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PRÓLOGO house of memories
—¿Te has vuelto loco?
Regulus le lanzó una larga mirada a Ariadne, antes de sacudir la cabeza.
—Lo digo en serio, Ari.
—Ya sé que lo dices en serio, pero eso no quita que sea una locura —replicó ella—. ¿Por qué quieres morir, maldito idiota?
—No me digas que tú no estarías dispuesta a morir por acabar con esto.
Ariadne se quedó en silencio. Regulus se apartó el pelo de la cara, con las manos levemente temblorosas. Solo pensar en lo que estaba a punto de hacer, en lo que Kreacher le había contado, le daba náuseas. Y estar con Ariadne lo hacía todo mucho más complicado, pero no podía hacer aquello sin antes contarle todo a su única amiga verdadera.
—Déjame ir contigo, Reg —habló la pelirroja, mirando a Regulus directamente a los ojos.
—Ni hablar —respondió él, al instante—. ¿Eres tú la que se ha vuelto loca? Sé que no me dejarás hacerlo, querrás ser tú. Y no pienso permitir eso.
—Si voy contigo, los dos podríamos salir con vida —protestó ella—. No tienes por qué ir directo al suicidio.
—¿Y si en vez de vivir los dos, morimos los dos? —preguntó Regulus, devolviéndole una mirada llena de amargura—. ¿Qué pasará con tu familia
—Podrán apañárselas sin mí —respondió, tras un instante de vacilación.
—¿Y qué pasará con Potter?
—No uses a James para convencerme de quedarme —dijo Ariadne, pero él sabía que había ganado la discusión.
—Recuerdo a la Ariadne que decía que nunca se enamoraría —se burló Regulus—. Y mírate ahora. Casada a los diecinueve.
—Es una bonita edad para casarse, especialmente en mitad de una guerra. —Ariadne le dio vueltas a su anillo de boda, nerviosa—. Odio las despedidas. Odio que tengas razón. Te odio.
—No lo haces —rio Regulus, con amargura—. De hecho, dentro de un momento, ni te acordarás de mí.
Cuando se encontró con la varita directamente apuntándole al rostro, Ariadne soltó una maldición que, con total seguridad, había aprendido de Sirius. Regulus recordaba bien cuando su hermano se la gritaba a su madre.
—No te atreverás a hacerlo —gruñó, por lo bajo—. No me puedo creer que hayas venido hasta aquí para contarme todo y luego hacérmelo olvidar. ¿No se suponía que tú eras el inteligente de los dos? Yo era la impulsiva e idiota.
—Sé que no te quedarás callada, Ari —respondió Regulus—. Y, si esto sale mal, si el Señor Tenebroso lo descubre, se asegurará de ser mucho más cuidadoso. Perderemos la oportunidad.
—¿Y si hay más de uno, Reg? —preguntó—. ¿Y si no se puede destruir tan fácil? No sabemos apenas nada del tema. Podrías estar haciendo esto para nada.
—Me aseguraré de que Kreacher lo destruya —dijo él—. Confío en él. Sé que encontrará la manera. Y le dejaré una nota al Señor Tenebroso dentro de un medallón falso.
—¿Para burlarte de él? —bufó Ariadne—. Regulus, esto parece un plan que has preparado de madrugada, después de dos días sin dormir. Podemos hacerlo mejor. Siempre se nos ha dado bien hacer cosas de estas. Si bajas esa varita, podemos encontrar la manera de hacerlo sin que tú mueras.
Pero en los ojos de Regulus brillaba algo que Ariadne sabía que todos los Black compartían: un destello de locura, que salía a la luz cuando menos lo esperabas. Era parte de ellos y no podían contenerla siempre. La de Regulus había emergido y Ariadne sabía que no podía hacer nada para disuadir a su amigo de hacer lo que iba a hacer.
—No hagas que me olvide de ti —pidió, como última opción—. Haz que no recuerde esta charla, si quieres, pero no me hagas olvidar a mi mejor amigo.
Regulus suspiró y asintió lentamente.
—Cuídate, Ari —murmuró—. Obliviate.
Ariadne Potter no recordaría el Horrocrux de la cueva ni el plan de Regulus. No recordaría el motivo que llevó a su mejor amigo a la muerte. No recordaría aquel destello de locura que había aparecido en sus ojos la última vez que lo vio.
No sería hasta años después, cuando el hijo de Ariadne encontrara la nota dentro del medallón falso, cuando se descubriría por lo que Regulus Black luchó hasta su último suspiro.
