14- Un millón de Estrellas

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                                  Viajar en camper era distinto a cualquier viaje que haya tenido antes. Avanzar en la ruta con toda esa comodidad era fabuloso. Podíamos estar viendo la televisión acostadas en una cama de plaza y media, con un refrigerador lleno de bebidas, chocolates, postres, y no sería necesario detenernos y mucho menos hospedarnos en un hotel.

Cuando ya habíamos viajada más o menos dos horas, el sol comenzó a esconderse y sus rayos volvían todo el cielo naranja, lila y grisáceo, se veía tan lindo como ese día sábado en la terraza del mall. Abrí un poco la ventanilla para que la fría brisa me despabilara, mi cabello jugo con el aire que entro, roso mis mejillas y bailo en mi cuello. Adoraba la sensación de misterio que envolvía ese viaje, adore cada una de sus paradas y lo vello que era estar ahí, hasta esa hora todavía era un sueño difícil de creer.

Mientras yo admiraba el atardecer, Luna estaba sentada en una pequeña silla con una pequeña mesa, encima tenía barias hojas y libros, se veía muy concentrada y no quise molestarla. Leía y escribía algo muy afanada, como si fuera un tema que no puede esperar. Cuando dio el punto final, levanto la vista y me miro fijo diciendo.

-no quiero olvidar ni un detalle de esta semana- dijo muy sonriente.

-¿a qué te refieres?- le dije con mucha curiosidad de saber que era lo que escribía. Me puse de pie y fui hasta esa mesita, me senté en su otra silla y trate de leer lo que había escrito. Me di cuenta de que era un diario de vida que estaba fechado con el día anterior en una hoja y la de ese día en otra.

-¿tienes un diario? Yo hace mucho tuve uno, pero lo deje un día. Ya no quise recordar más-  le dije tratando de entablar un tema, quizás le contaría porque yo estaba en el hospital ese día, o quizás no.

Ella me miro atenta, como si esperara que yo continuara, y lo hice, pero cambie el tema, en el último instante decidí no contarle nada acerca del día del hospital, me dio miedo decir algo que la incomodara después.

-deje de escribir en él ya que lo perdí. Tuve que haberlo dejado por ahí y ahora alguien saber mis secretos- dije y el tema se perdió después de unos minutos. Luna no hizo más preguntas y guardo su diario, pero creo que intuyo que algo le escondí, su mirada me lo decía. Al rato nos sentamos a conversar y las bromas no se hicieron esperar, estábamos contentas de ir juntas a la aventura que significaba ese viaje. La hora avanzaba y entre las dos no dejábamos de bromear, recordábamos a Mateo y lo tonto que fue, recordamos a esas viejas que nos gritaron cosas en la catedral y también ese lindo cielo que vimos juntas.

El sol ya se había escondido hace mucho cuando abuelo de luna se estaciono a un lado de la carretera y nos dijo que era hora de ver algo mágico. A esa altura de la noche ya había perdido la noción del tiempo, solo sabía que habían pasado muchas horas desde que partimos de Santiago, yo calculaba que  eran las tres de la madrugada.

El abuelo nos hizo bajar de la camper y ahí sentí el verdadero frescor de la noche, la humedad y oscuridad de la carretera era abrumadora, no existía más luz que la de los faros del vehículo. Caminamos por un sendero que lleva directo a un bosque de eucaliptos, su aroma era mágico. A cada rato sobre mis hombros caían gotas de roció con ese exquisito aroma, de repente y muy a lo lejos se oían los búhos dando avisando de nuestra presencia, caminamos varios minutos entre la oscuridad del bosque, luna no dejaba de sujetar mi mano, lo hacía con fuerza y decisión, con eso me brindaba seguridad en cada paso, sabía que el camino era seguro ya que ella era quien me guiaba. A la cabeza iba el abuelo con su linterna, lo seguía la abuela quien decía que ese era un lugar maravilloso, que siempre lo visitaban y también dijo que el padre de Luna soñaba con comprar un terreno ahí, pero lamentablemente eso nunca pasó. Nos guiaron a través de árboles y arbustos, salsa mora y otros matorrales. Caminamos alrededor de treinta minutos por un sendero que ratos se perdía y en otros casi no existía, el abuelo decía no estar perdido, que sabía muy bien por donde iba, decía que siempre tomaba un camino nuevo para no marcarle el verdadero a nadie hasta ese lugar el cual era un pedazo de cielo.

La Pasión de FlorenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora