8- secretos que ocultar

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                                  Leí esas cartas y más preguntas llenaron mi cabeza, pero ella decía que teníamos que hablar bien las cosas y aclarar hasta el último punto, así que me tranquilice sabiendo que habría un momento para aclarar todo.

Yo feliz hablaría con Luna, así por fin dejaría de dar vueltas mi tonta imaginación, pero creo que después de lo que hicimos hoy en la tarde está claro que yo le gusto.

Me acosté muy tarde esa noche y el sueño llego lentamente, acostada en mi cama no dejaba de pensar en lo que había hecho, estaba equivocada al pensar que un hombre podría calmar mi deseo enfermizo, hay días en los que llego a creer que necesito un psicólogo que me ayude con esto. No quiero que llegue el día en que no pueda controlarme y termine nuevamente en el hospital haciendo pasar un mal rato a mis padres.

Cuando el sueño llego a mí, mis pensamientos se volvían más placenteros, calmados y lindos. Era Luna que estaba en ellos, la veía junto a mí en un prado color trigo. Su cabello suelto al viento se movía lentamente, el color de su piel se mezclaba con el cielo de un atardecer. Nubes rojizas y blancas, cielo azul oscuro y celeste claro. Los rayos de sol pasaban atreves de su cabello haciendo reflejar un brillo en sus ojos. Mi mano rosaba sus mejillas haciendo a un lado el pelo para así poder ver su rostro, hay estaba la mirada más dulce, y una sonrisa plena en felicidad. Frente a ella me sentía como una niña, como la que era antes de mi trauma, inocente y llena de esperanzas.

Dormí muy profundo y trataba de no alejarme de ella en mis sueños, Luna movía sus labios tratando de decir algo, pero no podía entender nada, no podía oírla con claridad y una leve angustia me inundaba por saber que era lo que ella decía.

Cuando desperté el día sábado, más o menos como a las doce del día, sabía que el mensaje que ella me daba en sueños no era algo real, así que trataba de alejar esa angustia de mi mente.

Me levante y fui al baño. Mi pijama estaba húmedo por el sudor que había tenido esa noche. Mientras me duchaba seguía pensando en todo lo que había pasado la tarde y noche anterior, sabía que seguir dándole vueltas a ese tema no me haría nada bien, yo tenía que perdonarme a mí misma ya que Luna ni se enteraría de lo que hice con ese hombre.

Deje que el agua corriera por mi cuerpo desnudo, agua tibia para clamar mi calor, el vapor estaba por todos lados y apenas se veía ahí dentro, pero ese vapor era el que mi cuerpo producía, era como echarle agua helada a un metal al rojo vivo.

La suavidad de mi pelo mojado sobre mis pechos era alucinante, el aroma de mi piel y su color canela se volvía muy tentador para mi lengua. Quería lamer mis brazos mojados, tocar mis hombros y acariciar mis piernas, sentir la rigidez de mis pechos con la palma de mis manos y darme una que otra nalgada, ese era el comienzo de mi desenfreno en la ducha. Me masturbe muy tranquila con el agua corriendo por mi espalda, esta vez no pensé en nadie más que en mí. Me miraba y besaba los brazos, acariciaba mis nalgas y caderas. Apretaba mis pechos y mordía mis labios con pasión. Por primera vez en mi vida me hacia el amor a mí misma.

Después de un largo rato en la ducha dándome placer, estaba lista para vestirme y salir a dar una vuelta por el centro de Santiago. Esa tarde  había planeado salir de compras con mi madre ya que hace mucho que no lo hacemos. Al salir del baño, ella ya estaba lista y me apure en vestir, en diez minutos estaba lista y saliendo de casa. Cuando ya estábamos en el metro en dirección al centro, de la nada saque el tema de Luna, yo me preguntaba como ella había entrado hasta mi dormitorio sin que mi madre se diera cuenta. Así que le hice la pregunta.

-mamá, ayer cuando me estaba bañando y tocaron a la puerta, tú me dijiste que no era nadie, que se habían equivocado de casa, pero resulto que mi amiga de la escuela estaba en mi dormitorio al rato. ¿tú la dejaste entrar?

La Pasión de FlorenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora