frente a la telepantalla, pareció acordarse de algo. Se detuvo, volvióse ygiró una llave que había en la pared. Se oyó un chasquido. La voz se había calladode golpe. 

Julia lanzó una pequeña exclamación, un apagado grito de sorpresa. Enmedio de su pánico, a Winston le causó aquello una impresión tan fuerte que nopudo evitar estas palabras: 

—¿Puedes cerrarlo?

—Sí —dijo OʹBrien—, podemos cerrarlos. Tenemos ese privilegio. 

Estaba sentado frente a ellos. Su maciza figura los dominaba y la expresión desu cara continuaba indescifrable. Esperaba a que Winston hablase; pero ¿sobrequé? Incluso ahora podía concebirse perfectamente que no fuese más que unhombre ocupado preguntándose con irritación por qué lo habían interrumpido.Nadie hablaba. Después de cerrar la telepantalla, la habitación parecíamortalmente silenciosa. Los segundos transcurrían enormes. Winstondificultosamente conseguía mantener su mirada fija en los ojos de OʹBrien. Luego,de pronto, el sombrío rostro se iluminó con el inicio de una sonrisa. Con su gestocaracterístico, OʹBrien se aseguró las gafas sobre la nariz.  

1984 -GEORGE ORWELLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora