12. Mi deseo

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SAN

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SAN

—Sucedió hace casi un año, once meses para ser exactos.

Escuchaba atento cada palabra de Melquíades. No sabía que tan difícil era aquello de contar.

Melquíades podía pasar desapercibido por muchos, como aquella persona que observas y te preguntas vagamente si la vida que lleva es peor o mejor que la tuya. Sin embargo, desde que lo conocí, su mirada me transmitía un sentimiento extraño. No quería pensar que era tristeza, pero en ese momento, mientras me platicaba sobre su hermana, pude notar las inmensas ganas que tenía de llorar.

—Fue un accidente —susurró.

Sus manos jugaban de forma ansiosa con las mangas de su camisa de franela. No lo pensé, solo posé mi mano sobre las suyas incitándolo a que se relajara. Siempre creí que las cosas se volvían más sencillas caminando de la mano con alguien.

Él me miró y me sonrió. Sus ojos a pesar de estar vidriosos, no dejaron salir ninguna lágrima.

—Puedes llorar —le dije encogiéndome de hombros—. Yo jamás juzgaré a nadie por llorar, tú me viste hacerlo hace rato, sería para estar a mano.

—No lloraré. Lo hice mucho en su momento —rio con tristeza—. He hablado de esto tantas veces, puedo hasta decir que todos aquí conocen mi historia. Por eso quiero contártelo, somos amigos, ¿verdad?

Esbocé una sonrisa y apreté mi agarre en sus manos.

—Lo somos.

—Fue en el cumpleaños de mi madre, ese día salimos a cenar a su restaurante favorito. En el trayecto mi padre recibió un mensaje de texto de su amigo —mordió su labio, ansioso—. Él me pidió que leyera el mensaje, pero yo estaba enojado así que no lo hice y lo ignoré. Mi madre estaba dormida y Jeong-ha también.

—Entiendo.

—El mensaje decía «No tomen el camino de la derecha, está en construcción», fueron segundos en los que todo ocurrió. Mi padre se distrajo por ver el celular y metros más adelanté había un gran barranco.

—Lo siento —bajé la mirada—. ¿Por eso Jeong-ha...?

—Fue un trágico accidente. Sobrevivimos con mucha suerte —alejó sus manos y seguí el trayecto de estas.

Con una mano subió el borde de su polera dejando a la vista un poco de abdomen. El corazón se me estrujó al ver una gran cicatriz de treinta puntos —aproximadamente— desde su cadera hasta sus abdominales.

—Esta es la peor.

—¿Tienes más? —le miré asustado.

—Tengo otra en el pecho —iba a subir más su prenda, pero lo detuve—. Se me perforó un pulmón. Jeong-ha fue la más herida, ahora está en estado de parálisis.

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