~1~

207 10 118
                                    

Inglaterra, Londres 2019

Todo este lío comenzó en una tarde de verano, cálida con algo de viento, en una de las casas de la famosa Londres. La señora Decker se disponía a levantar a su hijo Matty, el cual llevaba en cama varios días. El chiquillo padecía una fiebre tremenda y unos dolores de cabeza, e incluso llegó a tener varias alucinaciones de personas que le espiaban y voces que le susurraban por las noches. Le llevaron al médico varias veces, pero solo le recetaron unas pastillas que de nada sirvieron. Por precaución, los padres decidieron que no saliera de su cuarto y que permaneciera en la cama durante unos días, mientras que ellos le llevaban todos los días un plato al dormitorio.

Cuando la mujer abrió la puerta, no encontró a su hijo dormido. Las sábanas estaban en el suelo arrugadas y desgarradas. En general el cuarto estaba hecho un desastre, como si un torbellino hubiera entrado en la casa. Sus posters de superhéroes estaban rajados, al igual que el papel de las paredes. Las marcas recordaban a las de un animal.

Sin embargo, no tardó mucho en escuchar una especie de rugido cuando su atención se dirigió al techo. Allí estaba su hijo, o lo que fuera que se había llevado a su hijo, pegado al techo con la espalda encorvada y una sonrisa siniestra.

—¡MATT! —gritó asustada al verlo.

El niño saltó a por ella, y el golpe que le dio fue tan fuerte que por poco acaba con la vida de su pobre madre. Su fuerza era descomunal, casi como la de un gigante, y su sonrisa asustaba con solo observar unos segundos. Cogió una de las astillas de lo que antes fue su escritorio con la intención de apuñalar a la señora Decker. Para la buena suerte de la mujer, el vecino noqueó al pequeño con unos polvos que le sopló en el rostro. Bendita fuera la coincidencia de que Richard fuera a llevarles unas galletas para Matt.

Con ayuda de otros vecinos, los padres del chico lograron atraparlo y encerrarlo, pero estaban tan asustados que no sabían qué hacer. Deseoso por ayudar, Richard trató de liberar al niño del ser oscuro que lo controlaba, pero era demasiado para él, y todos sus intentos terminaron en fracasos. Ya no le quedaba otra opción, si quería salvar al niño tenía que llamar a los mejores.

Corrió a su piso y sacó un teléfono de prepago de su armario y buscó el número. Apenas tardó unos segundos en responder.

—Diga.

—Soy Richard. —dijo ansioso. —Hace un tiempo me ayudaste a mí y mi familia. Ahora le está pasando lo mismo a mis vecinos. Por favor, os necesito porque creo que se trata de un demonio bastante fuerte. No he sido capaz de expulsarlo yo solo como me explicaste, y ya no se me ocurre nada. Temo que ese niño no sobreviva. Estoy aterrado.

—Vamos para allá.

~⛤~

A quien llamó fue a un hombre al que algunos respetan y otros odian, unos lo valoran otros le temen. Hay quienes lo consideran un santo y otros lo consideran un monstruo. Conocido en el submundo y por todos los seres de las sombras como "El Lilim", pero para los mortales, es conocido por sus experiencias en exorcismos mediante magia pagana y amuletos, el brujo Adán Fawley.

Solo tardaron veinte minutos en llegar a la casa de esa pobre familia. El vecino que les llamó, Richard, un hombre delgado con piel clara, gafas y un sombrero les recibió en la entrada. Ya se conocían de anteriores trabajos, y se había convertido en un buen confidente para ellos, por lo que no dudaron en acudir en su ayuda.

—Me alegro de que hayáis llegado. —se acercó hasta los cuatro recién llegados y los observó con alivio. —Lo hemos inmovilizado en la cabaña de detrás.

Adán sacó su petaca de plata y le dio un trago al brebaje. Sentía como el ardor recorría su garganta. "Un buen trago nunca sobra, y menos en el trabajo" era una de las frases que siempre decía.

(1) El Lilim #Saga Guardianes de lo OcultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora