2- Mi Niñez, del cielo al infierno sin escalas

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         Mis recuerdos de niñez son lindos y agradables. Una familia bien conformada, con los típicos problemas que toda familia tiene. Pero nos manteníamos juntos en abundancia y escases, eso era algo sagrado, nunca separarnos ni abandonar al otro.

Teníamos un padre trabajador y una madre dedicada a sus hijos, mis hermanos nunca fueron muy simpáticos conmigo, pero eso lo entendía ya que eran mayores y por ser mujer no podía compartir siempre con ellos.

        Mi padre siempre fue alguien presente. En mis cumpleaños, graduaciones, los actos del colegio. Siempre estuvo ahí para mí. Se preocupaba por la casa y que nunca nos faltara nada. Él era lo que yo buscaría en un esposo. Era alto, con una espalda y hombros fuertes, su cara siempre mantenía una sonrisa y a pesar de que su cabello tenia canas, nunca represento los cuarenta y cinco años que tenía, era jovial y muy divertido, sus ojos café siempre tenía un brillo maravilloso para mí, su mentón fuerte representa la masculinidad y sus manos trabajadas son el esfuerzo. Él sabía escuchar y a pesar de que mis hermanos y yo nos equivocáramos, siempre nos  perdonaba y hacia entender que de todo tropiezo podemos aprender algo positivo. Nos hacía ver el lado bueno de las cosas.

Hace muchos años que mantengo un bello recuerdo de mi padre,  el usaba una espuma para afeitar, la cual era muy cremosa y de buen aroma. Cada vez que él se afeitaba yo iba y con los ojos cerrados lo acariciaba. Sentía su piel suave y aromática. Eso me gustaba mucho. Ahora que ya no estoy con él. Sigo comprando esa crema. Solo para sentir su aroma. Son cosas que calman mi ansiedad y me relajan. Me imagino su rostro recién afeitado, Cierro mis ojos y solo su aroma me devuelve a la niñez, abrir los ojos es un martirio, Verme ahí sola en mi dormitorio, muchas veces termino llorando, Pero lo soporto ya que por unos minutos estoy en los brazos de mi padre siendo una niña nuevamente.

           

       Mi madre era una mujer sabia. Siempre sabía qué hacer y qué decir. Cada vez que mis hermanos o yo teníamos alguna duda o problema. Sabíamos que ella encontraría una solución. Sin duda lo que más recuerdo de ella es su cabello castaño claro al viento, como se movía y como los rayos de sol pasaban entre ellos volviéndolos dorados, la suavidad de sus manos y su voz. Amaba sentarme en sus piernas y oírla hablar.

 Me gustaba verla cocinar en las noches. Yo jugaba en el patio y por la ventana se veía su silueta en la cocina. Sentir ese aroma de arroz con pimentón y pollo al jugo me abre el apetito y llena de alegría el corazón. Ella nos llamaba siempre a la misma hora a comer. Nos sentábamos a la mesa y conversábamos. Estaba prohibida la televisión en la cena, mi padre decía que ese momento era para conocernos más, nos hacía preguntas y que le contáramos que habíamos aprendido durante el día.

Yo solo escuchaba que decían mis hermanos. Como recordaran yo fui la única mujer de tres hermanos. Y también la menor.

Esas noches ya no volverán jamás. Y darme cuenta de eso realmente duele. Solo me queda la esperanza de formar mi propia familia y crear buenos y lindos recuerdo para mis hijos.                                               

Mi padre siempre fue muy bueno. Tanto con su familia como con sus amistades, cada vez que alguien tenía un problema, Él no podía dejar de ayudar.

Y lamentablemente ese fue el inicio de mi tormento. Un amigo de mi padre fue quien me hizo sentir por primera vez el dolor y experimentar el pecado.

Yo solo tenía once años cuando este hombre mucho mayor que yo, llego a mi casa. Me lo presentaron como un compañero de trabajo de mi padre, el cual estaba pasando por mala situación económica y que sería nuestro invitado por algunos días. Mis hermanos estaban felices con él, ya que lo conocían desde hace algún tiempo y ya habían compartido, por lo que ellos decían él era muy buen persona.

La Pasión de FlorenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora