17- la confesíon

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       Confesare que montar a caballo es bastante excitante, sentir el movimiento de ese animal entre mis piernas me hacía elevar la temperatura tanto como una buena masturbación. Mis mejillas estaban coloradas y esperaba que Luna lo atribuyera a que me avergonzaba no saber montar. No diré que iba a todo galope como ella lo hacía, pero sin duda lograba no caer de espaldas y eso para mí suficiente.

-Luna, por favor para un poco y dame un respiro. Me duele demasiado la espalda y mis pechos me están matando - dije tratando de mantener la poca dignidad que me quedaba. En cambio ella lucia como una princesa al montar. Era muy buena. Era ágil y se movía al ritmo de su yegua mientras el cabello le bailaba al son del viento. Sus pechos se mecían firmes bajo la blusa blanca de mangas cortas que llevaba. Quitar mi vista de su trasero en cada salto se hacía tan difícil como seguirle el ritmo a galope. Su espectacular figura se erguía con total sensualidad sobre su corcel blanco. Verla ahí era como ver un video clip musical en el que la chica cabalga en cámara lenta por la playa cubierta solo con un vestido blanco casi trasparente. Me hubiera encantado haber sido el hombre que cabalgaba a su lado como todo un vaquero, pero en cambio era la niña tonta que apenas se mantenía sobre el animal.

-pero ya falta tan poco, si mantenemos este ritmo llegaremos en diez minutos- dijo Luna.

-¡no puedo!, de verdad que nunca había hecho esto y mi cuerpo se resintió muy rápido. Mañana no podré levantarme de la cama- le conteste.

-¡está bien! seguiremos a pie lo que queda de camino. Por un lado es mejor, así podremos apreciar lo bello que es todo por aquí- dijo Luna y yo le conteste que tenía razón, había mucho que ver y a todo galope era difícil apreciarlo.

Luna desmonto sin dificultad y corrió a prestarme ayuda para bajar de mi yegua. Apenas podía levantar la pierna y eso le causaba mucha risa.

-¡no te burles! Las chicas de Santiago no estamos acostumbradas a esto, soy una niña de ciudad, no una de campo-

-yo tampoco soy de campo, soy tan santiaguina como tú o como cualquier otro de por allá, pero eso no quita que pueda aprender a montar, si hubiera más tiempo te podría enseñar, pero ya vamos atrasadas a ese sitio que te conté-

-¿Quién te enseñó a montar Luna?

-¡mi padre!- dijo con gran alegría. Cada vez que ella se refería a sus padres lo hacía con una sonrisa en el rostro. Son contadas con una mano las veces que la vi recordarlos con tristeza. Luna tenía una fuerza interna que la hacía especial, una luz que podía iluminar hasta el camino más oscuro. Muchas veces ella fue mi vela en las tinieblas y podía arrancarme una sonrisa a pesar del dolor.

-nunca te he preguntado cómo era tu relación con ellos, y a decir verdad nunca te he preguntado nada de nada, es muy poco lo que sabemos la una de la otra- le dije a Luna tratando de entablar una buena conversación, pero justo note que daba el pie a que ella volviera a preguntar por qué yo estaba internada el día que nos conocimos en el hospital, ese era un tema que ya había esquivado muchas veces y ya no creí poder hacerlo una vez más. Quizás contarle la verdad sea liberador, o también podía sentenciar nuestra amistad. Yo estaba aterrada de equivocarme en mi respuesta y hacer que Luna me creyera una lunática.

-Siempre me lleve muy bien con ambos, mi padre era muy lindo conmigo y me enseño que a pesar de todo lo que teníamos, nada valía más que la familia o lo que uno ama. Me enseñaba que las cosas malas pasan y no podemos evitarlo. Decía que podemos aprender de ellas y que para eso son. Las mejores lecciones las he aprendido de cosas dolorosas, por ejemplo la muerte de mis padres me enseñó a valorar aún mas a quienes me rodean, ahora vivo con mis abuelos y ellos son una parte importante en mi día a día. Después te encontré a ti y te volviste el centro de mi vida, no me gustaría imaginar que pasaría si un día no estas, es por eso que quiero aprovechar y pasar el mayor tiempo contigo Florencia-

La Pasión de FlorenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora