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"Cuando los que amamos parten, pasan de vivir entre nosotros a vivir en nosotros." Lo malo es que Arthur no estaba muerto, sino atrapado en las tenebrosas tierras del Infierno.

Adán se encontraba solo en la terraza de su edificio, mirando el cielo estrellado y las luces celestes de su amada ciudad. La había salvado, pero a cambio de un enorme precio. Tenía en una mano la pluma de Arthur, la cual acariciaba con delicadeza, como si fuera un tesoro. En realidad, ahora se había convertido en su mayor tesoro. Es lo único que le queda de él.

En la otra tenía su petaca de plata. Se la había bebido y rellenado cuatro veces seguidas, sin embargo no lograba apaciguar el dolor de su pérdida. Se culpaba a sí mismo por todo... por no haber sido lo suficientemente fuerte para salir de su estado demonio, de haber dañado a sus amigos, y lo peor, de haber perdido a aquella persona con la que había compartido buenos y malos momentos.

A los pocos segundos notó una presencia tras él. Se trataba de Raquel, quien iba vestida con unos vaqueros, una camisa negra y una chaqueta de cuero.

—Es un lugar hermoso. —dijo con calma.

—A Arthur le encantaban las alturas. —comentó con nostalgia. —Le recordaban cuando volaba por el cielo. Era su forma de acercarse más ahí arriba. Puede que odiara a su padre y a su hermano por abandonarlo, pero él amaba sus alas.

—Siento mucho lo que le ha pasado. —dijo con culpa. —Ojalá no os hubiera involucrado en el asunto de mi familia.

—No ha sido culpa tuya. —dijo cruzando sus ojos violetas con los marrones de ella. —Fue su decisión... puede que hasta sea culpa mía... Fui duro con él... Me costaba perdonar... Debí haberle escuchado sus razones.

Raquel puso su mano en el hombro de él y lo acarició.

—Estaba sonriendo. —le recordó el último momento en el que le vieron. —Te dijo que te quería, y no te culpo de nada.

—Lo sé. —dijo aguantándose las ganas de llorar. —Él era... —se paró unos segundos y corrigió sonriendo. —Él es mi mejor amigo.

Ella también sonrió por su respuesta, y no pudieron evitar que de nuevo sus miradas quedarán conectadas. Ella bajó la mirada y se recogió un mechón del pelo colocándolo tras la oreja.

—¿Qué harás ahora? —le preguntó con intriga. —¿Seguirás aquí en Londres?

—Me temo que no. —dijo con auténtico pesar. —Tengo unos asuntos que resolver, y quiero buscar una forma de rescatar a Arthur. Viajaré, y de paso iré cazando a unos cuantos demonios.

—El trabajo nunca acaba.

—Dímelo a mí. —dijo sarcástico. —Llevo cientos de años trabajando, la jubilación no es lo mío.

El chiste era muy malo, pero aun así los dos se rieron.

—¿Y tú? —preguntó él. —¿Tú hermano cómo está?

—Vivo, gracias a ti. —dijo agradecida. —Estará un tiempo en el hospital, pero su esposa se encarga de cuidarlo bien. Me dijo que te dijera "Gracias por todo".

—Casi le mató.

Raquel sabía que hablaba de cuando era un demonio.

—Ese no eras tú. —afirmó segura de sus palabras. —Fuera lo que fuera a quien vi, no eras tú.

—Me sorprende que no estés asustada. —murmuró algo avergonzado. —Si os hubiera pasado algo jamás me lo hubiera perdonado.

—No tengo ningún miedo. —repitió las palabras que dijo en el apartamento. —Sigo sintiendo la misma admiración por ti, por mi monstruo favorito, y mi amigo. —habló con firmeza. —Adán eres bueno, dulce y hasta sensible n ciertos momentos. Que sepas que esa máscara que oculta tu verdadero yo no me asusta en absoluto. Dudo mucho que lo haga algún día.

(1) El Lilim #Saga Guardianes de lo OcultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora