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Capítulo 31: Invasión a la privacidad.

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SCARLETT

Mis ojos se quedan fijos en aquella imagen, mientras que, metafóricamente mis pulmones deciden dejar de funcionar por unos segundos dejándome sin aire, y mi rostro comienza a calentarse. No tengo que ser adivina para afirmar que, definitivamente, debo lucir más colorada que un tomate.

Cuando mi mente vuelve en si, lo primero que captan mis sentidos son diversas risas burlonas y comentarios groseros. A continuación, sin poder preverlo, Bruce toma agresivamente las solapas de la camisa blanca perteneciente a Augustus dejándolo en una posición amenazadora para el pelinegro. Yo no me atrevo a detener a Bruce, desde aquí, puedo sentir la rabia que emana su cuerpo.

Lo que nos acaba de mostrar Augustus en su celular es una fotografía que nos expone a mí y a Bruce en una situación muy comprometedora. Específicamente, la foto es tomada fuera del cubículo del baño (en donde mi novio y yo tuvimos aquel momento caliente), de modo que en el espacio que existe entre la puerta y el piso, se pueden notar los pies de Bruce y mis piernas arrodilladas frente a él.

—¡¿Tú tomaste esa foto?! —indaga el rubio sin retirar el agarre de Augustus, quien suelta una carcajada ante la pregunta y asiente con su cabeza.

—Correcto. Y al ser una fotografía tan estupenda, también decidí compartirla con los demás estudiantes. —admite cínicamente, logrando soltarse de Bruce, pero éste arremete contra él con enojo. Por suerte, Milo, quien se había acercado a nosotros, inmediatamente detiene a su amigo para que no cometa ninguna locura.

Pero nadie se percata de detenerme a mi. Un sentimiento de furia y desagrado ciega tanto mis ojos que para cuando quiero acordar, me encuentro avanzando hacia el pelinegro y volteando su cara con una cachetada. El gesto provoca que todos los allí presentes suelten un jadeo y se queden en silencio.

Yo no me considero una persona violenta, todo lo contrario, soy bastante pacífica y tranquila, pero el hecho de que el chico enfrente mío haya invadido mi privacidad y encima compartido con todos los que conoce, genera un arrebato de rabia en mi.

Augustus gira a mirarme consternado por el golpe y, de pronto, siento miedo.

—Tienes las uñas afiladas, gatita. —comenta acercándose a mi, mientras escucho un gruñido de mi novio. —¿Sabes? No tenía idea de que ofrecías esa clase de favores a los estudiantes. ¿Cuánto cobras para hacerme a mí una mamada?

Aquella última pregunta, que dicho sea de paso me genera asco, es la gota que rebalsa el vaso. Un colérico Bruce avanza hacia el morocho y, sin más, golpea con su puño la mejilla. Enseguida, la pelea se desata con facilidad y terminan ambos tirados en el piso mientras golpes van y vienen. Milo y yo intentamos detener al ojiazul, pero ya es demasiado tarde cuando la impotente voz de un adulto le pone pausa a la locura transcurrida allí en la cafetería.

—¡¿Se puede saber qué está sucediendo aquí,
jóvenes?! — el director Frederick, seguido por el tutor, se abren paso por la sala y los demás chicos hasta dar con nosotros. —Estudiantes Miller, Brown, McGowan y Clavenger. Inmediatamente, se dirigen a mi despacho. —su tono fuerte, que no da lugar a réplicas, nombra a Bruce, Augustus, Milo y yo para que lo sigamos. Y exactamente eso hacemos.

Al llegar al despacho, nos ubicamos los cuatro frente al escritorio del director, quien nos pregunta la razón de tal escándalo y, sorpresivamente, Bruce y Augustus cooperan mutuamente para inventar cualquier explicación, excepto la verdadera. Al principio, me quedo confundida pero luego recuerdo que entre House Aristóteles y House Sócrates hay una especie de pacto de silencio acerca de la guerra de bromas. Y la foto comprometedora, indudablemente, fue una broma. Por lo que, si decidiéramos decirle al director sobre aquella situación, Augustus también puede hablar sobre nuestros ataques a su grupo. Además, si las autoridades se llegan a enterar acerca del amorío entre Bruce y yo, puedo asegurar que no estarán para nada felices.